LA MUERTE DEL AMBICIOSO ::
El día siguiente era víspera de San Juan, y desde la cueva de la Rata se veían, llegada la noche, las fogatas que habían encendido los chicos de las granjas vecinas. Almendrita contemplaba el fuego con melancolía. De buena gana hubiera ido a saltar alrededor de las hogueras, en lugar de aguardar la visita del famélico pretendiente. Este no tardó en aparecer, deshaciéndose en reverencias.
- ¿Te gusto o no te gusto? - le preguntó a la niña.
- Le seré franca - contestó ésta -. Me gustaría si en lugar de saltar, volara. Entonces sí que me casaría con usted.
Se atrevió a lanzar esa afirmación en la seguridad de que pedía un imposible, ya que no le había visto alas al caballero.
- Entonces, serás mía - dijo Langostines, con vivo júbilo-. Inmediatamente me haré volador.
En efecto, como estaba en edad de pelechar, se sacó su vestimenta de saltarín y pareció con unas largas y potentes alas transparentes.
- ¿Y puede volar con eso? - preguntó Almendrita, por decir algo.
- ¿Qué si puedo? Ahora verás.
Y, elevándose hasta cerca del techo, ganó la puerta de la cueva y salió al campo. Allí se encontró con lo inesperado: las fogatas de San Juan, que en distintos puntos elevaban sus lenguas de fuego. No pudieron resistir la atracción de la luz, se dirigió volando a la que estaba más cerca y pereció entre las llamas. Con lo que Almendrita se vió libre de otro pretendiente.