EL CABALLERO LANGOSTA ::
Pero doña Rata quería casar a
toda fuerza a Almendrita. Y una noche le dijo.
- ¿Sabes una cosa? Te he encontrado otro novio.
- ¿Quién es? - preguntó la niña, ahorrando las protestas y prefiriendo pensar en la manera de sacarse al festejante de encima.
- Es el caballero Langosta. Un señor ceremonioso, de patas y brazos muy finos y que viste siempre de levita. Esta noche vendrá a verte.
Efectivamente, después de cenar llamaron a la puerta y apareció el nuevo pretendiente de Almendrita.
Esta lo observó bien. Como había dicho la Rata, su porte era distinguido, y sus manos, aristocráticas; pero apenas le estrechó la diestra, correspondiendo a su saludo, se lastimó los dedos. Es que el visitante tenía en sus brazos y piernas unos afilados serruchos.
- ¡Ay! ¿Qué es eso? - preguntó la niña.
- Eso lo tengo para saltar.
- ¡Cómo! ¿Un señor tan serio salta? ¿Y por qué salta?
- Para ganar tiempo mientras voy comiendo todo lo que encuentro en mi camino.
- ¿Todo lo que encuentra?
- Sí. Todo lo que encuentro. Siempre tengo hambre y nada me sacia. Ahora mismo te comería a ti.
- ¡Jesús! - exclamó Almendrita, echándose en brazos de la Rata.
- No tengas miedo, que todo ha sido una broma - dijo el caballero Langosta.
- Sí, pero bien que le he visto una bocaza con afilados dientes. Y vea: se le está cayendo la baba.
- Pues es verdad - dijo el pretendiente, secándose los labios, visiblemente contrariado.
- Por lo visto, se le hacía agua la boca solamente de pensar que me iba a comer.
- No seas tonta. Te digo fue una broma. Pero apenas hablo de comida me babeo como una criatura.
- Pues, entonces, no ganará para comer.
- No preciso ganar nada. Como todo lo que encuentro, sin necesidad de ganarlo.
- ¡Ay, señora! ¡Otro ladrón!...
Y Almendrita se volvió a echar llorando en brazos de la dueña de casa. Esta procuró abreviar la entrevista, y el caballero Langosta se retiró, prometiendo regresar al día siguiente.