En días pasados me encontré con un ex-empleado, que se gradúa pronto de Abogado, y me sorprendió gratamente al decirme que me lo debía a mi!
Por supuesto que mi respuesta inmediata fue decir “De nada”, pero luego le pregunté de manera muy discreta el “por qué yo?” “Qué hice?”
Pues me respondió que habiendo visto mi trabajo diario, y al saber que yo tenía dos carreras, pues él se dijo: ¿y por qué yo no?
Y a lo largo de mi vida profesional, me he conseguido a muchas personas, que de una u otra manera, tienen que agradecerme algo. Y por supuesto que les acepto el cumplido, pero inmediatamente pienso “por qué yo?”. No he hecho nada fuera de lo común para ayudar a algunos. Sólo he hecho mi trabajo y he sido como soy.
Y a pesar que no puedo llevar esas palabras a la venta de autos para que me entreguen un carro nuevo, o usarlas para comprar una vivienda, pues es indudable que ello constituye alimento para el ego. Es parte del por qué se abraza el apostolado de la docencia. Es la retribución que recibimos a lo largo de nuestra vida.
Nos sentimos mejor, nos sentimos apreciados, recordados, y admirados. Y les puedo decir que es una sensación espectacular!
Normalmente soy humilde y modesto, pero el último cumplido me hizo escribir este post, para compartir mi gozo con ustedes, a riesgo de sonar precisamente ególatra y de que me vean pavoneando mis logros y éxitos.
Seamos auténticos, cumplamos nuestras obligaciones con pasión y con cariño, ayudemos cuando podamos ayudar (y cuando no, los dirijimos a quienes si puedan ayudarle), y seguramente más de una persona querrá seguir nuestros pasos…