LA BOCINA
Escuchó un ruido,
y sabía perfectamente que no habría nada de extraño ni sobrenatural en la casa.
Pero aquella noche estaba especialmente susceptible.
Todo a causa del susto que antes de entrar a su casa se llevase:
un camión de basuras hizo tronar su bocina avisándolo de su descuido,
el mismo que casi provoca su atropello junto a un contenedor.
Una bocina que sonase demasiado alta había inquietado sus nervios,
había crispado su sensibilidad, había estimulado su capacidad de alerta,
al igual que la de fabular sin pretensión, sin sometimiento a la voluntad de no hacerlo.
Entró al dormitorio y colgó el traje en la puerta del armario empotrado, entreabierta,
vistiéndose luego con una bata de paño grueso.
Quiso tranquilizarse, necesitaba hacerlo, serenar su espíritu inquieto y asustado;
por ello se sentó en el borde de la cama,
donde se dio cuenta de la ingente cantidad de imágenes que se sucedían en su imaginación disparatada:
una mano que le tomase los tobillos por debajo de la cama,
un susurro incomprensible junto a su oído,
alguien desconocido oculto en el armario,
una puerta que se abre en otra parte de la casa,
la luz de la lámpara que dejase de funcionar sin motivo…
Tras encender todas las bombillas del dormitorio,
conectó el transistor de la mesilla de noche,
pensando que la voz del locutor que amablemente
describía un producto cualquiera le facilitaría la desconexión con las visiones
que no quería tener. No se atrevía a salir de aquella habitación,
olvidó su creciente apetito y hasta sus deseos de sentir el agua de la ducha en su cuerpo cansado.
Pero la voz del locutor podía ocultar otros sonidos
que la advirtiesen de la presencia de a saber qué alimañas que podían estar
acompañándola, sentadas junto a ella en la misma cama, mirándolas a la cara a tan sólo un palmo de su rostro,
ahí presentes sin que fuese ella capaz de advertirlas,
a unos centímetros de su rostro preocupado por sus disparatadas imaginaciones.
Desconectó el transistor convencida de estar escuchando realmente una respiración agitada,
inquieta, desesperada. Pese a que quiso y hasta lo forzó,
no pudo reírse al ver que era la suya propia,
su respiración frenética y desquiciada.
Su carcajada sonó extraña, incomodada,
absolutamente falsa en la soledad y el silencio del dormitorio.
Se imaginó recorriendo la casa, registrándolo todo, buscando no sabía el qué,
que de aparecer realmente de improviso la destrozaría de puro susto.