Me hallé en la serenidad de tu mirada
¿Qué tanto te observaba?...
¡mirada!
tus ojos, sí…¡ mirada!
La tuya que en un solo instante
me elevó el espíritu.
La tuya que transmitiendo serenidad
me acercó al hombre perdido
en el pasado olvidado y desdeñado;
a lo que era,
a lo que fue:
Porque para él todo estaba dicho…
Porque para él todo estaba hecho…
No valía la pena seguir pisando la grama,
seguir oliendo el perfume de las flores,
seguir esperando que saliera el arco iris,
después de la llovizna repentina.
¿Tu mirada?
Sí…
la tuya y la serenidad que reflejaba;
abriendo de par en par tu alma,
para que yo volviera a creer,
viniendo al presente nuevamente,
después de permanecer
entre cortinas de enredo,
y amaneceres pintados
con la tinta oscura y espesa
de la desilusión y la desesperanza.
Eres…
hombre del pasado,
¡pasado!
oscuro y olvidado.
En su mirada la vida que siempre,
me perteneció por ser mía,
en su mirada la vida que siempre,
esperó por mí por ser vida.
Sólo en la serenidad…
tu mirada, míos tus ojos, me hallé.
La luz vuelve a colarse,
entre las ramas de los arbustos,
el agua del riachuelo que se desliza
entre piedras y musgo fresco.
Sólo en la serenidad…
Tu mirada, míos tus ojos, me hallé.
Eduardo Antonio Taborda