El arte al servicio del amor...
En una tarde muy caliente, un pobre paralítico sentóse como habitualmente hacía en un de los bancos de una plaza en Viena, Austria para pedir limosna como siempre. El se mantenía del producto de las limosnas y para atraer a los peatones tocaba su viejo violín, tenía esperanzas en el efecto de su música sobre los corazones más generosos. Su perro, fiel compañero y amigo inseparable agarraba con su boca una bolsita, para que allí fueran depositadas las limosnas que le entregaban.
En aquella tarde, entretanto, las limosnas no llegaban. Sin dar ninguna atención al paralítico, el público pasaba de largo, apresurado y distraído. Nadie parecía escuchar sus canciones, y mucho menos percibir su presencia en aquella plaza. Esta situación hacía aumentar aún mas la infelicidad del paralítico, que tanto necesitaba de las limosnas para su supervivencia
De repente, al lado del minusválido acercóse un caballero bien vestido, que lo miró con compasión. Viendo al infeliz dejar el instrumento ya cansado y sin ánimos, reparando también en una lágrima que le bajaba por sus mejillas, acercóse un poco más y metiendo una moneda de plata en su mano, pidió permiso para tocar su violín.
Ajustó las cuerdas, preparó el arco y empezó a tocar.
El público, ahora atraído por la belleza de la música, empezó a aproximarse. Aglomeró tanta gente que llegó a formarse una multitud. Las monedas de cobre, plata y hasta algunas de oro fueron llenando la bolsa a tal punto que el perro mal podía sostenerla.
El pueblo amontonado aplaudía la música, pero mucho más al gesto del artista. Este después de haber tocado una melodía que fue cantada por el público, entusiasmado, depositó el instrumento a las rodillas del paralítico, ahora feliz, y desapareció sin dar tiempo a que le agradeciera o hiciese alguna pregunta. Pero la indagación quedó:
"¿Quién es este hombre que tan bien sabe tocar?" fue la pregunta que se escuchó de todos los lados. La curiosidad tomó cuenta del pueblo. El paralítico también estaba curioso, además de extremadamente agradecido.
De repente, en el medio de la multitud, alguien informó con conocimiento. "Este hombre es Armando Boucher, el célebre violinista que solamente toca en los grandes conciertos, pero hoy, parece haber también colocado su arte al servicio del amor."
Este gesto tan singular raramente imitado, fue sin duda una perfecta demostración de amor al prójimo.
-Autor Desconocido- |