A hombres y a mujeres por igual, nos viste desde la cintura hasta los pies,
con las dos perneras separadas. "Quien calzón tiene, poder tiene"!,
decían en Francia antes de que el pantalón sustituyera al calzón, que
llegaba a la altura de la rodilla. En el paso del siglo XVIII al XIX, es adoptado
por los hombres de las clases superiores. El pantalón simboliza la masculinidad,
el poder.
Durante la Revolución Francesa, expresa los valores republicanos y se
convierte en un elemento clave del nuevo orden político. Sin embargo, se prohíbe
a las mujeres. Y nada como una prohibición para aguijonear al deseo.
Sobrecargado de connotaciones y fantasías, el pantalón ha acompañado
todas las transgresiones que han jalonado la ruta de emancipación de
las mujeres. Artistas, feministas, revolucionarias, viajeras, actrices, deportistas…
Según recoge la investigadora francesa Christine Bard en 'Historia política del
pantalón', publicado por Tusquets, conocidas y desconocidas se apropiaron de
esta prenda masculina como arma política para desafiar el dominio masculino.
Pero tuvimos que esperar a la década de los 60 y 70 para que el pantalón se
feminice.
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