En una colina elevada, duermen
allí para siempre, alguno son muy
mayores y otros murieron más joven,
y a mí me duele hasta el alma, de ver
allí a los niños.
Porque murieron tan jóvenes, y no llegaron
ser niños y mucho menos a ser hombres, en
esa colina duermen, con vista al horizonte.
En ese trocito de campo, dejaron allí sus cuerpos
dormidos, hasta dejarlos en los huesos y con
el tiempo en polvo.
El cuerpo que ellos lucieron, allí yacen dormido, y
en la piedra de mármol, una foto en la esquina y en
el centro una cruz y unos claveles rojos.
Allí te invade la pena y la tristeza que allí habita,
en cada palmo de tierra, donde se durmieron ellos,
y ese gorrión que pía, triste y solitario, sobre
un árbol posado, donde las cruces y las tumbas
dominan el campo santo.
Julián cobo