Carta a una amiga.
Mi amiga del alma, este es un día maravilloso y mi pensamiento a volado hacia ti, hacia ese lugar cálido, rodeado de sol, donde se respira un aire impregnado de salitre, mezclado con el suave olor de rosas y de hierbabuena, sí estoy pensando en ti, en tu alegre sonrisa y en esos ojazos centelleantes, que cuando te miran te abrasan desde muy adentro y hasta muy afuera.
Hoy, es un día de tantos, pero parece que han pasado siglos, desde que nos conocimos en la fiesta de tu hermana Teresa, recuerdo aún tu perfume, y la estola que tanto amabas que aún con un calor terrible nunca olvidabas, nuestras miradas se cruzaron y pronto supimos, que había nacido una amistad que rompería esquemas y quebrantaría fronteras, aún después de casarte y de que Ronald te suplicara que no volvieras a escribirme, aún así nunca me han faltado tus cartas, y en cada fiesta o actividad en la que hubieran fotos, siempre lograbas mandarme la mía, con tu alegre sonrisa y esa mirada tuya que aún me quema.
Recuerdo lo feliz que estábamos cuando nació tu pequeña esperanza, y aunque el mundo se te vino encima le pusiste mi nombre, aunque no estuve ni me lo han contado, se que debió ser terrible frente al convencionalismo y las normas rituales, y a tu Ronald que debió casi morir de rabia mientras por dentro tu feliz reías.
He seguido tus pasos, el desarrollo de tus niños hoy ya mayores, y tu divorcio, y aunque todos sospechaban que me buscarías, pocos supieron nunca que nuestro amor era algo sagrado, no de sexo y orgías, sino de fe y de esperanzas.
Ayer supe que habías muerto, y nunca antes en mi vida he sufrido tanto, no con lagrimas, porque los hombres viejos no podemos demostrar nuestro dolor formando un reguero de llantos, tu hermana me escribió un fax, y por ella supe que te enterraron en los terrenos de la casona muy cerca de la playa, por eso hoy, el aire me trae tu recuerdo en forma de salitre y de hierbabuena, y no siento pena, porque a mí también ya me queda poco.
Sé que me esperaras sentada justo en la playa, que no te faltara la estola que tanto tú amabas, llegaré despacio desde el oeste, y sentado a tu lado reiremos juntos en sonoras carcajadas.
Siempre te amé, como dos hermanos.
Jesús.Quintana Aguilarte