El cóndor.
En las altas montañas de granito,
en los Andes, de inhospitas alturas,
hay un cóndor mirando al infinito
y llora al sorportar sus desventuras.
La noche es larga y agoniza el día;
y embragado en las sombras del ocaso,
con aflicción, su corazón latía
al afrontar su último fracaso.
Recuerda que, al volar sobre los montes,
cuando junto a su amada compañera
desafiaba los vastos orizontes,
a la luz celestial de primavera.
Pero un día, de fríbola alborada,
su amada preferida estaba inerte,
al final de su última morada,
en el atrio oscuro de la muerte.
Y el cóndor, majestad de los desiertos,
espera, con dolor, su despedida
al gélido terruño de los muertos,
en busca de su eterna consentida.
Y una tarde, trancido y destrosado,
abrio sus alas, temblorosamente,
y escrutando el fatal acantilado
puso fín a su vida, para siempre,
Nolberto Marín Bolivar.