
La última situación deplorable es la contraria a las dos anteriores. Podría pensarse que no es habitual, pero se da mucho más de lo que suponemos. Me refiero a aquellos que tienen la cuenta corriente más que saneada pero viven con una austeridad rayana en la roñosería. No estoy pensando en extremos como el de la viejecita multimillonaria con todos los ahorros escondidos bajo el colchón que habita un piso infestado de basura y parece una indigente, sino en casos más sutiles pero igualmente reales. Un ejemplo muy ilustrativo, del que yo conozco dos o tres muestras, sería el del joven de origen muy humilde que, gracias a su tesón y a los estudios que le dieron sus padres, se termina convirtiendo en un profesional prestigioso y bien remunerado. Sin embargo, no le es tan fácil cambiar de mentalidad tras una niñez y una adolescencia de estrecheces económicas, y, a pesar de haber venido a mejor fortuna, le cuesta dejar de mirar la peseta, sigue acobardándose ante un precio alto y le duele casi físicamente realizar cualquier gasto superfluo.Como consecuencia de estos escrúpulos, el afectado pueden terminar desarrollando un nivel de vida muy por debajo del que se merece y se ha ganado a pulso. Cierto que este problema suele ser transitorio, pues –desengañémonos– a lo bueno se acostumbra uno rápido, pero algunas personas presentan especiales dificultades de adaptación que les llevan a comportarse con el dinero como han sido educados más que como les permiten o exigen las circunstancias.
Ello dificulta a algunos disfrutar plenamente de lo que es suyo, reduce su abanico de posibilidades y empaña su felicidad. No es poca desgracia tener dinero abundante y sentir dolor cuando se gasta.