
Otro fenómeno bien conocido y casi tan penoso como el anterior es el que yo llamaría “nivel de vida parental”, que consiste en que una persona (soltera, casada o con hijos) no lleva el nivel de vida que correspondería a sus ingresos, sino el que le facilitan sus padres. Es una situación que no tiene nada que ver con la edad, pues se dan casos en gente ya talludita. Me estoy refiriendo al clásico matrimonio con dos hijos, con uno o dos sueldos muy modestos, que reside en un pedazo de casoplón y se pega una vida padre (nunca mejor dicho), a base de viajes exóticos, cochazos renovados cada poco tiempo o smartphones siempre a la última. Estos escenarios suelen darse en el entorno de potentes empresas familiares, cuando, por ejemplo, una hija del patriarca no trabaja en el negocio del clan y ha contraído matrimonio con un modesto asalariado. La pareja no vivirá conforme a sus propias ganancias, sino de las periódicas inyecciones de fondos que, en distintos formatos y a través de diversos subterfugios (para que su orgullo no salga demasiado herido) reciba de Papá Pitufo. El papelón no parece el más digno para los afectados, pero no les suele preocupar.
Además yo me pregunto si de verdad esto es criticable. Al fin y al cabo es un tema familiar y, estando padres e hijos de acuerdo y felices, a los demás como mucho nos queda reconocerles su suerte. Tampoco deja de ser una forma de disfrutar de la herencia en vida.