En un tiempo que no alcanzas a imaginar, un sombrío lugar en las entrañas del mundo que crees real. Tácitamente, legendarias razas moraban sin hacerse notar, más un preciado don dado sin anunciar, a su vida entre mortales daba más que un solemne habitar, estos, los hijos de la tierra a su alma podían escuchar, pero solo unos pocos a su corazón podían ignorar…
Los Opacos son seres que no son de aquí ni allá, pero entre sombras los puedes encontrar, muy escasos y extraños, y casi por invisibles podrían pasar, mas la magia que mora en ellos solo las Hadas pueden mirar, pero el encuentro entre estas razas nunca se da, pues luz y oscuridad aunque por una delgada línea separados están, por más que se acerquen jamás fundidos los hallaras. Pero una fugitiva, un Hada dolorida, llevaba consigo una lenta agonía, con su rostro bañado en llanto la frontera rompía, y entre sollozos algo decía: “No tengo libertad en este triste y largo anochecer, mis alas están rotas…” El eco de su llanto corrompía la silente calma de la noche infinita, sus lagrimas caían mientras el suelo que pisaba florecía, de allí que ahora se diga: “Por mas grande que sea el dolor que envuelva tu vida, siempre tras de ti, un jardín de recuerdos clamara tu risa”. Así, en medio de la tragedia, la eterna melodía de nuevo a unos incautos seducía, un Opaco a un Hada conocía y un Hada a un ser de magia descubría… Temerosos y discretos sonreían, ahora alejarse no podían, días de sol, días de lluvia, noches de luna y otras muy oscuras, pasaron sobre ellos cual mariposa nocturna, no hubo capullo, no hubo aleteo, solo un Romeo a su Julieta jurando amor eterno. ¡Ah! Que bellas y dulces canciones susurraban al viento, estos inconscientes capturados por su propio sortilegio, ignorando las señales se adentraban poco a poco en un caótico universo. “No necesito música para bailar contigo, la música está en tus ojos, en tu risa, en tu piel suave, la música nace de nosotros, somos nosotros, son nuestras miradas que como un cíclope se descubren al encontrarse, son nuestros corazones saltando y gritando al unisonó: ¿Por qué no?...” Estas eran las palabras que con ilusión el Opaco entonaba y para sus adentros una vocecilla escuchaba: “A veces me asombro de las cosas lógicas que digo”. ¿Quién no cambiaría un cuervo por una paloma?, tan obvia como su respuesta, era lo que a su vista la vida le presenta, adorarla hasta que del cielo caigan las estrellas, esa era su verdad, su búsqueda; su promesa… Al cerrar los ojos sentía su grandeza, y mil preguntas deambulaban su cabeza: ¿Con que podre comparar sus bellos ojos?, ¿Qué esconden sus carmines labios?, ¿Cuan dulce será su voz en mi oído a diario?, ¿Cuan tierno debe ser dormir en su regazo?, ¿Cómo descubrirla si a cada hora es distinta?, no sé si es blanca o morena, si es ébano o marfil, solo que es diferente siempre, una fruta el infinito hizo de ti…
Nunca la felicidad es a perpetuidad, esto los amantes comprenderían una mañana fatal, el mundo a su manera les arrastraría de vuelta, a esta mundana y banal realidad, donde no hay espacio a dudas, ni a titubear; al Hada el Opaco podía liberar, pero el riesgo era más grande de lo que ella pudiera aceptar, debía volver y enfrentar su mal, así tranquila lograría estar. Al Opaco le costó una vida y algo mas, pues aceptar que ella sus demonios debía exorcizar, era tan inverosímil como el sapo que tenía el sueño de volar. La batalla empieza y termina, la guerra no sabe cuál será su final; y con gran dolor el Opaco a sus latidos ignoro, pero esto a su corazón marchitó, en sueños la visita, y a su tierno oído melancólicas canciones musita, se ve los ojos perdidos en los ojos amados, esperando el milagro, despertar y que nada de esto haya pasado, le grita con su ahogado llanto: “Mi corazón se morirá esperando a que tu decidas regresar a tomar mi mano”. El Opaco en otros brazos busca su doncella, pero solo cómodos momentos encuentra, en recuerdos convertirla intenta, aunque después de hacerlo su verdad le agobia, le atormenta; un día él dijo: “Me canse, ya no quiero esperarte, porque esperarte es como esperar que llueva en el desierto, es inútil y agobiante”. Los dados de la vida en esta mesa ruedan, no sé hasta dónde, no sé hasta cuando, ni siquiera se de mi fortuna, pero aquí estaré, solo mientras aprendo a no aullarle a la luna…
Y aunque a veces finjo que me abrazas, no puedo apurar el tiempo.