CÁNTICO
¿Adónde te escondiste, Amado, y me dexaste con gemido? Como el ciervo huyste haviéndome herido; salí tras ti clamando, y eras ydo.
Pastores, los que fuerdes allá por las majadas al otero, si por ventura vierdes aquél que yo más quiero, decilde que adolezco, peno y muero.
Buscando mis amores, yré por esos montes y riberas; ni cogeré las flores, ni temeré las fieras, y passaré los fuertes y fronteras.
¡O bosques y espesuras, plantadas por la mano del Amado!, ¡o prado de verduras, de flores esmaltado!, dezid si por vosotros ha passado.
Mil gracias derramando pasó por estos sotos con presura; y, yéndolos mirando, con sola su figura vestidos los dejó de hermosura.
¡Ay!, ¿quién podrá sanarme? Acaba de entregarte ya de vero; no quieras embiarme de oy más ya mensajero que no saben dezirme lo que quiero.
Y todos quantos vagan de ti me van mil gracias refiriendo, y todos más me llagan, y déxame muriendo un no sé qué que quedan balbuziendo.
Mas, ¿cómo perseveras, ¡o vida!, no viviendo donde vives, y haziendo porque mueras las flechas que recives de lo que del Amado en ti concives?
¿Por qué, pues as llagado aqueste coraçón, no le sanaste? Y, pues me le as robado, ¿por qué assí le dexaste, y no tomas el robo que robaste?
Apaga mis enojos, pues que ninguno basta a deshazellos, y véante mis ojos, pues eres lumbre dellos, y sólo para ti quiero tenellos.
Descubre tu presencia, y máteme tu vista y hermosura; mira que la dolencia de amor, que no se cura sino con la presencia y la figura.
¡O christalina fuente, si en esos tus semblantes plateados formases de repente los ojos deseados que tengo en mis entrañas dibuxados!
¡Apártalos, Amado, que voy de buelo!. Buélvete, paloma, que el ciervo vulnerado por el otero asoma al aire de tu buelo, y fresco toma.
Mi Amado las montañas, los valles solitarios nemorosos, las ínsulas estrañas, los ríos sonorosos, el silbo de los ayres amorosos,
La noche sosegada en par de los levantes del aurora, la música callada, la soledad sonora, la cena que recrea y enamora.
Caçadnos las raposas, questá ya florescida nuestra viña, en tanto que de rosas hazemos una piña, y no parezca nadie en la montiña.
Detente, cierzço muerto; ven, austro, que recuerdas los amores, aspira por mi huerto, y corran sus olores, y pacerá el Amado entre las flores.
¡Oh ninfas de Judea!, en tanto que en las flores y rosales el ámbar perfumea, morá en los arrabales, y no queráis tocar nuestros humbrales.
Escóndete, Carillo, y mira con tu haz a las montañas, y no quieras dezillo; mas mira las compañas de la que va por ínsulas estrañas.
A las aves ligeras, leones, ciervos, gamos saltadores, montes, valles, riberas, aguas, ayres, ardores, y miedos de las noches veladores:
Por las amenas liras y canto de sirenas os conjuro que cessen vuestras yras, y no toquéis al muro, porque la esposa duerma más siguro.
Entrado se a la esposa en el ameno huerto desseado, y a su sabor reposa, el cuello reclinado sobre los dulces braços del Amado.
Debajo del mançano, allí conmigo fuiste desposada; allí te di la mano, y fuiste reparada donde tu madre fuera violada.
Nuestro lecho florido, de cuevas de leones enlazado, en púrpura tendido, de paz edifficado, de mil escudos de oro coronado.
A çaga de tu huella las jóvenes discurren al camino, al toque de centella, al adobado vino, emissiones de bálsamo divino.
En la interior bodega de mi Amado beví, y, quando salía por toda aquesta bega, ya cosa no sabía, y el ganado perdí que antes seguía.
Allí me dio su pecho, allí me enseñó sciencia muy sabrosa, y yo le di de hecho a mí, sin dexar cosa; allí le prometí de ser su esposa.
Mi alma se a empleado, y todo mi caudal, en su servicio; ya no guardo ganado, ni ya tengo otro officio, que ya sólo en amar es mi exercicio.
Pues ya si en el egido de oy más no fuere vista ni hallada, diréis que me e perdido, que, andando enamorada, me hice perdediza y fui ganada.
De flores y esmeraldas, en las frescas mañanas escogidas, haremos las guinaldas, en tu amor florescidas y en un cabello mío entretexidas.
En solo aquel cabello que en mi cuello volar consideraste, mirástele en mi cuello y en él presso quedaste, y en uno de mis ojos te llagaste.
Quando tú me miravas, su gracia en mí tus ojos imprimían; por esso me adamavas, y en esso merecían los míos adorarlo que en ti vían.
No quieras despreciarme, que si color moreno en mí hallaste, ya bien puedes mirarme, después que me miraste, que gracia y hermosura en mí dexaste.
La blanca palomica al arca con el ramo se a tornado, y ya la tortolica al socio desseado en las riberas verdes a hallado.
En soledad vivía, y en soledad a puesto ya su nido, y en soledad la guía a solas su querido, también en soledad de amor herido.
Gozémonos, Amado, y vámonos a ver en tu hermosura al monte y al collado, do mana el agua pura; entremos más adentro en la espesura.
Y luego a las subidas cabernas de la piedra nos yremos que están bien escondidas, y allí nos entraremos, y el mosto de granadas gustaremos.
Allí me mostrarías aquello que mi alma pretendía, y luego me darías allí tú, vida mía, aquello que me diste el otro día.
El aspirar de el ayre, el canto de la dulce filomena, el soto y su donayre en la noche serena, con llama que consume y no da pena.
Que nadie lo mirava, Aminadab tampoco parescía, y el cerco sosegava, y la cavallería a vista de las aguas descendía.
SAN JUAN DE LA CRUZ |