El otoño de 1843 fue una etapa muy difícil para mí, yo era un escritor joven y hasta ese momento exitoso. Pero en mi último trabajo, no me estaba yendo muy bien. El dinero de la realeza fue suspendido drásticamente y de repente me encontré con la interrogante de cómo haría para enfrentar mis obligaciones financieras
Mi cabeza estaba tan absorta en estos problemas que en lugar de dormir me dedicaba a caminar por las oscuras calles de Londres, horas después de que la gente decente ya se había ido a dormir.
En ocasiones estas caminatas me llevaron a encontrarme cara a cara con una etapa de mi niñez cuando trabajaba día tras día en una fábrica mientras mi padre estaba prisionero por no pagar sus deudas.
Ahora existía la posibilidad real de que esos días de mi pasado repentinamente se volvieran el futuro de mi propia familia. Esto me horrorizaba…
Charles ve a dos niños corriendo, se mete por un callejón hacia dónde ellos se dirigían. Al llegar a un rincón con una reja, se le aparece una persona con un palo en la mano, amenazándolo:
-¡Vete de aquí! ¿Qué estás haciendo en este lugar?
-No lo sé.
-No le estamos haciendo daño a nadie.
-¿Viven en esta calle?
-¡Déjanos en paz!
-Claro que sí… estaba seguro de haber visto a dos niños corriendo hacia el callejón, usted debe haberlos visto…
Charles mira detrás de la reja y puede ver las figuras de una mujer y sus dos niños cerca de una hoguera:
-Estos son tus hijos… ¿de qué están manchados?
-Trabajan en una panadería para que comamos, usted no lo entendería, ahora, ¡por favor váyase!
Se da la vuelta y se aleja…
Para cualquiera que hubiera visto mi problema desde su punto de vista, habría encontrado una solución muy simple: yo era un autor, lo único que tenía que hacer era escribir rápidamente, publicar y vender. Hasta cierto punto tendrían razón, no había otra solución, no para mí.
Sin embargo había partes difíciles en esta simple solución, obviamente una de ellas era qué escribir y la otra la velocidad con la que debía escribir, una no podía existir sin la otra. Sin embargo tenía la mente paralizada, estaba tan ensimismado en la profundidad y dimensión de mis problemas y cómo los resolvería rápidamente, que no podía pensar en qué escribir.
Charles está en el estudio de su casa, sentado, paralizado, con la mirada perdida. Entra Rebeca, la muchacha de servicio a traerle el desayuno, lo deja encima de la mesa, sale y le comenta a la esposa del escritor:
-Sigue sin moverse, cuando entré esta mañana con su desayuno, estaba sentado en el mismo lugar, sólo que estaba durmiendo, ahora está despierto, pero no se ha movido ni un ápice.
Charles no ha escrito nada, sale de nuevo a caminar por las oscuras calles de Londres, ve pasar a dos niños corriendo, se voltea y ve una ventana iluminada, se acerca y a través del vidrio ve a un grupo de niños trabajando duramente mientras un señor mayor con canas les supervisa. Este se dirige a dos niños y les da órdenes de marcharse:
-¡Ahora vete, vete, vete!
Los dos niños salen corriendo y Charles detiene a uno de ellos:
-¡Tú niño, detente!
-¿Me conoce, señor?
-¿Adónde vas a esta hora de la noche?
-Vengo de trabajar, señor, voy a casa.
-¿Tu padre no tiene trabajo, me imagino?
-Sí señor, trabaja, mi mamá también, sólo que no nos alcanza, ¿es todo, me puedo ir?
-Sí, pero primero dime una cosa, ¿para quién trabajas?
-Para personas como usted, señor.
El niño se aleja y detrás de él se marcha igualmente el señor mayor con canas y le ve alejarse por el callejón.
Entonces, por primera vez, en muchos, muchos días y noches, los desgastantes pensamientos de la necesidad de hacer dinero me abandonaron. El lugar de esas ideas fue ocupado por una profunda reflexión donde las imágenes del pasado se entremezclaban con las del presente.
Poco a poco una parte de mí que hacía tiempo había enterrado empezaba a surgir entre las calles que caminaba. Sentía como si volviera a ser un niño, trabajando en una fábrica y deseando una vida diferente.
La esposa de Charles está sentada en un escalón en la casa cuando Rebeca se acerca con el desayuno:
-¿Se siente bien, señora?
-Sí, estoy bien. Hace rato que estoy aquí.
-¿Pero por qué, señora?
-Me desperté en la noche y lo oí llorando y cuando me acerqué a la puerta para ir con él, repentinamente reía, así estuvo toda la noche, hablaba consigo mismo, llantos y risas.
-Dios lo bendiga, debe estar enloqueciendo.
-No, creo que finalmente escribe.
Se oyen las risas de Charles:
-Me alegra verlo de mejor humor, señor.
continua .....