En la Argentina se conoce como Revolución del 43 al golpe de Estado militar producido el 4 de junio de 1943, que derrocó al gobierno de Ramón Castillo (acusado frecuentemente de ser un gobierno fraudulento como el del resto de la denominada Década Infame) y la dictadura militar que resultó del mismo, hasta la asunción del gobierno electo de Juan Domingo Perón el 4 de junio de 1946. En su transcurso emergió la figura del entonces coronel Perón originándose el peronismo. Tres dictadores con el título de presidente se sucedieron en el mando durante la Revolución del 43: los generales Arturo Rawson, Pedro Pablo Ramírez y Edelmiro Farrell.
Antecedentes[editar]
El golpe de Estado del 4 de junio de 1943 estuvo influido por dos grandes causas: la Década Infame que lo precedió y la Segunda Guerra Mundial.
La década infame (1930-1943)[editar]
La llamada Década Infame se inició con el golpe de Estado realizado en la Argentina el 6 de septiembre de 1930 para derrocar al gobierno democrático de Hipólito Yrigoyen. En primer término realizó un gobierno autoritario el dictador general José Félix Uriburu (1930-1932) con el título de presidente provisional y después le siguieron como presidentes, elegidos en comicios con fraude y proscripciones, el general Agustín P. Justo (1932-1938), Roberto Ortiz (1938-1942) y Ramón Castillo (1942-1943). La base política del régimen fue la Concordancia, una alianza integrada por la Unión Cívica Radical Antipersonalista, el Partido Demócrata Nacional y el Partido Socialista Independiente.
En 1943 debían realizarse elecciones para elegir a un nuevo presidente y se descontaba un nuevo fraude electoral que daría la presidencia al cuestionado empresario azucarero Robustiano Patrón Costas, hombre fuerte de Salta en las anteriores cuatro décadas. La asunción de Patrón Costas como presidente aseguraba la continuidad y profundización del régimen fraudulento.
La Segunda Guerra Mundial[editar]
La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) tuvo una decisiva y compleja influencia en los acontecimientos políticos argentinos y en particular en el golpe de Estado del 4 de junio de 1943.
En el momento en que la Segunda Guerra Mundial se inició, Gran Bretaña tenía una influencia económica determinante en la Argentina. Por otra parte Estados Unidos había adquirido una presencia hegemónica en todo el continente y se preparaba a desplazar definitivamente a Gran Bretaña como poder hegemónico en la Argentina. La guerra resultó un momento óptimo para ello, sobre todo a partir del momento que Estados Unidos abandonó la neutralidad debido al ataque sufrido en 1941 en Pearl Harbor, por parte de Japón.
La Argentina tenía una larga tradición «neutralista» frente a las guerras europeas, que había sido sostenida y defendida por todos los partidos políticos desde el siglo XIX. Las causas del «neutralismo» argentino son complejas, pero una de las más importantes está relacionada con la condición de proveedor de alimentos para los británicos y Europa en general. Tanto en la primera como en la segunda guerra, Gran Bretaña necesitaba garantizar el abastecimiento de alimentos (granos y carnes) a su población y a sus tropas, y ello hubiera sido imposible si la Argentina no mantenía la neutralidad, ya que los barcos de carga hubieran sido los primeros en ser atacados, interrumpiendo el suministro.[1] [2] Simultáneamente, la Argentina había mantenido una posición tradicionalmente reticente a la visión hegemónica del panamericanismo que había impulsado Estados Unidos desde fines del siglo XIX.
En diciembre de 1939 el gobierno argentino consultó con Gran Bretaña la posibilidad de abandonar la neutralidad y unirse a los Aliados. El gobierno británico rechazó de plano la proposición reiterando el principio: la principal contribución argentina eran los suministros y para garantizarlos era necesario mantener la neutralidad. Por entonces también Estados Unidos sostenía una posición «neutralista» consolidada por las leyes de Neutralidad de 1935-1939 y su tradicional «aislacionismo», aunque esa posición variaría radicalmente cuando sus bases militares en el Pacífico fueron atacadas por Japón el 7 de diciembre de 1941.[2]
Luego de Pearl Harbor, en la III Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores (Conferencia de Río de Janeiro) realizada en enero de 1942, Estados Unidos intentó que todos los países americanos lo siguieran en bloque ingresando a la guerra. Para Estados Unidos, que no resultaba afectado de ningún modo por la interrupción del comercio entre la Argentina y Europa, la Segunda Guerra Mundial se le presentaba como una excelente oportunidad para terminar de imponer su hegemonía continental, tanto política (expresada en el panamericanismo) como económica y desplazar definitivamente a Gran Bretaña de su punto fuerte en América. Pero la Argentina, a través de su canciller, el Premio Nobel de la Paz Carlos Saavedra Lamas, se opuso a la entrada en la guerra de los países americanos en bloque, frenando la propuesta estadounidense. A partir de entonces la presión norteamericana no dejaría de crecer hasta hacerse irresistible.
Frente a la guerra, la población argentina se dividía en dos grandes grupos: «aliadófilos» y «neutralistas». El primer grupo era favorable al ingreso de la Argentina en la guerra en el bando aliado, mientras que el segundo sostenía que el país debía mantenerse neutral. Un tercer grupo, los «germanófilos», era francamente minoritario y ante la imposibilidad de que la Argentina entrara a la guerra apoyando al Eje, solía apoyar la neutralidad confundiéndose con los neutralistas.
Tanto el presidente radical antipersonalista Roberto Ortiz (1938-1942) como el conservador Ramón Castillo (1942-1943) habían mantenido la neutralidad, pero era seguro que el candidato oficial Robustiano Patrón Costas le declararía la guerra al Eje. Esta circunstancia tuvo un enorme peso en las Fuerzas Armadas, sobre todo en el Ejército, donde la posición favorable a mantener la neutralidad era mayoritaria.
Situación económica y social[editar]
1943 fue un año de gran crecimiento de la
industria y de la
clase obrera. Las transformaciones socioeconómicas anticipaban grandes cambios sociopolíticos.
Una de las consecuencias directas de la Segunda Guerra Mundial sobre la realidad argentina fue el salto que dio el proceso de industrialización. En 1943 por primera vez el índice de producción industrial superó al agropecuario.[3] Las exportaciones industriales aumentaron del 2,9% del total en 1939, al 19,4% en 1943, encabezadas por la industria textil.[4]
Entre 1941 y 1946, la clase obrera industrial había crecido un 38%, pasando de 677.517 a 938.387 trabajadores.[5] Las fábricas se concentraron principalmente en el área urbana de Buenos Aires que en 1946 reunía el 56% de los establecimientos industriales y 61% del total de obreros del país.[6]
Por otra parte la Gran Depresión de 1929 había limitado la corriente migratoria europea, de modo tal que una nueva corriente de migraciones internas estaba transformando por completo, cuantitativa y culturalmente, a la clase obrera. En 1936 el 36% de la población de la Ciudad de Buenos Aires era extranjera y sólo un 12% provenía el interior del país (zonas rurales y pequeñas ciudades); para 1947 los extranjeros se habían reducido al 26% y los migrantes internos se habían duplicado alcanzando el 29%.[7] Entre 1896-1936 el promedio anual de provincianos que llegaban a Buenos Aires era de 8.000; ese promedio ascendió a 72.000 entre 1936-1943 y a 117.000 entre 1943-1947.[8]
Las nuevas condiciones socioeconómicas y la concentración geográfica anticipaban grandes cambios sociopolíticos con epicentro en Buenos Aires.
El golpe del 4 de junio[editar]
Si bien las Fuerzas Armadas habían sido uno de los pilares que sostuvieron a los sucesivos gobiernos de la década infame, su relación con el poder se había ido deteriorando en los últimos años, de la mano del cambio generacional en su composición y sobre todo, de la mano del proceso de industrialización que comenzó sostenidamente en el país en esa década. El desarrollo de la industria en la Argentina (y en muchas partes del mundo) se realizó de un modo íntimamente relacionado con las Fuerzas Armadas y las necesidades de la defensa nacional.
El presidente Ramón Castillo había enfrentado varias conspiraciones militares e intentos fallidos de golpe de Estado y en ese momento se estaban produciendo varias conspiraciones cívico-militares (como la del GOU, la que llevaban adelante el radical Ernesto Sanmartino y el general Arturo Rawson,[9] las operaciones que llevaba adelante el radical unionista Emilio Ravignani, etc.)[9] Sin embargo el golpe del 4 de junio de 1943 no fue previsto por nadie y se realizó con una gran dosis de improvisación y, a diferencia de todos los golpes que se produjeron en el país, casi sin participación civil.
El hecho concreto que desencadenó el golpe militar fue la renuncia que el presidente Castillo le exigió el 3 de junio a su Ministro de Guerra, el general Pedro Pablo Ramírez, por haberse entrevistado el 26 de mayo con un grupo de dirigentes de la Unión Cívica Radical que le ofrecieron la candidatura a presidente en las elecciones que se avecinaban, encabezando la Unión Democrática,[10] una alianza que el ala moderada del radicalismo (los unionistas) estaba tratando por entonces de concretar junto al Partido Socialista y el Partido Demócrata Progresista con apoyo del comunismo.[11]
El golpe se decidió el día anterior en una reunión en Campo de Mayo dirigida por los generales Arturo Rawson y Pedro Ramírez. Tiene interés histórico mencionar que no participaron de esa reunión ni el general Edelmiro Farrell ni el coronel Juan Perón, quienes serían más adelante los conductores máximos de la Revolución del 43; Farrell porque se excusó de participar del grupo golpista por razones personales cuando fue invitado por el general Rawson, y Perón porque no pudo ser hallado.[12]
En la madrugada del 4 de junio salió de Campo de Mayo, al noroeste de la Ciudad de Buenos Aires, una fuerza militar de 8.000 soldados encabezada por los líderes del levantamiento: los generales Arturo Rawson y Elbio Anaya, los coroneles Emilio Ramírez y Fortunato Giovannoni y el teniente coronel Tomás A. Ducó (famoso presidente del Club Huracán). Al llegar a la Escuela de Mecánica de la Armada, en el barrio de Núñez, la columna fue atacada por fuerzas leales atrincheradas allí, resultando del combate 30 muertos y 100 heridos.[13] Rendida la ESMA el presidente Castillo se embarcó en el rastreador Drummond[14] con orden de alejarse en dirección a Uruguay, dejando sola la Casa Rosada donde ingresaron los generales Juan Pistarini, Armando Verdagauer, Pedro Pablo Ramírez y Edelmiro Farrell, y los almirantes Sabá H. Sueyro y Guisasola, quienes recibieron a la columna rebelde poco después del mediodía, asumiendo el general Arturo Rawson como presidente.
En un primer momento todas las fuerzas políticas y sociales apoyaron el golpe, con mayor o menor entusiasmo, con la única excepción del Partido Comunista. Lo mismo sucedió con Gran Bretaña y Estados Unidos, que recibieron el golpe «con gritos de satisfacción», según refiere sir David Kelly, embajador británico en Argentina en ese momento.[15] La embajada alemana, por el contrario, quemó sus archivos el día anterior.[16]