Jaca, en la provincia de Huesca, siempre ha sido uno de los grandes, si no el mayor, baluarte pirenaico español. Esta pequeña ciudad se ha visto inmersa en batalla debido a su posición estratégica respecto a pasos fronterizos tan importantes como el de Somport o el Portalet en el Valle de Tena. Debido a ello goza de una de las fortalezas más impresionantes de España. Originaria del siglo XVI, la ciudadela de Jaca o castillo de San Pedro se conserva casi perfecta, luciendo el estilo italiano que la marcó desde el principio.
Entrada, puentes y espadaña de la ciudadela de Jaca. | Shutterstock
La trama de Felipe II para defender la frontera con Francia
Entre 1592 y 1595 se comenzaron las obras de la ciudadela de Jaca. Aragón y Felipe II no se llevaban bien que se dijera en aquellos momentos. A raíz de la caída en desgracia del secretario real Antonio Pérez del Hierro, se inició un conflicto que acabarían con el Justicia Mayor aragonés, Juan V de Lanuza, sin cabeza. Además de liderar la leyenda negra contra el Austria, Pérez organizó un intento de invasión con hugonotes, protestantes franceses. Apoyado por Navarra, fracasó, pero el monarca se quedó preocupado.
Ciervos en el foso. | Shutterstock
Por ello, puso al insigne arquitecto Tiburzio Spannocchi al frente del diseño de una fortaleza italiana pentagonal, que se conocería hasta el siglo XIX como castillo de San Pedro. Como la de Pamplona, estaba pensada para las nuevas formas de guerra. Sus muros eran mucho más bajos que castillos medievales como el de Gormaz o Burgalimar. La artillería había hecho que las murallas altas dejaran de ser una ventaja. El corte renacentista de la ciudadela de Jaca es claro. Al estilo de las ciudades ideales, la geometría perfecta permitía además componer un completo sistema defensivo que cubría todos los frentes.
Se escogió un lugar llamado el Burnao para levantar la ciudadela. Como ya había una muralla externa, lo que se requería era un punto fuerte que la complementara. Glacis, o desniveles suaves, precedían a un gran foso hoy habitado por ciervos. Desde allí se alzaron imponentes muros en un pentágono regular al que complementan cinco baluartes. Estos permiten una defensa adelantada y una cobertura de fuego cruzado. El añadido de dos matacasas en la base de cada bastión completaba la defensa mural. Estos espacios generaban aberturas para lanzar proyectiles desde los laterales de los puntos fuertes, protegiendo a sus espacios hermanos.
Polvorín. | Shutterstock
Un bastión contra los franceses que acabó defendiendo a los galos
La conclusión de la ciudadela de Jaca llevó mucho tiempo. De hecho, hasta el siglo XVIII no se completaría del todo. De finales del XVII es su iglesia, barroca y encomendada a San Pedro. El desarrollo dejó finalmente una fortaleza de gran capacidad, capaz de albergar a cientos de hombres. Junto a su colega pamplonesa y fuertes tan poderosos como el Santa Elena, cerca de Biescas y que guarda la entrada al Valle de Tena, suponía un referente de la defensa de los Pirineos.
Pero irónicamente, su momento estelar en lo bélico no vino defendiéndose de los franceses, sino dándoles resguardo. La invasión napoleónica cogió por sorpresa a la fortaleza oscense, que sin apenas soldados cayó rápidamente junto al resto de Jaca. El cambio de manos se produjo el 21 de marzo de 1809. El punto sería un gran escollo para la actividad española en la zona. Asimismo, era vital para guardar una posible retirada al otro lado de la cordillera pirenaica.
Bastión y matacasas de la ciudadela de Jaca. | Shutterstock
Las acciones locales de las guerrillas de Francisco Espoz y Mina junto al avance de Wellington hacia Vitoria llevaron a una situación curiosa. En el verano de 1813 se congregó en Jaca una fuerza de más de 10.000 soldados napoleónicos, llegadas de Zaragoza, Huesca y Navarra. Estas decidieron partir a Francia dejando a unos 800 defensores en la ciudad aragonesa, liderados por el comandante Déshorties.
Un decidido ataque de Antonio Oro, mandado por Espoz y Mina, obligó a los galos a refugiarse tras las murallas el 13 de septiembre. Un toma y daca constante, en el que los franceses lograron reabastecerse en varias ocasiones, derivó en el recrudecimiento del asedio por parte de otro militar español, Marcelino Oráa. Fue él quien logró tomar las murallas y la ciudad en diciembre. El mismo Espoz y Mina dirigió el sitio a la ciudadela de Jaca, alargado hasta febrero por la falta de artillería que sufrió. Solo la escasez de víveres hizo rendirse, con honores, a los soldados franceses.
Plaza de armas del Castillo de San Pedro de Jaca. | Shutterstock
Museo y miniaturas de la gran fortaleza pentagonal española
A pesar del cañoneo constante, los disparos de obús y las minas que Espoz realizó, el castillo de San Pedro ha llegado entero a la actualidad. Tras el conflicto con Napoleón apenas tuvo importancia táctica, aunque permaneció en uso por parte del ejército hasta fechas recientes. En el entretiempo vivió épocas oscuras, como cuando la ciudadela de Jaca fue campo de concentración durante el franquismo. Sea como fuere, su aspecto actual se debe a las premiadas reformas de 1968. Estas se destinaron a preservar el aspecto original, asegurando las estructuras.
Baluartes y garitas de la ciudadela de Jaca. | Shutterstock
Actualmente es gestionada por el Consorcio del Castillo de San Pedro, fruto de la colaboración entre el consistorio local, el Ministerio de Defensa y la Diputación Provincial de Huesca. El acceso al conjunto se hace hoy día a través de la puerta principal. Esta se sitúa frente a otro hito jaqués, la catedral románica. Calles defensivas y un puente fijo se ve continuado por otro levadizo, clave en su antigua utilidad defensiva. El segmento de entrada destaca por la espadaña que luce en lo alto. Sus campanas servía para dar comunicaciones a la guarnición.
La visita permite ver los principales elementos de la ciudadela de Jaca, desde subir a los bastiones a comprender cómo funcionaban las matacasas. Polvorín, zonas de ventilación, iglesia o patio de armas son otros lugares muy destacados. En el último se halla una estatua de Felipe II, promotor del castillo de San Pedro, una rara avis en Aragón.
Vista aérea del Castillo de San Pedro. | Shutterstock
En los edificios que rodean el patio de armas se halla también el espacio más curioso de la fortaleza pentagonal. Se trata del museo de miniaturas. Estas van de creaciones originales y dioramas ganadores de premios dados por el Ministerio de Defensa a recreaciones de batallas como la de Waterloo. Solo esta cuenta con más de 8.000 soldaditos de plomo. En total, se superan las 35.000 figurillas y hay 24 escenarios. Su visita se incluye en la entrada general. Un acicate que complementa el recorrido por la única fortaleza de este tipo que se ha mantenido entera en España.