La lluvia había caído a torrentes, y la carretera estaba lisa. Era además una carretera que ondulaba sobre la cima de una montaña, con hondos barrancos a cada lado. En la profundidad, pasaba un arroyo.
El vehículo de Manuel Antonio, en una de las curvas de esa carretera en España, se deslizó sin control y se despeñó dando vueltas mientras caía a lo profundo del despeñadero. Manuel, herido de gravedad, quedó aprisionado debajo del auto, semisumergido en el arroyuelo. Dos cosas pasaron por su mente: cómo ser rescatado, y cómo no morir de sed.
Tenía puesta una camiseta de algodón. Era una camiseta barata, pero de tela absorbente. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, Manuel logró quitarse la camiseta, hacer una especie de rollo con ella, e introducir una punta en el agua.
Así, mojando la camiseta una y otra vez y sorbiendo el líquido cristalino, pudo pasar los peores tres días de su vida. Cuando fue rescatado, tuvo apenas aliento para decir: «Dios y mi camiseta me salvaron la vida.»
Esta es una descripción perfecta de los azares de la vida. En cualquier momento, ocurre la desgracia. Los accidentes se hallan a la vuelta de la esquina. Nadie está libre de ellos.
Sin embargo, de igual manera nadie está libre de cualquier tragedia emocional o familiar. La existencia humana es efímera, inestable, impredecible, y cuando menos pensamos, el golpe sobreviene. Es para esos momentos que necesitamos encontrar agua fresca, porque sin agua no sobrevivimos.
¿De dónde sacar agua fresca espiritual para saciar la sed, reavivar la fe, fortalecer el ánimo y alentar la esperanza? Hay una sola fuente, que es Jesucristo. Él dijo: «El que beba del agua que yo le daré, no volverá a tener sed jamás, sino que dentro de él esa agua se convertirá en un manantial del que brotará vida eterna» (Juan 4:14).
Aunque tengamos sólo un hilito de fe, aunque nuestra mente esté abrumada de dudas, aunque pensemos que no le importamos a Dios, de todos modos Dios quiere ayudarnos. De Él podemos recibir el agua de vida que salva nuestra alma.
La camiseta de Manuel Antonio fue el hilito con que logró sacar agua del arroyo, que a la postre lo salvó. En cambio, nuestro clamor a Cristo es el hilito que hará que Él nos socorra. Cristo desea librarnos de nuestros problemas. No perdamos la fe. Él está a nuestro lado, dispuesto a darnos el auxilio que necesitamos.
|