“ ........Y LO ATARON.....”
Esta mañana me levanté un poquito antes y salí de casa para recoger el pan que ayer encargué; os diré que me gusta mucho el pan de pueblo por su exquisitez y blancura. Yo le digo: pan de rosquillas, por su finura y esmerado color que con sólo verlo está diciendo: comedme. Cada vez que tengo en las manos esa hogaza grande de pan de mi pueblo, me río satisfecho y me dan ganas de mandar una a cada país, ciudad o barrio donde aún hay hambre para ver si se repite el milagro de la multiplicación. ¡Qué lástima! aún no lo he logrado. ¿Queréis echarme una manita? Es triste pasar, hambre, amigos.
El mismo camino y el mismo objetivo tenía la señora que me acompañó un trecho del camino hacía la panadería. Hablamos del tiempo caluroso y que no se veía a nadie. Ambos teníamos la misma idea ante tanta paz y quietud por doquier y comentamos que parecía haber llegado el fin del mundo. Es que en mi pueblo, pequeña aldea entre sierras suaves y un inmenso robledal con ejemplares vetustos hasta de 200 años y unos inolvidables atardeceres anunciando el cielo inmenso de las noches de agosto bien cuajado de estrellas, sólo lo habitan en invierno unas 80 personas. La mayoría ancianos y niños no hay. El parque infantil recién inaugurado suponemos que era cuestión de estadísticas oficiales. ¡Qué maravilla el cielo de Agosto de Guadapero, mi pueblo! Es una lástima el ver morir estos pueblos pequeños por una emigración hacia la ciudad que agrava los efectos de aquella gran desbandada de los años 6o hacía centro Europa en especial a Francia y Alemania. Unas políticas erróneas y el olvido del campo por todas las autoridades lo han herido de muerte y ya no se repone. También los de mi pueblo quieren y tienen derecho a vivir en la capital y a tener servicios semejantes.
Sí ya se han ido
Se fueron por el camino que dicen no tendrá vuelta
Y hasta las cigüeñas se fueron,
ya no anidan ¡ay! no,
en la alto de la iglesia.
Hoy me acerqué al camposanto, lo hago con fecuencia antes de retirar mi hogaza y allí sí, allí encontré a todos aquellos con los que yo conviví en mi niñez y juventud que ya han ido muriendo.
Ya no son otra cosa que un recuerdo, el nombre en una lápida y una fecha; la fecha de defunción. Es lo último que lucen ellos, aunque los allegados, que los visitan de año en año, se han empeñado en marcar su bienestar y progreso rodeándolos de mármoles. Nada tienen que ver aquellos, tampoco sus vidas ni la forma primitiva de trabajar que sufrieron, con el intento de lujo barato de los que les han heredado. Tengo la impresión de que los vivos están presumiendo a costa de los muertos ¡lástima! Me parece más digno y mayor respeto a la voluntad de aquellos que ya se fueron, el rodear sus tumbas de plantas y yedra cuyas raíces tocan sus corazones y trasladan un mensaje a los que les visitamos. Han vuelto a la tierra que les vio nacer, en la que trabajaron para poder comer y a la que han encomendado ya sus despojos mientras ellos en la eternidad esperan la recompensa de sus obras. Entre tantas cruces hallé una con sorpresa que me ha dado que pensar. “Que no se queden solos”, pensaría la buena persona, que ató a Cristo a la cruz de su familiar. Quizá no sabía que Cristo vive para siempre y no se deja atar ya. Al verlo así, se me ocurrió decir, dirigiéndome al Señor:” Te han vuelto a atar los de mi pueblo, amigo”. Esta vez ya no te libras del sepulcro”. Volví de mi visita matinal y ya recogí mi hogaza.
¡ BUEN PROVECHO, AMIGOS, Y SALUD!