Hola mis amados:
En verdad que el Apóstol Pablo era un preso del amor de Cristo, donde quiera que estaba predicaba el evangelio y era testimonio de ser un siervo del Señor, cuanto nos falta a nosotros poder decir como el, imitadme a mí como yo a Cristo, en verdad somos así de transparentes, de íntegros y mostrar que realmente vive dentro de nosotros el Señor, es un reto y más en este siglo donde reina la oscuridad y la maldad, que seamos trastornadores por nuestro comportamiento.
PRESO POR CRISTO
Mis prisiones se han hecho patentes en Cristo en todo el pretorio, y a todos los demás. (Filipenses 1:13)
El apóstol Pablo siempre se consideró un preso por la causa de Cristo; nunca por un delito. Estaba encadenado porque creía en Cristo, lo predicaba y lo representaba.
Desde el punto de vista de Roma, Pablo era un preso encadenado a un guarda romano. Pero desde la perspectiva de Pablo, los guardas romanos eran esclavos cautivos encadenados a él. El resultado de tal confinamiento fue que la causa de Cristo se había llegado a conocer “en todo el pretorio”. Lejos de ser una condición opresiva, a Pablo se le había dado la oportunidad de dar testimonio de Cristo a cada guardia asignado a él, cada seis horas.
¿Qué veían los soldados? Veían el carácter santo de Pablo, su misericordia, su paciencia, su amor, su sabiduría y su convicción. Al convertirse los miembros de la guardia de palacio, se difundía la salvación más allá de ellos hasta “los de la casa de César” (Fil. 4:22).
Por muy difícil que pueda parecer a primera vista, nadie es demasiado difícil de evangelizar.
SIENTATE Y TOCA EL PIANO
A mi esposa le encantan las antigüedades. A mí no. (Me resultan un poco viejas.) Pero como amo a mi esposa, a veces me encuentro guiando a tres niñas por un negocio de antigüedades mientras Denalyn hace compras.
Tal es el precio del amor.
El secreto de la supervivencia en un negocio de reliquias es encontrar una silla y un viejo libro y acomodarse para soportar la larga jornada. Eso fue lo que hice ayer. Luego de advertir a las niñas que miraran con sus ojos, no con sus manos, me senté en una mullida mecedora con algunas revistas Life de los años cincuenta.
Fue en ese momento que escuché la música. Música de piano. Música bella. De la obra de Rogers y Hammerstein. Las colinas adquirían vida con el sonido de la destreza de alguien en el teclado.
Giré para ver quién tocaba, pero no podía ver a nadie. Me incorporé y me acerqué. Un pequeño grupo de oyentes se había juntado ante el viejo piano vertical. Entre los muebles podía ver la pequeña espalda del pianista. ¡Vaya, sólo es un niña! Dando unos pasos más pude ver su cabello. Corto, rubio y gracioso como... ¡Sorprendente, es Andrea!
Nuestra hija de siete años estaba sentada al piano recorriendo con sus manos el teclado de punta a punta. Quedé anonadado. ¿Qué regalo del cielo es este que pueda tocar de tal manera?
Se habrá activado algún gen que ella heredó de mi familia. Pero al acercarme más, pude ver el verdadero motivo. Andrea «tocaba» un piano automático. No producía la música; la seguía. No tenía el control del teclado, sino que intentaba seguir el ritmo. Aunque parecía ejecutar la canción, en realidad, sólo intentaba seguir el ritmo de una canción ya escrita. Cuando una tecla se hundía, sus manos disparaban.
¡Ah, pero si pudieras haber visto su pequeño rostro, alegre y risueño! Ojos que danzaban del mismo modo que lo habrían hecho sus pies de haber sido posible ponerse de pie y tocar al mismo tiempo.
Me daba cuenta del porqué estaba tan feliz. Se sentó con la intención de tocar «Chopsticks», pero en lugar de eso tocó «The Sound of Music».
Aún más importante era que resultaba imposible que fracasara. Uno más grande que ella determinaba el sonido. Andrea tenía la libertad de tocar todo lo que quisiese, sabiendo que la música nunca sufriría.
No es de sorprenderse que se regocijase. Tenía por qué hacerlo. También nosotros.
¿No nos ha prometido Dios lo mismo? Nos sentamos ante el teclado, dispuestos a ejecutar la única canción que sabemos, pero descubrimos una nueva canción. Una canción sublime. Y nadie se sorprende más que nosotros cuando nuestros esfuerzos endebles se transforman en momentos melodiosos.
Tú tienes una, ¿lo sabes?, una canción completamente tuya. Cada uno de nosotros la tiene. La única pregunta es: ¿la tocarás?
De paso, al mirar cómo «tocaba» Andrea ese día en la tienda de antigüedades observé un par de cosas.
Noté que el piano recibía todo el crédito. La multitud reunida apreciaba los esfuerzos de Andrea, pero conocía la verdadera fuente de la música. Cuando Dios obra, sucede lo mismo. Es posible que aplaudamos al discípulo, pero nadie sabe mejor que el propio discípulo quién en realidad merece la alabanza.
Pero eso no impide que el discípulo se siente en la banqueta. Por cierto que no impidió que Andrea se sentase al piano. ¿Por qué? Porque sabía que no era posible que fracasase. Incluso sin entender cómo funcionaba, sabía que lo hacía.
Así que se sentó al teclado... y fue una experiencia memorable.
Max Lucado.
Aun cuando es posible que no entiendas cómo obra Dios, sabes que lo hace.
De modo que adelante. Arrima una banqueta, siéntate al piano y toca.
Diga, pues, nuestro señor a tus siervos que están delante de ti, que busquen a alguno que sepa tocar el arpa, para que cuando esté sobre ti el espíritu malo de parte de Dios, él toque con su mano, y tengas alivio. 1 Sam 16:16
Y cuando el espíritu malo de parte de Dios venía sobre Saúl, David tomaba el arpa y tocaba con su mano; y Saúl tenía alivio y estaba mejor, y el espíritu malo se apartaba de él. 1 Sam 16:23
Y David y todo Israel se regocijaban delante de Dios con todas sus fuerzas, con cánticos, arpas, salterios, tamboriles, címbalos y trompetas. I Cro 13:8
Que el Señor cada día pueda escuchar nuestra melodía, que Él sea quien interprete el instrumento que somos tu y yo para que solo reciba el reconocimiento y la Honra El, pero que se deleite al ver que le obedecemos, es ahí cuando empieza a sonar y la melodía a ser escuchada, que nuestro corazón este siempre dispuesto a agradarle y que quien escuche la música le busque, quede enamorado de Jesús y desee que también el Señor lo use para Su Gloria y alabanza.
Los amo y bendigo en Jesucristo.
MAGNOLIA
MÉTELA EN TU CORAZÓN
Según un predicador escocés, guardar la palabra en el corazón es meter una cosa buena en un buen lugar para un buen fin. Muchos tienen la Biblia en la cabeza, o en el bolsillo. Lo que necesitan es tenerla en el corazón. -D.L. Moody-
"En mi corazón he guardado tus dichos, Para no pecar contra ti"
Salmo 119:11
By Andrea
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