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General: San Martin de Porres, saludos a los que llevan este nombre
Triar un altre plafó de missatges |
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De: Chiioriginal (Missatge original) |
Enviat: 03/11/2009 21:52 |
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Martín de Porres, Santo |
Religioso dominico, peruano
El racismo, esa distinción que hacemos los
hombres distinguiendo a nuestros semejantes por el color de la piel es
algo tan sinsentido como distinguirlos por la estatura o por el volumen
de la masa muscular. Y lo peor no es la distinción que está ahí sino
que ésta lleve consigo una minusvaloración de las personas
-necesariamente distintas- para el desempeño de oficios, trabajos,
remuneraciones y estima en la sociedad. Un mulato hizo mayor bien que
todos los blancos juntos a la sociedad limeña de la primera mitad del
siglo XVII.
Fue hijo bastardo del ilustre hidalgo -hábito de Alcántara- don
Juan de Porres, que estuvo breve tiempo en la ciudad de Lima. Bien se
aprecia que los españoles allá no hicieron muchos feos a la población
autóctona y confiemos que el Buen Dios haga rebaja al juzgar algunos
aspectos morales cuando llegue el día del juicio, aunque en este caso
sólo sea por haber sacado del mal mucho bien. Tuvo don Juan dos hijos,
Martín y Juana, con la mulata Ana Vázquez. Martín nació mulato y con
cuerpo de atleta el 9 de diciembre de 1579 y lo bautizaron, en la
parroquia de San Sebastián, en la misma pila que Rosa de Lima.
La madre lo educó como pudo, más bien con estrecheces, porque los
importantes trabajos de su padre le impedían atenderlo como debía. De
hecho, reconoció a sus hijos sólo tardíamente; los llevó a Guayaquil,
dejando a su madre acomodada en Lima, con buena familia, y les puso
maestro particular.
Martín regresó a Lima, cuando a su padre lo nombraron gobernador de
Panamá. Comenzó a familiarizarse con el bien retribuido oficio de
barbero, que en aquella época era bastante más que sacar dientes,
extraer muelas o hacer sangrías; también comprendía el oficio disponer
de yerbas para hacer emplastos y poder curar dolores y neuralgias;
además, era preciso un determinado uso del bisturí para abrir
hinchazones y tumores. Martín supo hacerse un experto por pasar como
ayudante de un excelente médico español. De ello comenzó a vivir y su
trabajo le permitió ayudar de modo eficaz a los pobres que no podían
pagarle. Por su barbería pasarán igual labriegos que soldados, irán a
buscar alivio tanto caballeros como corregidores.
Pero lo que hace ejemplar a su vida no es sólo la repercusión
social de un trabajo humanitario bien hecho. Más es el ejercicio
heroico y continuado de la caridad que dimana del amor a Jesucristo, a
Santa María. Como su persona y nombre imponía respeto, tuvo que
intervenir en arreglos de matrimonios irregulares, en dirimir
contiendas, fallar en pleitos y reconciliar familias. Con clarísimo
criterio aconsejó en más de una ocasión al Virrey y al arzobispo en
cuestiones delicadas.
Alguna vez, quienes espiaban sus costumbres por considerarlas
extrañas, lo pudieron ver en éxtasis, elevado sobre el suelo, durante
sus largas oraciones nocturnas ante el santo Cristo, despreciando la
natural necesidad del sueño. Llamaba profundamente la atención su
devoción permanente por la Eucaristía, donde está el verdadero Cristo,
sin perdonarse la asistencia diaria a la Misa al rayar el alba.
Por el ejercicio de su trabajo y por su sensibilidad hacia la
religión tuvo contacto con los monjes del convento dominico del Rosario
donde pidió la admisión como donado, ocupando la ínfima escala entre
los frailes. Allí vivían en extrema pobreza hasta el punto de tener que
vender cuadros de algún valor artístico para sobrevivir. Pero a él no
le asusta la pobreza, la ama. A pesar de tener en su celda un armario
bien dotado de yerbas, vendas y el instrumental de su trabajo, sólo
dispone de tablas y jergón como cama.
Llenó de pobres el convento, la casa de su hermana y el hospital.
Todos le buscan porque les cura aplicando los remedios conocidos por su
trabajo profesional; en otras ocasiones, se corren las voces de que la
oración logró lo improbable y hay enfermos que consiguieron recuperar
la salud sólo con el toque de su mano y de un modo instantáneo.
Revolvió la tranquila y ordenada vida de los buenos frailes, porque
en alguna ocasión resolvió la necesidad de un pobre enfermo entrándolo
en su misma celda y, al corregirlo alguno de los conventuales por
motivos de clausura, se le ocurrió exponer en voz alta su pensamiento
anteponiendo a la disciplina los motivos dimanantes de la caridad,
porque "la caridad tiene siempre las puertas abiertas, y los enfermos
no tienen clausura".
Pero entendió que no era prudente dejar las cosas a la
improvisación de momento. La vista de golfos y desatendidos le come el
alma por ver la figura del Maestro en cada uno de ellos. ¡Hay que hacer
algo! Con la ayuda del arzobispo y del Virrey funda un Asilo donde
poder atenderles, curarles y enseñarles la doctrina cristiana, como
hizo con los indios dedicados a cultivar la tierra en Limatombo.
También los dineros de don Mateo Pastor y Francisca Vélez sirvieron
para abrir las Escuelas de Huérfanos de Santa Cruz, donde los niños
recibían atención y conocían a Jesucristo.
No se sabe cómo, pero varias veces estuvo curando en distintos
sitios y a diversos enfermos al mismo tiempo, con una bilocación
sobrenatural.
El contemplativo Porres recibía disciplinas hasta
derramar sangre haciéndose azotar por el indio inca por sus muchos
pecados. Como otro pobre de Asís, se mostró también amigo de perros
cojos abandonados que curaba, de mulos dispuestos para el matadero y
hasta lo vieron reñir a los ratones que se comían los lienzos de la
sacristía. Se ve que no puso límite en la creación al ejercicio de la
caridad y la transportó al orden cósmico.
Murió el día previsto para su muerte que había conocido con
anticipación. Fue el 3 de noviembre de 1639 y causada por una simple
fiebre; pidiendo perdón a los religiosos reunidos por sus malos
ejemplos, se marchó. El Virrey, Conde de Chinchón, Feliciano de la Vega
-arzobispo- y más personajes limeños se mezclaron con los incontables
mulatos y con los indios pobres que recortaban tantos trozos de su
hábito que hubo de cambiarse varias veces.
Lo canonizó en papa Juan XXIII en 1962.
Desde luego, está claro que la santidad no entiende de colores de piel; sólo hace falta querer sin límite.
¿Qué nos enseña su vida?
La vida de San Martín nos enseña:
A servir a los demás, a los necesitados. San Martín no se cansó
de atender a los pobres y enfermos y lo hacía prontamente. Demos un
buen servicio a los que nos rodean, en el momento que lo necesitan.
Hagamos ese servicio por amor a Dios y viendo a Dios en las demás
personas.
A ser humildes. San Martín fue una persona que vivió esta
virtud. Siempre se preocupó por los demás antes que por él mismo. Veía
las necesidades de los demás y no las propias. Se ponía en el último
lugar. A llevar una vida de oración profunda. La oración debe ser el
cimiento de nuestra vida. Para poder servir a los demás y ser humildes,
necesitamos de la oración. Debemos tener una relación intima con Dios
A ser sencillos. San Martín vivió la virtud de la sencillez.
Vivió la vida de cara a Dios, sin complicaciones. Vivamos la vida con
espíritu sencillo.
A tratar con amabilidad a los que nos rodean. Los detalles y
el trato amable y cariñoso es muy importante en nuestra vida. Los demás
se lo merecen por ser hijos amados por Dios.
A alcanzar la santidad en nuestra vidas. Por alcanzar esta santidad, luchemos...
A llevar una vida de penitencia por amor a Dios. Ofrezcamos sacrificios a Dios.
San
Martín de Porres se distinguió por su humildad y espíritu de servicio,
valores que en nuestra sociedad actual no se les considera importantes.
Se les da mayor importancia a valores de tipo material que no alcanzan
en el hombre la felicidad y paz de espíritu. La humildad y el espíritu
de servicio producen en el hombre paz y felicidad.
Oración Virgen María y San Martín de Porres, ayúdenme
este día a ser más servicial con las personas que me rodean y así
crecer en la verdadera santidad. Sigue navegando con San Martín de Porres en:
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De: Cheri |
Enviat: 04/11/2009 21:36 |
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