Resuelta Vino como a la playa el maremoto, inesperada, silenciosamente, sin circunvalaciones, impulsiva, como quien sabe y busca lo que quiere. Sin embargo, tenía su estrategia; no se dio de repente, sino por partes. Avanzaba piezas en ordenado, sensorial despliegue, como en el juego de ajedrez, rompiendo cada defensa inexorablemente. Sus piezas eran fotos personales, frases directas, breves. Se mostraba por zonas, un hombro descubierto, un pie indolente en su zapato de tacón de aguja, un seno firme, rígido, que emerge de la blusa entreabierta con el pezón erecto, que se ofrece, unos labios sensuales, simulando absorción en vaivenes, unas ancas lustrosas, invitando a galope febril, que no requiere campos abiertos ni horizontes amplios, porque cuanto desea hacer lo puede en dos metros cuadrados, entre cuatro paredes. Y su lenguaje, lúbrico, conciso, sin floritura inútil, sin hipérbole, llamando a cada cosa por su nombre, sin ocultarse en los ambiguos pliegues de fingido pudor, como quien mira sin doblez a los ojos, y sostiene la mirada, evadiendo el parpadeo, como quien habla lo que piensa y siente. Sus palabras surgían tan desnudas como sus muslos y como su vientre. Las respondí una a una, con la misma intensidad brotada de su fuente. Me temblaba la mano al escribirlas, pero no era temor, era la fiebre de la anticipación, y la certeza de una complicidad nada excluyente. Vino un día y se dio tal como hablaba, desnuda era aún más bella, era el juguete que, al acostarse cada noche, piden los hombres más sensuales a los Reyes. Toda ella era lujuria fascinante, elástica en su abrazo de serpiente.
Los Angeles, 17 de marzo de 2009
Francisco Alvarez Hidalgo
INDIO
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