Aveces, quizás me aferre tan fuertemente a la preocupación que todo mi cuerpo se pone tenso. Cuando mi mente reacciona a un problema con temor, busca incesantemente una respuesta. Pero existe una manera más fácil: Dejar ir y sosegar mis pensamientos. Respiro profundamente y suelto las preocupaciones. No tengo que solucionar las cosas por mí mismo, sintiéndome separado de Dios.
Por el contrario, permanezco en el fluir del amor y la guía de Dios. Al acceder a la sabiduría infinita, la vida perfecta y la fortaleza internas, satisfago cualquier necesidad que surja en mi vida. Aun cuando pienso que no hay manera, Dios me revela una cuando me sosiego y estoy a tono con Su guía. Confío en Dios y avanzo con confianza.
Aunque lo nuevo me cauce emoción un momento y temor en otro, lo acojo con osadía, esperando completamente mi bien. Cada oportunidad es una idea a la que le ha llegado su momento. Así que no permito que la magnitud de la tarea me abrume ni me intimide. Tengo en mí toda la sabiduría, fortaleza y claridad que necesito para superar cualquier reto presente.
Si surge un obstáculo, determino centrar mi atención en cada triunfo, y celebrar hasta los más pequeños. Aprendo de las desilusiones y no permito que los altibajos me desanimen.
Lo que hago marca la pauta. Estoy completamente equipado para emprender algo nuevo con confianza y decisión.
Yo reconozco que todo lo puedes y que no hay pensamiento que te sea oculto.—Job 42:2