LABERINTOS
El mito del laberinto es antiquísimo y, es común a
todas las antiguas civilizaciones en donde se explica que es un pasaje
difícil de recorrer, confuso, que hace perderse al Ser Humano por
intrincados senderos. Esto es muy curioso, por cuanto la ciencia actual
ha descubierto que generalmente, cuando estamos a oscuras y no
conocemos el recinto en el cual nos hallamos, o cuando queremos salir de
un sitio grande sin luz, la primera tendencia que tenemos es a caminar
en círculo; y cuando nos perdemos, la primera tendencia que tenemos es
también a caminar en círculo
Laberinto de creta:
Se cuenta
que Ares-Dionisos, desciende a la tierra. No hay nada creado, no hay
nada plasmado; hay tan solo oscuridad, tan solo tinieblas. Pero, desde
las alturas, a este Ares-Dionisos se le otorga un arma, el Labris, y se
le dice que con ella ha de forjar el mundo.
Ares-Dionisos, en medio
de estas tinieblas, comienza a marchar en forma circular y, con su
hacha, va tallando la oscuridad y abriendo un surco. Cuando
Ares-Dionisos, luego de tallar y tallar, llega al centro mismo de su
sendero, descubre que ya no tiene el hacha del comienzo. Ahora su hacha
se ha tornado pura luz; lo que tiene en sus manos es una hoguera, una
llama, una antorcha que ilumina perfectamente, porque él ha realizado un
doble milagro: ha tallado la oscuridad hacia fuera con un filo del
hacha y ha tallado su propia oscuridad interior con el otro filo del
hacha. En la medida en que hizo luz afuera, hizo luz adentro; en la
medida en que abrió paso por fuera, abrió paso por dentro.
Laberintos encontramos en Inglaterra, También los encontramos en la
India, donde fueron tomados como símbolo de meditación, de
reconcentración, de retorno sobre el propio eje, en el Antiguo Egipto.
En el Medioevo, en las catedrales góticas, tampoco faltaban laberintos.
Uno de los más famosos, y que suele representarse en casi todas las
ilustraciones, es el laberinto de Chartres, dibujado en las losas del
pavimento de la gran catedral, laberinto que no es para perderse sino
para recorrer, en una especie de camino iniciático, de camino de
realización y de logros, que el candidato, el discípulo, aquel que
pretende acceder a los Misterios, debe recorrer. Es dificilísimo
perderse en el laberinto de Chartres; los caminos están perfectamente
señalados, las curvas y los trayectos están a la vista, pero lo
importante es llegar al centro, a la piedra cuadrada donde los clavos
marcan las distintas constelaciones y donde el hombre, de una manera
alegórica, ha llegado al Cielo, se ha incrustado entre las deidades.
Probablemente todos estos mitos de la Antigüedad, y aun los laberintos
simbólicos que se trazaban en las catedrales, obedecían no tanto a una
realidad histórica, sino tal vez a una realidad psicológica.
Cotidianamente seguimos inmersos en un laberinto; aunque no haya
monstruos, aunque no haya pasadizos, estamos perpetuamente atrapados.
Claro está que el mito nos ofrece una solución. Ares-Dionisos no entra
con las manos vacías al laberinto:El hacha o la espada ha sido siempre
un símbolo de voluntad. ¡Cuántas tradiciones medievales recogen todavía
aquello de la espada clavada en la piedra que sólo el hombre de fuerte
voluntad va a poder extraer!
Cuando se toma conciencia del
laberinto, cuando se penetra en él, hay que concienciar también la
importancia de encontrar la salida. El que halla la salida, destruye el
laberinto.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que la salida del
laberinto no está fuera; la salida del laberinto está exactamente en el
centro, en el corazón del laberinto.
Dicen los antiguos que el
laberinto no se recorría de cualquier forma, que la manera ideal de
recorrer el laberinto era danzando o realizando pasos de tal forma que
todos estos pasos describiesen figuras; figuras en el suelo, figuras en
el espacio, figuras rituales y mágicas. Nosotros, de alguna forma,
deberíamos danzar a lo largo de la vida, llamando así al proceso de
evolución.
Debemos despertar a Ares-Dionisos , darle vida, sacar ese héroe a la luz.
En todos nosotros existe un segundo nacimiento, que no es el de haber
aparecido a la vida físicamente, sino ese otro en el cual nuestro héroe
interior se manifiesta con sus mejores armas, con sus mejores fuerzas y
cualidades.