Existe una fuerza entre el hombre y la
mujer, algunas veces de atracción, otras de
Repulsión. El mero hecho de estar
juntos convoca una fuerza que no es una
Relación en sí misma, aunque el
hombre y la mujer se atraigan mutuamente para
Encontrarse. Debe intervenir algo más;
esto puede ser el acto sexual, aunque sea
Real solo en el momento.
En esta relación podemos observar un
ejemplo del dinamismo presente cuando
Tres elementos se juntan en una acción.
Todas las relaciones verdaderas se
Reducen a la combinación de tres
elementos independientes que representan
Entre sí la influencia afirmativa, la
negativa o receptiva y la reconciliadora. Así,
Nos referimos a la acción como
triádica, porque una relación necesita estos tres
Elementos si va a formar parte de la
experiencia.
El acto sexual, que es una unión
genuina, pero momentánea cuando es apropiada
en esencia, transmite la tercera
fuerza, la reconciliadora. Es común considerar que
el acto sexual reconcilia la fuerza
afirmativa del hombre y la fuerza receptiva de la
Mujer; sin embargo, esto es una visión
parcial. Desde una perspectiva objetiva,
Tanto el hombre como la mujer son
receptivos y la afirmación proviene de la
fuerza creativa que busca penetrar en
la Naturaleza.
El hombre y la mujer son capaces de
representar sus respectivos papeles
afirmativo y receptivo solo cuando hay
una creación genuina entre ellos. La
relación arquetípica es la de la
concepción y gestación de un niño, aunque la
verdadera relación de hombres y
mujeres no acaba allí. El niño es el portador o
transmisor de la tercera fuerza, la
reconciliadora.
En cualquier relación, la tercera
fuerza tiene la característica de ser capaz de
unificar las naturalezas dispares de la
afirmación y la receptividad. No es un
medio para conectar las dos. Es aquello
en lo que pueden fusionarse en uno, en
una creación nueva.
A pesar de que es común considerar a
la «reconciliación» como la resultante del
encuentro de lo «activo» y lo
«pasivo», esto no es exactamente así. La tercera
fuerza es independiente y libre, y por
esa razón, por lo general, es imperceptible o
irreconocible. Si observamos
cuidadosamente la concepción de un niño, es obvio
que los padres no «hacen» al niño,
sino que permiten que este entre a la
existencia. Hay un encuentro de los
tres actos en uno que, en esencia, es eterno.
En el acto de la concepción, el hombre
y la mujer se convierten en padre y madre.
Son algo más que los polos entre los
que existe la fuerza del sexo.
La manifestación primordial está en
la fuerza materna. Para convertirse en
madre, la mujer tiene el poder de la
atracción sobre el hombre y es esto lo que
despierta en él su facultad paterna.
Si se mira desde esta perspectiva, es la madre
la que inicia el acto de concebir: sin
embargo, no lo hace desde su afirmación, sino
desde su receptividad, atrayendo al
hombre hacia sí. De la misma manera, desde
nuestra receptividad atraemos al poder
creativo que se precisa para
transformarnos y concebir un alma. Así,
primero es la madre; luego, el hombre
atraído por ella, y de su unión viene
un nuevo ser al mundo. Este es un ejemplo
de una tríada de evolución o
concentración 12. Este nuevo ser es un potencial
nuevo. Algo nuevo ha entrado al mundo,
con todo tipo de posibilidades para la
transformación. Esto es lo que ve o
siente la madre al mirar a su hijo, mientras se
pregunta en qué se convertirá. La
emergencia de un potencial nuevo es una de las
manifestaciones características de la
tercera fuerza.
Desde el punto de vista del padre, la
acción es diferente. La concepción es un acto
de transmisión. Es muy importante
comprender que el hombre juega el papel de
transmisor de la simiente y que no es
el origen de esta. El poder creativo de
gestación trabaja a través de él y
lleva el patrón del padre al hijo, en especial si es
un varón, que luego se convierte en el
representante del padre que continúa su
linaje, e incluso completa el trabajo
de este. El padre es afirmación, y ve en la
madre, lo receptivo, un medio de
satisfacer y renovar y un modo de extenderse y
abrirse al futuro. Esto es una tríada
de Involución o Expansión. A su vez, el niño
puede convertirse en transmisor de la
fuerza afirmativa, formando así una
cadena de generación. Sin la tercera
fuerza del niño la transmisión finaliza y
entonces hablamos en verdad de un
matrimonio estéril.
Ante todo está la realidad de la
concepción como un acto iniciado por el niño en
sí. Por lo general no podemos
comprobar que el niño es quien inicia su propia
procreación, ya que no podemos ver más
allá de los hechos tangibles de la
concepción. Sin embargo, es el niño
preconcebido el que despierta en la mujer la
fuerza atrayente de la madre. Robert
Louis Stevenson lo describe
maravillosamente en su fábula El
pobrecito 13, donde el niño que será concebido
se comporta de tal manera que la madre
está obligada a moverse en el sentido de
su concepción. En La República, de
Platón, se cuenta la misma historia; en su
relato de Er, el hijo muerto de Armenio
regresó al mundo cuando comprendió
qué se hacía para volver y el momento
de elección que ello involucra.
Antes de ser concebido, el niño no
existe. No es material, ni tampoco pertenece al
mundo espiritual de las energías.
Existe en el mundo espiritual 14, simplemente
como la voluntad de ser. Es la tercera
fuerza, incorpórea. No se puede
comprender esto sin que los centros más
elevados trabajen en nuestro interior, ya
que son capaces de percibir fuera del
espacio y del tiempo. Es esta condición
espiritual la que nos otorga la
libertad antes de existir. En la tradición musulmana
se enseña que antes de nacer elegimos
esta vida. Esto es un misterio que no debe
aceptarse a ciegas. Sin embargo, hasta
su posibie verdad tiene implicaciones
profundas para nosotros. Debemos
intentar formarnos alguna intuición de este
estado de voluntad pura, sin forma o
límites, en el que se hace una elección para
nacer, del que proviene el acto de
despertar la facultad materna y de liberar las
fuerzas gestadoras del padre. Este es
un ejemplo de una tríada de Libertad.
Sin embargo, no se elige libremente
dónde nacer, con qué padres y con qué
herencia. Debe aceptarse una cierta
limitación al entrar en la existencia a través de
una combinación de un hombre y una
mujer en circunstancias particulares.
Cuando el esperma del padre penetra en
el óvulo de la madre se escribe la carta de
herencia que prevalece a través de
toda la vida del niño. También existe la carta
conocida como sino, el patrón que
gobierna las caracteristicas psíquicas y las
relaciones, proveniente de las
influencias planetarias que se configuran en el
momento de la concepción.
Al sino se le denomina a veces herencia
astral, porque se aplica al aspecto
psíquico o «ser» del niño, como el
carácter y la disposición, mientras que la
herencia física se aplica a las
características corporales y funcionales. El sino
proviene del mundo espiritual y es casi
tan difícil de cambiar en la vida como la
herencia física, a menos que haya
algún elemento de trabajo consciente.
Estas cartas se inscriben en la célula
fertilizada en el útero materno a través del
padre y gobiernan el desarrollo del
feto, así como el patrón de hechos externos en
la vida futura. Su lugar en la
concepción constituye un ejemplo de la tríada del
Orden, que significa que el nuevo ser
no puede entrar al mundo sin atenerse a
ciertas reglas, porque debe entrar a
través de la acción de ese padre sobre esa
madre.
Eso no es todo. Existe una ley que
proviene del más allá, de Dios, la ley del
destino. El destino de un niño es
único para él e independiente de sus padres y
pertenece a su naturaleza espiritual o
voluntad. Existir significa convertirse en
agente de intencionalidad, algo que
carece de significado en un mundo
puramente espiritual. Esta
intencionalidad debe reconocerse libremente y hay que
elegir obedecerla, ya que se origina en
el mundo incondicionado.
CORTESIA DE: LUIS GONZALEZ