Destino ¿Cómo ir contra el destino?
El vocablo destino proviene etimológica mente del latín “destinare” que
se traduce como hacer puntería o dirigir o señalar hacia un objeto, que
sería una meta, o sea para el logro de una finalidad.
Pensamiento humano, que posibilita la libertad actuar contra esa fuerza
que predetermina el futuro. El hombre nace con un yo predeterminado, un
“Yo” irracional, pero también posee un “Yo” racional, que lo hace libre,
respetando las libertades de los otros, hacia el fin del hombre que
debe ser sobre todo moral, y libre de irracionalidad, aunque esto es muy
difícil ya que cada uno tiende a apropiarse de la libertad ajena en
busca de su destino
Pues evidentemente no podemos ir contra el
destino. El destino depende del pasado y nada podemos hacer al respecto.
El secreto está en que podemos pasar a través de nuestro destino de muy
distintas formas. Generalmente el gene permite que el destino creado
por su pasado despierte en ellos, y por lo tanto en los demás;
reacciones que en verdad van a crear un destino similar en el futuro,
igual que un eco produce otro eco. Esto es innecesario. De algún modo,
tenemos que aceptar lo que el destino nos depara, no rebelarnos contra
él, sino tragarlo y sacarle provecho. En los últimos años con Ouspensky,
una de las cosas más extraordinarias era ver cómo volteaba en su favor
cualquier evento negativo que el destino le traía: separación de sus
amigos, distorsión de sus ideas, debilidades y dolor físico, y
abandonando con gusto sus poderes y facultades normales, le era posible
adquirir poderes supranormales de un valor infinitamente mayor. Era como
si cada vez que la reacción normal fuera a demandar algo del mundo
externo, en vez de eso él se hacía a sí mismo una demanda mayor o
equivalente. De ese modo alcanzó la libertad. Hay una cosa muy
interesante respecto a la ley de causa y efecto. Parece muy claro que
todas las causas que hemos creado a lo largo de nuestra vida y cuyos
efectos todavía no experimentamos, deben estar latentes hasta el día
inesperado en que tomados por sorpresa, llamamos accidente al resultado.
Tarde o temprano tendrá que concluirse todo 'asunto pendiente', y
deberá hacerse el balance general. El hombre sabio trata de pagar sus
deudas antes de que le sean presentadas las cuentas; trata de no dejar
un cabo suelto en su vida, aunque sea en su mente, cuando le sea
imposible hacerlo en realidad. Y enfrenta gustoso cada pago que la vida
le exige, contento de dar un abono más. De algún modo, la comprensión de
esto parece producir el deseo de aceptar todo lo que venga y no luchar
en su contra. Ouspensky aceptó la enfermedad, la vejez, el dolor y la
soledad de una manera muy intensa. Uno se hace libre cuando traga todo,
respira profundo, toma el bocado y lo engulle. Luego, junto a la
cuestión de liberarse de la propia cadena de causa y efecto, está la
cuestión de someterse a una cadena de causa y efecto de una naturaleza
distinta. Esto parece conectarse con la posibilidad de aceptar uno por
sí mismo las causas y los efectos determinados por su maestro. A lo
largo de todos esos años, Ouspensky dio incontables sugerencias respecto
a las diferentes líneas de trabajo y experimento; al tomarlas en cuenta
ahora, uno llega a ser parte de las causas y efectos de su vida. El o
sus libros han tocado a muchas personas y han despertado cierta
curiosidad, la que, debido a las circunstancias, no siempre pudo ser
satisfecha por él. Si apreciamos esta curiosidad en la gente con la que
nos llegamos a encontrar y la alimentamos lo mejor que podamos, nos
volvemos a conectar de algún modo con su cadena de causa y efecto, lo
que poco a poco tiende a superar a la nuestra. ¿Qué significaría ser
libre? ¿Libre de qué? ¿Libre para qué? Y ¿Cómo lograrlo? Esa es la
pregunta. En los últimos días Ouspensky pareció mostrar cómo muy
claramente. Llegó a ser libre aceptando sin resistirse todo aquello que
la vida y la muerte le pudieran traer. Y nosotros nos esforzamos y nos
retorcemos porque no podemos ver el futuro. Si uno ve el futuro, igual
que Ouspensky evidentemente lo vio, no le queda más que aceptarlo. Y al
aceptarlo alcanza la libertad. Ahora empiezo a ver el significado que
tiene querer ver el futuro. El hombre que ve el futuro no se desvive
tratando de cambiar lo que ha de ser. Lo acepta, lo traga y de esta
manera se levanta por encima de ello. Entonces todo se vuelve posible.
Todas las circunstancias, buenas o malas, deben cambiar con el tiempo; y
si uno puede pasar a través de ellas imparcialmente, sin haber sido
demasiado ayudado ni demasiado abatido por ellas, estará preparado para
el siguiente cambio. Lo que hace la diferencia entre los actores no es
la naturaleza feliz o trágica de sus papeles, sino la manera en que los
desempeñen. Algunos aspectos de la vida son muy difíciles. Al mismo
tiempo uno no puede seguir ya deseando ser de otra manera; pues quizá
sea mejor que durante algún tiempo se le pida un pago de acuerdo con el
límite de sus capacidades, para que de esta manera se reduzca su deuda
con la vida y pueda estar más cerca de alcanzar la libertad. Aunque no
sabemos cómo sea, estoy seguro de que es esencial el pago de deudas
acumuladas antes de poder recibir algo nuevo en nuestras vidas desde un
nivel superior. Si uno puede aprender a aceptar el Destino, gradualmente
la aceptación lo hará libre. Es muy imprudente tratar de forzar al
Destino, uno sólo puede forzar algo que sea de su tamaño. Creo que al
escribir uno no debe pensar para nada en resultados inmediatos. Debe
seguir con lo que tenga que escribir lo mejor que pueda. Y cuando
termine con eso, seguir con algo que sea todavía mejor. Después de algún
tiempo parece como si hubiera una gran acumulación de páginas escritas
que nadie va a leer. Pero los libros y los escritos tienen su propio e
individual tiempo de gestación, y algún día y cuando uno menos se lo
espera y hasta se haya vuelto imparcial hacia ellos, ellos mismos
decidirán ser publicados. Nacen cuando están listos, y no antes. ¿Cómo
puede uno aprender a aceptar el destino que nos trae aquello que de
cualquier modo tenemos que enfrentar? No creo que esto signifique ser
duro consigo mismo. Pues una y otra vez vemos que aquellos que son duros
consigo mismos lo son igualmente con los demás, y aquellos que son
blandos con los demás lo son igualmente con ellos mismos. Esto es
cuestión de tipos, no de cambio. La salida no es por ahí. Pienso que uno
debe aprender la aceptación en un sentido nuevo y más profundo, como
Ouspensky lo practicó durante los últimos meses. ¿No puede aceptar todas
las contradicciones en la gente, y tragarlas? La tierra lo hace, Dios
lo hace; a los hombres no los parte un rayo por ser contradictorios, al
menos no por el primer millón de veces. ¿Y cómo hemos de aceptar las
grandes pruebas del destino si no somos capaces de aceptar las pesadas
inconsistencias de nuestros amigos? Cuando alguien es aceptado en un
grupo, se acepta con todo lo que es, con todo lo que ha de llegar a ser.
El grupo calcula el riesgo total y lo toma. No puede decir: "Tomaremos
este rasgo pero no aquél, tomaremos su cabeza pero no sus piernas." Lo
toma tal como es, y se hace responsable de todos sus errores a cambio de
compartir sus logros. Y se sobreentiende que cada persona que entra en
un grupo realiza este trueque. Pero pienso que no sólo tenemos que
aprender a aceptar a los demás de esta manera, también tenemos que
aceptarnos a nosotros, con toda nuestra historia, nuestros hábitos,
tendencias, esperanzas y pecados pasados, presentes y futuros. A quien
le agrada admitir la derrota. Prácticamente anidien, Todos nuestros
instintos naturales se revelan ante la idea de que somos impotentes. Es
algo verdaderamente espantoso admitir, Solamente cuando se ha aceptado
por completo el todo, puede comenzar la lenta tarea de la reconstrucción
y curación. Mientras estemos tratando de hacer mutilaciones imposibles
en nosotros y en los demás, no podrá haber curación alguna, pues no
habrá comprensión de lo que es aceptación. A veces me parece que la
píldora que el hombre astuto se tomaba, y con la que ganaba de una sola
vez aquello que a los otros les llevaba años conseguir con mucho trabajo
era, 'las cosas son como son y yo como soy'. Quizá todavía falte algo.
¿Cómo puede uno aceptar el destino si éste no tiene sentido? Sólo puedo
decir que esta idea tomó vida en mí cuando empecé a ver el destino como
la Providencia, el resultado inevitable del pasado que, al ser tragado,
puede hacernos libres de ese mismo pasado. El trabajo de Dios en cada
vida individual. Eso es un gran alivio. Primeramente, la mayoría de
nosotros estamos muy complacidos con nosotros mismos y nos sentimos muy
orgullosos de nuestros esfuerzos. Luego, después de un largo tiempo eso
empieza a desmoronarse y uno se empieza a sentir avergonzado e infeliz
consigo mismo. Es un periodo muy doloroso. Más tarde llega a comprender
un secreto. Empieza a aceptarse a sí mismo, aprende a aceptar sus dones,
sus debilidades humanas e impulsos y todo lo demás, sin culpa ni
alabanza. Empieza a verse a sí mismo como un pobre diablo igual que a
todos los seres humanos a su alrededor. Opositores no dispuestos a
ningún acuerdo. Ellos no tienen la culpa, como tampoco la tiene el
instrumento con el que tenemos que trabajar. Deben ser tratados
razonablemente y con tolerancia, y respeto y dignidad al igual que su
máquina. Después de eso las cosas empiezan a cambiar, pero no en la
forma que uno esperaba. Es una gran fortuna ser optimista. Aunque no sé
si uno sea afortunado por ser optimista u optimista por ser afortunado.
De cualquier modo yo soy ambas cosas en gran medida. Lo primero que nos
ayuda a eliminar viejas actitudes es la aceptación de sí mismo.
(Recuerdo de sí significa aceptación, de sí mismo) de los demás y de
todo lo que es. En el pasado estábamos tan preocupados de nuestros
propios problemas que no teníamos tiempo ni interés por cosas reales.
Ahora tenemos que aceptarnos a nosotros mismos tal como somos, y
comprender que todo eso no merece mucha atención. Entonces uno estará
libre para dedicarse a algo realmente interesante, el Gran Trabajo. Esta
es la verdadera libertad. Debemos tratar de olvidarnos a nosotros
mismos ante la gran visión de lo que tiene que ser hecho. Para quien
hace girar su trompo cada vez más rápido, es muy difícil darse cuenta de
que nadie más que él mismo es quien lo hace girar, en sus acciones, e
impulsos