PRIMEROS ENCUENTROS CON EL SR.G-CONGE
Primeras cenas
Fue en el día de San Miguel, en el día de mi santo, que por primera vez
hice el camino al departamento del Sr. G. Yo no era el único que iba
por primera vez, y en el encuentro previo la Sra. De Salzmann al
reunirnos a todos, nos puso en guardia durante bastante tiempo.
Sabíamos que lo peor podría pasar y especialmente, lo que menos
esperásemos. “Estén atentos, sean vigilantes”, también creo que había
dicho en su comentario final. “Ahora él es su Maestro. El los pondrá a
prueba y si Uds. no se recuerdan de sí mismos, yo no podré hacer nada
por Uds.” Por eso fue con una profunda aprensión que yo entré en su
departamento la primera tarde. Siempre me sorprendía cuando leía las
descripciones de otros que experimentaron estos primeros encuentros,
notando que ellos invariablemente enfatizaban el asombro acerca de
cómo las habitaciones habían sido decoradas. Verdaderamente, yo tenía
otras inquietudes.
¿Que había sido un intercambio de grupo o una
lectura? Imposible recordar. Durante la cena me senté al lado de Mme. De
Salzmann, y enfrente del Sr. Gurdjieff. El me pareció muy amable y me
explico -lo que nunca dejaba de hacer- que al principio eran siempre
“Rosas, rosas”. Me concedieron en mi honor unas delicias gastronómicas,
pero nada me sorprendió mucho, mi madre amaba cocinar platos exóticos y
yo los disfrutaba. De alguna forma dudaba que estuviera comiendo carne
de oso o salsa de camello. El Sr. G sintió esto y parecía un poco
indignado con el pensamiento de que yo no le creía, pero yo no estaba
ciertamente dispuesto a lanzarme a un debate acerca de la veracidad de
sus afirmaciones. No tenía que juzgar nada, y no tenía el más leve deseo
de aventurarme en tan peligroso territorio. Era más bien prudencia que
debilidad. No me importaba mucho de cualquier modo, dado que no había
venido para eso. ¡Al diablo con la carne de oso!
Cuando llegaron los
brindis, él me invito a que eligiera mi categoría de idiota para la
próxima cena. “Dígale al Director, qué idiota es.” Y dado que estaba
sentado allí y perplejo, y para decir la verdad, bastante irritado, el
me explico, de una forma que no explicaba nada, que los idiotas redondos
eran redondos y los idiotas cuadrados eran como esto: dibujó un
cuadrado en medio del aire; o los idiotas zigzagueantes, “como mujeres
histéricas”. Todo esto me molestaba; no me gustaba aventurarme en áreas
que no comprendía. “Próxima vez”, él repetía. Pero yo pensaba, “no, no
elegiré. Además el probablemente se olvidará.” Oh, ¡cuán ingenuo yo
era!”.
Cuando la cena termino, pensé que había pasado la prueba
bastante fácilmente. De hecho, no había comenzado aún. Pasaron dos o
tres noches, y todavía no había elegido mi tipo de idiota y no tenía el
deseo o la razón de hacerlo. Entonces una noche el Sr. G. abruptamente
detuvo al Tamada (director de los brindis) diciendo: “¿el doctor no
elegir idiota?”
-“No, señor,” dijo el director.
-“Bien, elija ahora”. El tono era perentorio.
-“¡Señor, no comprendo nada acerca de esto! ¿Cómo podría elegir?
-“¡No, no, elija! Ud. detiene todo. ¡Director, espere!
Yo tenía que lograr atravesar esto de alguna manera. Todos estaban
mirándome. Yo suplicaba por alguna señal de parte de la Sra. De
Salzmann, pero ella me miraba con frialdad. Yo podría haber replicado
cualquier cosa, pero realmente no quería hacerlo, habría sido
deshonesto. Era mejor que demostrar alguna destreza, aparecer en tal
situación modesto. Lo que significaba que opté por un “idiota
ordinario”. Eso me pareció especialmente inteligente de mi parte.
-“Oh, Doctor, en eso no encaja! Ud. idiota superior.”
Yo no vi evidencia de superioridad, pero di la impresión de que lo
había aceptado. Hubo unas pocas risas fuera de lugar! Y fui reconocido
por el Director, quien en el segundo brindis, se volvió en mi dirección
diciendo: “y a su salud también, Doctor.”