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EL CUARTO CAMINO DE GURDJIEFF-BENNETT
 
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General: De la esencia del hombre y sus origenes - KANEKO SHOSEKI
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De: LUISWAYUU - ASHSHUA  (Mensaje original) Enviado: 02/06/2018 21:29
GURDJIEFF ARGENTINA



KANEKO SHOSEKI

De la esencia del hombre y sus orígenes
Shoseki Kaneto obtuvo el don de curar tras haber recibido la iluminación, en marzo de 1910, fruto de largos ejercicios dedicados a la práctica del Budismo Zen. Tras muchos años de saludable trabajo, le fue retirado el don de curar. El reconoció que la causa era, que aún no estaba libre de sí mismo. Recurrir de nuevo a los ejercicios, interiorizados cada vez más, le permitió acceder a un discernimiento, siempre más profundo, de la naturaleza de la esencia misma del hombre. Su libro, titulado «De la esencia del hombre y sus orígenes», es un resumen de conocimientos que Kaneko Shoseki adquirió en este aspecto. Facilitamos a continuación unos extractos de este libro, que se han elegido de entre otros que tratan el tema que nos ocupa.
No es posible conocer verdaderamente lo que representa lo Absoluto, hasta que su Realidad no sea para nosotros sólo una necesidad por razones teóricas, sino que se deje sentir en el trasfondo de nuestro ser, como la sensación de algo casi corporalmente presente. Ese «algo» es justamente a lo que yo llamo el ritmo concreto de la Fuerza primordial, o también la ley divina fundamental, aquella que rige el Universo…
La vida original sólo se revela cuando se está totalmente libre de todo prejuicio. No hay nada que nos pueda ayudar: ninguna suposición, ninguna reflexión teórica, ninguna idea conceptual; empeñándose en ir en pos del Ser, éste se sustrae tanto más cuanto más activamente se le persiga. Estos medios no harán sino embrollar nuestra alma para llegar, suspirando, a la conclusión de que todos nuestros esfuerzos han sido vanos e insensatos, y que hubiera sido mejor para nosotros vivir en una feliz ignorancia, que cargarnos con el peso de una suma de inútiles conocimientos. Esa es una tragedia fatal, que no cesará mientras, ejercitándonos, no sepamos cómo extraer las raíces del pecado.
Antes de poder comprobar las leyes de la armonía, es necesario descubrir antes cuál es su centro. Al igual que cada objeto material posee su propio centro de gravedad, el cuerpo humano ha de tener el suyo. En el hombre es el tanden, o punto central del cuerpo; ahí es donde en nosotros tiene su sede aquello que es del origen. Ahí es donde está lo más importante de los hechos de base, y todas las investigaciones antropológicas deberían partir de esta certeza.
Si, en reposo, se dejan concentrar todas las actividades del espíritu enfocadas hacia fuera, como son: representaciones mentales, juicios, sensaciones, voluntad, y hasta el soplo; si uno mismo deja concentrar en el tanden, es decir, en el centro de nuestro cuerpo, toda esta energía vital, aparece en nosotros una esfera de percepción, que sobrepasa con mucho el estado flotante de nuestra conciencia habitual, y también todos los opuestos, ya sea de lo objetivo y subjetivo, o de lo interno o externo.
La síntesis que uniera lo que es subjetivo con lo que es objetivo, no se debe «fabricar», ya que está en la base de toda realidad. No se puede sacar a la luz hasta que no seamos realmente conscientes de nosotros mismos. Esta conciencia ha de ser total, en el sentido que ha de tomar al hombre en su totalidad. Esta totalidad no está localizada, ni en nuestra cabeza, ni en nuestro corazón, sino más allá de ambos, en el centro de la persona.
Lo importante es la fuerza primordial y universal de la vida, que corre en grandes olas impetuosas, en el bajo vientre del hombre, al igual que si fuera un torrente de agua que cayera rápidamente, viniendo de la eternidad y yendo a la eternidad.
HAKUIN ZENSHI

YA - SEN - KAN - NA
Prefacio de Kitó (aquel que sufre hambre y frío) de Kyûbôan (del Asilo Pobreza), alumno del Maestro Hakuin:
«En la primavera de 1757, un librero de Kioto, propietario de la casa editorial Shógetsudó (pino-luna), nos escribía una carta en la que relataba lo que sigue:
Había llegado a su conocimiento que en casa de nuestro Maestro había todo tipo de antiguos manuscritos, entre los que se encontraba un esquema de Yasenkanna (historias contadas una noche, en una barca). Había oído decir que el esquema contenía un secreto, el secreto que enseñaba cómo sustentar el alma, activar la circulación de la sangre, y mantener el dinamismo de la fuerza, o con otras palabras, cómo poder asegurar una vida larga. En resumen, se trataba del rentan, el secreto de los dioses y de los santos.
Ahora bien, había personas de espíritu curioso, que deseaban ardientemente conocer el libro. Este deseo era tan fuerte como el de ver llover en tiempos de sequía. Algunos monjes ya habían copiado en secreto este esquema de Yasenkanna, guardándoselo para ellos, y resistiéndose a mostrar el libro. Este tesoro, guardado de tal modo, no servía a nadie. El deseaba publicar este preciado esquema para responder al deseo de muchos. Sabía bien que el Maestro estaba siempre dispuesto a prestar servicio al mundo.
Los alumnos fueron a ver al Maestro Hakuin, entregándole la carta. El anciano se contentó con sonreír. Rebuscaron en una caja llena de viejos manuscritos, comidos ya en parte por los gusanos. Lograron juntar el manuscrito de Yasenkanna, y lo copiaron, pudiendo escribir cincuenta páginas. Antes de enviar el texto a Kioto, me encargaron a mí, por ser el mayor, que redactara un prefacio.
«Nuestro Maestro Hakuin habita hace ya unos cuarenta años, en el templo Shóinji; cada vez vienen más monjes a verle, quienes aceptan con gratitud sus injurias y sus bastonazos, permaneciendo allí diez o veinte años, sin dudar en morir allí, si esto les llega.
Ellos son todos, eminentes monjes budistas, la élite de diversas regiones. Se alojan en las proximidades de nuestro templo, en casas viejas, en cabañas derrumbadas, en santuarios ruinosos, y viven en la miseria, hasta el punto de morir de hambre durante el día, o de frío por la noche; no comen sino verduras y avena, y todo ello para sólo oír al Maestro Hakuin amonestaciones e injurias, recibiendo únicamente de él puñetazos y bastonazos. Quien esto ve, frunce el ceño de espanto; quien lo oye, se siente, por compasión, cubierto de sudor frío. Los jóvenes arrogantes, adelgazan enseguida, y palidecen. ¡Quién podría permanecer aquí, aunque sólo fuera media hora sin tener el celo y el coraje que se precisan para la práctica del Zen! Y si, por amor al ejercicio, se sobrepasa la medida, entonces se enferma del pulmón, se sufre la deficiencia de la alimentación, y se contraen, por consiguiente, todo tipo de enfermedades graves, cuando no incurables. Un día, sin embargo, el Maestro se apiadó de toda esta gente, y por fin reveló el secreto de la «mirada interior», tras varios días de reflexión. Entonces dijo:
«Mi secreto es éste: para curar las enfermedades, existe la acupuntura, las moxas, y las medicinas. Pero estos tres medios terapéuticos no pueden curar fácilmente las enfermedades graves. Aquí es donde el secreto entra en juego. Quien quiera intentarlo, en primer lugar ha de dejar toda meditación y todo koan. Para empezar, hay que dormir suficientemente; antes de cerrar los ojos, no hay que olvidar estirar a fondo, y del mismo modo, las dos piernas, ni tampoco dejar de reunir la fuerza espiritual de todo el cuerpo más abajo del ombligo [18] , en los riñones, en las piernas y en el centro de los pies, a fin de que esta fuerza ocupe todas las partes del cuerpo. Luego hay que entregarse a la «mirada interior», a esta extraña meditación:
«La parte de mi cuerpo por debajo del ombligo (kikai— tanden), mis riñones, mis piernas, y el centro de mis pies, son el verdadero rostro de mi Yo. ¿El rostro tiene nariz? Mi kikai-tanden, mis riñones, mis piernas, y el centro de mis pies, son la verdadera patria de mi alma. ¿Qué noticias me vienen de este país?
«Mi kikai-tanden, mis riñones, mis piernas, y el centro de mis pies, son la verdadera patria de mi alma. ¿Cuál es el esplendor y la magnificencia de este país?
«Mi kikai-tanden, mis riñones, y el centro de mis pies, son mi propio Amida-Buda, que me represento a mí mismo, ¿qué preceptos enseña este Buda?
«Estas preguntas se repiten, se consideran más y más, sin dejar de preguntarse a sí mismo. Y cuando se hayan acumulado todos los beneficios de esta meditación, se juntarán espontáneamente todas las fuerzas espirituales, en el Kikai-tanden, en los riñones, las piernas, y en el centro de los pies, hasta que esa región del cuerpo situada debajo del ombligo, el Hara, llegue a estar tan fuerte como un balón que no se pudiera desinflar. Si cultivan la meditación de este modo, y si repiten este ejercicio a lo largo de cinco días, una semana, y hasta veintiún días, desaparecerán completamente todas las inquietudes de antes, el cansancio y la enfermedad; y si no fuera así, que corten la cabeza a este anciano sacerdote que soy yo».
Los alumnos que acababan de oír estas palabras, se alegraron sobremanera, se inclinaron ante el Maestro, y aplicaron el método preconizado por él. Todos obtuvieron resultados increíbles. La rapidez de los progresos dependía de la forma de practicar el ejercicio. Pero casi todos se curaron totalmente. Todos ellos contaban maravillas de Ios resultados obtenidos por el ejercicio de la «mirada interior». Después el Maestro añadió:
«No se contenten con llegar a curar la enfermedad, ¡vayan un poco más lejos! Cuando hayan logrado curarse, continúen el ejercicio, y cuando lleguen a la iluminación (Satori), sigan todavía. Este anciano sacerdote les dice: Cuando yo estaba en los comienzos de mi vida de alumno Zen, fui víctima de una grave enfermedad, tenía dolores y males diez veces mayores que los de ustedes. Estuve realmente al borde de la desesperación. En mi interior pensaba que era mejor morir. Valía más tirar esta miserable piel que seguir viviendo, si tenía que soportar aquellos males y sufrimientos. Y me curé totalmente, gracias al secreto de la “mirada interior”; esta suerte ustedes también la conocerán».
El Maestro Hakuyüshi, el Maestro de todos los Maestros, junto al cual se instruyó el Maestro Hakuin, dijo un día que se trataba de un método divino que hacía que los santos conservaran una eterna juventud, llegando a edades avanzadas. Los hombres corrientes que llegaran a dominar esta técnica, podrían vivir trescientos años, y los hombres «verdaderos» podrían casi vivir indefinidamente. A mí mismo me alegró oír hablar de esta posibilidad, y practiqué este método durante tres años. El resultado fue que mi espíritu y mi cuerpo se desarrollaron de forma extraordinaria, al igual que mi salud y mi fuerza moral.
Hakuin cotinuó así: «Yo pensaba en secreto: suponiendo que practicara este ejercicio con éxito y que pudiera vivir ochocientos años como Hóso, ¿sería algo distinto a un cadáver sin sustancia? ¿Sería algo más que una vieja marmota durmiendo eternamente en un hoyo, y haciendo una vida sin sentido?, y además, más pronto o más tarde habría de terminar por pudrirme o morirme. Haría mejor si sustentara en mí los cuatro votos, haciendo mía la dignidad de Bodhisattva, haciendo cada vez más, actos como aquellos de los que hablan los dharma, y trabajando por perfeccionar en mí mismo un cuerpo que fuera transparente a la Gran Verdad, claro como un diamante, que no muera más de lo que fue un día al nacer.
«Con este estado de espíritu es como yo practico a la vez la “mirada interior”, y el zazen, ejercitándolo a veces para ganarme el pan, y otras para progresar en el Camino, luchando con todas mis fuerzas durante treinta años. Cada año, he aceptado uno, a veces dos o tres alumnos, si bien hoy tengo más de doscientos. A los monjes que cayeron enfermos por haberse ejercitado con exceso, les he enseñado el ejercicio de la “mirada interior”, curándoles rápidamente, y así han podido seguir teniendo iluminaciones (satori) y ejercitarse en el camino del Satori.
«Este año he llegado ya a los setenta años, sin que haya en mí una sombra de enfermedad. Mis dientes son sólidos, mis ojos y oídos están mejor cada día. No me ocurre ya nunca el tener la mente obnubilada. Predico dos veces al mes, sin sentir nunca cansancio. También, cuando me lo han pedido, he predicado ante trescientas o quinientas personas, y en ocasiones, he comentado los sutras y la palabra de los patriarcas ante una asamblea de monjes, a lo largo de cincuenta a setenta días ininterrumpidos, y esto lo he hecho ya entre cincuenta y setenta veces, sin que nunca haya tenido que dejarlo ni un solo día. A pesar de todo, las fuerzas de mi cuerpo y de mi espíritu son ahora muy superiores a lo que eran cuando yo tenía veinte o treinta años. Yo creo que todo esto se debe a la experiencia de la “mirada interior”.
Estas fueron las palabras que escucharon los alumnos que habitaban el templo, llorando de dicha. Se inclinaron ante el Maestro diciendo: Nosotros le pedimos que escriba los principios fundamentales de la enseñanza de la “mirada interior”. Por favor, salve con ese escrito a los futuros alumnos del Zen». El Maestro aceptó la propuesta, y el manuscrito estuvo enseguida listo.
Y dirán ustedes: ¿qué enseñanza contiene ese texto?
Si se quiere cultivar la vida, y vivir mucho, hay que ejercitarse en la «forma justa». Para practicarla, hay que llevar la mente al kikai-tanden. Sólo si el espíritu se asienta en esta parte del cuerpo, se puede agrupar la fuerza. Y cuando ésta está concentrada, el alma puede alcanzar su forma perfecta. Cuando el alma ya ha logrado su forma perfecta, deviene sólida la «forma» de la persona. Y cuando la «forma es sólida», es a su vez el espíritu el que encuentra su forma perfecta. Cuando el espíritu ha llegado a este estadio, la vida será entonces larga. Este es el secreto que ponen en práctica los hombres santos, para llegar al verdadero Tan (tanden). Ustedes deben saber que el Tan verdadero no es algo exterior, y que no es algo ya logrado. Mil veces hay que hacer que descienda el fuego del corazón (el soplo), y mantenerlo abajo, para que colme el kikai-tanden. Si ustedes practican este ejercicio sin descanso, se curarán la enfermedad que va ligada a la meditación Zen, y desaparecerá la fatiga. Además, aumentará la propia fuerza del Zen, y los que unos años antes, hubieran todavía dudado, lo celebrarán, porque vivirán la experiencia de algo maravilloso, de una gran alegría. ¿Por qué?
Cuando la luna sube hasta el cielo se disipan las sombras del castillo.
A 25 de enero de 1757.
Autor: Vuestro servidor, sentado entre los vapores de incienso.
Maestro del Asilo Pobreza
Abierto a aquellos que sufren hambre y sed.
HAKUIN ZENSHI
YA - SEN - KAN - NA
Historias contadas una noche, en una barca
Cuando me comprometí en la vía del budismo, juré proseguir sin descanso la búsqueda de la fe y del Camino. Una noche, tras haberme duramente ejercitado durante dos o tres años, tuve de repente una iluminación. Las dudas que hasta entonces me habían asaltado, se disiparon totalmente, y las raíces kármicas del eterno ciclo de la vida y de la muerte, desaparecieron sin dejar rastro alguno.
En la calma de mi retiro, me dije: ¡el Camino no es tan difícil!, ¡y sin embargo, mis predecesores lo buscaron desesperadamente a lo largo de veinte y hasta treinta años! ¡Qué engaño!
Durante meses, bailaba de alegría… Pero un día, en que yo consideraba lo que era mi vida cotidiana, comprendí que la acción y la calma no se armonizaban en mí. Ya fuera en la acción, o en la calma, yo no disponía de mí libremente. Y llegué a decirme: reemprende la lucha con coraje, arriesga una vez más tu vida en el ejercicio. Apreté los dientes, abrí los ojos y decidí abstenerme, tanto de sueño como de alimento.
Apenas había pasado un mes, la sangre subió a la cabeza. Mis pulmones se debilitaron, y mis piernas se helaron. Me zumbaban los oídos. El hígado y la bilis no funcionaban ya normalmente, y vivía en la angustia. Mi corazón y mi alma estaban muy cansados, y era víctima de fantasmas, ya estuviera dormido o despierto. Tenía las axilas bañadas en sudor, y los ojos lacrimosos. Asustado por el estado en que me encontraba, fui a ver a los Maestros Zen, y consulté a varios médicos. Nada cambió. Pero alguien me había dicho: «Tras la montaña de Shirakawa hay un ermitaño que vive en una gruta. La gente le llama Maestro Haku— yüshi. Es muy anciano: se le calculan entre ciento ochenta y doscientos cuarenta años. Su morada está aproximadamente a cuatro kilómetros de la vivienda más próxima. Le gusta la soledad; en cuanto advierte que llega alguien, huye. No se sabe si es un sabio o un loco. Las gentes del lugar dicen que es un santo. También se dice que fue Maestro de Jôzan, y que está muy versado en astronomía y en medicina. Si se le pregunta con mucha habilidad, responde con alguna palabra, aunque esto no es frecuente. Si se piensa en ello al volver a casa, se descubre que la respuesta tiene un sentido profundo, que la mayoría de las veces es de gran provecho para el hombre».
A mediados de enero de 1710, emprendí secretamente el viaje. Con mi bolso al hombro, salí de la provincia del Mino, en dirección a Kurodani. Al llegar al pueblo de Shirakawa, dejé mi bolso en una casa de té, y me informé del lugar en que vivía Hakuyüshi. Uno de los lugareños me señaló con el dedo un torrente que, de lejos parecía un ramal. Siguiendo el susurro del agua, me interné en el valle. Al cabo aproximadamente de un kilómetro, atravesé el torrente. A partir de ahí, ya no había camino. Me encontré por casualidad con un anciano, quien me indicó a lo lejos un lugar perdido en la niebla. Entonces vi algo amarillo, que a juzgar por la transparencia del aire, tan pronto era visible como invisible. El anciano me dijo que se trataba de una cortina de juncos que Hakuyüshi había él mismo trenzado y colgado a la entrada de su gruta.
A aquella altura, el paisaje era de una pureza y belleza indecibles; mi corazón y mi alma se estremecían ante aquel espectáculo, hasta el punto de que se me puso carne de gallina. Me apoyé en la roca, y dejé que vinieran doscientas o trescientas respiraciones. Al cabo de un rato, me coloqué bien la ropa, enderecé mi cuello, y apartando la cortina, me incliné con todo respeto. En la penumbra percibí vagamente al Maestro, con los ojos semicerrados, en la posición de Zazen. Sus cabellos negros le llegaban hasta las rodillas, y sus mejillas estaban tan coloradas y resplandecientes como el fruto de escaramujo. De sus hombros pendía una vestidura hecha con tela de paño; él estaba sentado en un cojín de hierba blanda. En la gruta, un cuadrado de alrededor de dos metros por dos, ninguna señal de utensilio doméstico, ni de alimento. En su mesa, tres libros: el Chung-yung de Confucio, el Tao-te-king de Lao-tse, y el libro búdico Kongó-hannya-Kyô.
Me dirijí a él amablemente, describiéndole los síntomas de mi enfermedad, y pidiéndole que me salvara. Al cabo de un rato, abrió los ojos, fijó en mí su penetrante mirada; después se puso a hablar lentamente: «No soy sino un anciano medio muerto e inútil, que se ha retirado a la montaña. Sólo me alimento de castañas y de manzanas salvajes. Duermo acompañado de ciervos y corzos, y por lo demás, soy muy ignorante. Siento realmente vergüenza de que un sacerdote tan venerable se haya molestado en venir hasta mí, cuando no estoy en condiciones de responderle».
No podía hacer otra cosa que inclinarme ante él —lo que hice repetidamente— y reiterar mi ruego. Por fin, tomó mis manos y examinó todo mi cuerpo. Tenía las uñas muy largas. Pude entonces ver que su rostro se fruncía de inquietud, y me dijo: «Es una pena, la enfermedad está ya muy avanzada. Usted ha practicado con exceso sólo la meditación y la ascesis; por eso ha caído gravemente enfermo. Porque esa “enfermedad de la meditación Zen” es realmente difícil de curar. Incluso si recurriera a los tres métodos terapéuticos: acupuntura, moxas y medicina, y aunque consultara a los mejores médicos, como Henjaku y Kwada, su estado no mejoraría. Por el contrario, lo que hay que hacer, puesto que el mal ha venido por exceso de trabajo espiritual, es intentar la “mirada interior”. No se puede hacer otra cosa. Pues, como ya ha sido dicho: “Cuando se cae, hay que volver a empezar”. A esto yo repuse: «No sabría cómo decirle que me gustaría aprender ese secreto de la “mirada interior”. Y si usted me lo hace conocer, quisiera también ponerlo en práctica».
Hakuyûshi se levantó y me dijo con calma:
«Así pues, usted es de ese tipo de hombre que realmente desea conocer las cosas. Voy, pues, a entregarle un poco de lo que en otro tiempo, se me reveló a mí: el secreto, que casi nadie conoce, para mantenerse con buena salud. Si se tiene coraje para ponerlo en práctica, no sólo se obtienen efectos sorprendentes, sino que hasta se puede esperar llegar a una edad avanzada.




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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: LUISWAYUU - ASHSHUA Enviado: 02/06/2018 21:31
«El Gran Camino (Tao) se manifiesta bajo dos formas: el Yin y el Yang. De la armonía entre estos dos elementos, nacen los seres vivos, los hombres, y las cosas. Gracias al armonioso juego de las fuerzas que ambos contienen, estos dos principios hacen que todos los órganos internos funcionen bien, manteniendo una justa relación entre sí. Este es el caso, por ejemplo, de venas-arterias-corazón. Al igual que la respiración y la circulación sanguínea, que realizan cincuenta veces en un día y una noche su movimiento de ir y venir. Los pulmones, órgano de principio femenino, están encima del diafragma; el hígado, de principio masculino, está situado por debajo, y el fuego que alimenta el corazón, la respiración o también el sol (yang), tiene su sede en la parte superior del cuerpo. En la parte inferior están los riñones, o también la luna (yin). Los cinco órganos alojan a siete dioses, dos de ellos tienen su aposento en el bazo, y otros dos en los riñones. La espiración parte del corazón y de los pulmones, y la inspiración penetra en los riñones y en el hígado. El fuego —la respiración— es ligero, y tiende a ir hacia arriba. El agua es pesada, y tiende a correr hacia abajo. Si se practica exageradamente la contemplación, el corazón se calienta, y los pulmones se debilitan. Cuando se tiene mal en los pulmones, los riñones, a su vez, se debilitan. Cuando la madre (los pulmones), y los hijos (los riñones) están a la vez afectados, todos los parientes próximos (las entrañas) se desarreglan, perdiendo su fuerza. De este modo, los cuatro elementos pierden su equilibro original, engendrando mil y una enfermedades, sin que ningún remedio pueda con ellas. Así no es ya posible la salud.
«Cuidar la propia vida, es como defender un Estado. Un príncipe ilustrado, un señor sabio y bueno, dedica toda su atención a los que están abajo en la escala social; mientras que un soberano poco sabio, sólo piensa en las cosas superiores. Cuando se da demasiada importancia a éstas, la mayoría de los nobles se hacen excesivamente orgullosos, los ministros no se preocupan sino del favor de su soberano, en lugar de importarles los problemas del pueblo. Es así cómo éste conoce la pobreza y el hambre. Los sabios y los buenos deben mantenerse en la sombra; y un día el pueblo, descontento, se rebela contra los tiranos. De entre los príncipes, muchos abandonan a su soberano, rebelándose, luego los enemigos no tardan en atacar el país. El pueblo sufre, el Estado y el pueblo conocen la aflicción. Pero cuando, en cambio, el soberano presta toda su atención a las capas populares, los nobles contienen su ambición, los ministros respetan su palabra, y no olvidan la vida del pueblo. Los campesinos tienen cereal suficiente, las mujeres tejido en abundancia, y hasta los sabios del país dan su apoyo. Los príncipes dan testimonio del respeto hacia el soberano, el pueblo se hace próspero, y la nación fuerte. El pueblo obedece la ley, y no tiene enemigo que amenace sus fronteras. Los ministros no disputan entre ellos, y el pueblo hasta olvida que existen las armas de guerra. Todo lo cual es un modelo para el cuerpo humano.
«El hombre “verdadero” deja que su espíritu descienda a la parte inferior del cuerpo; así no se dan los siete poderes nefastos (estados de ánimo) —alegría, ira, inquietud, pensamientos morosos, tristeza, terror, miedo—, ni tampoco atacan los cuatro enemigos externos (viento, frío, calor, humedad). El soplo y la circulación sanguínea conservan toda su fuerza y el corazón y la mente se mantienen sanos. La boca ni siquiera conoce el sabor de los remedios, ni el cuerpo tiene que sufrir los dolores de la acupuntura, o de las moxas. Los necios, las gentes ordinarias, siempre dejan que la mente reine arriba. Así el corazón daña los pulmones, los órganos internos se deterioran, todas las vísceras sufren, y protestan. Por eso, el sabio anciano Shitsuyen dijo: “El hombre verdadero respira con los talones, el hombre ordinario, con la garganta”. El médico coreano Kyoshun dijo: “Cuando el alma está justo por encima de la vejiga, el soplo toma una enorme amplitud. Pero si, en cambio, está situada arriba, justo por debajo del corazón, el soplo se hace rápido, y estará comprimido”. El chino Jóyóshi dijo: En el hombre sólo hay un espíritu verdadero. Si lo sitúa abajo, un poco por debajo del ombligo (es decir, en japonés en el tanden), una de las fuerzas Yang, se unifica. Cuando empieza a despertar en el hombre una fuerza Yang, siente que sube a su cuerpo una sensación de calor. Lo que hay que hacer principalmente para mantenerse con buena salud, es saber guardar fresca la parte superior del cuerpo, a la vez que permanece caliente la parte inferior.
Los doce tipos de relación entre nervios y vasos, por una parte, y los órganos internos de otra, corresponden a los doce signos del Zodíaco, a los doce meses, y a las doce horas del día; así las posibilidades de relación entre las seis fuerzas Yang y las seis fuerzas Yin corresponden a un año entero, si dan la vuelta completa. Existe, por ejemplo, el símbolo formado por cinco fuerzas Yin arriba, y una fuerza Yang abajo, para expresar el comienzo de la recuperación de la salud. Otro símbolo:

o con otras palabras, «arriba la Tierra»

y «abajo el trueno»

y representa el solsticio de invierno expresando que el hombre verdadero es aquel que respira con los talones. O también: abajo 3 Yang

y arriba 3 Yin

, con otras palabras, «arriba la Tierra y abajo el Cielo», este es el símbolo del mes de enero. Todo está en gestación: millares de plantas comienzan a percibir la primavera. Es el símbolo del hombre verdadero que pone toda su fuerza en la parte inferior de su cuerpo. Cuando se llega a esto, el soplo y la sangre se llenan de fuerza.
Cinco Yin abajo y un Yang arriba

, es la montaña encima de la tierra, es decir, el símbolo del mes de septiembre. Es la época en la que la montaña y el bosque pierden sus colores, y cuando las flores se marchitan. Un gran número de personas que respiran con la garganta se encuentran en un estado comparable. Todo su cuerpo, y en particular su rostro, se seca, sus dientes se mueven, y terminan por caer. Por eso en el libro titulado «Enju— sho» se dice: «cuando el hombre no tiene ninguna de las seis fuerzas Yang, sólo dispone de fuerzas Yin, por lo que no tarda en morir». Se debe también saber que es siempre preciso poner el espíritu y la fuerza en la parte inferior del cuerpo. Allí es donde realmente reside el secreto que mantiene el cuerpo con buena salud.
«Hace ya mucho tiempo, Gokei fue a visitar al Maestro Sikidai solicitando amablemente de él que le desvelara la técnica del ejercicio del Tan (Tanden). El Maestro le respondió: «Es verdad que conozco el sagrado secreto del verdadero Tan. Pero está prohibido revelarlo a alguien que no pertenezca al más alto rango. En otros tiempos, Kôsêshi se lo enseñó al emperador Kótei, quien purificó su cuerpo durante veintiún días antes de empezar —con absoluto respeto— la práctica. No se da el verdadero Tan fuera del Gran Camino, al igual que no hay Gran Camino (Tao) sin verdadero Tan.
«Cuando se eliminan todos los deseos, y cuando los cinco sentidos olvidan su función, aparece con plenitud la verdadera fuerza original. Así lo expresa Taihakudôjin cuando dice: “Lo que yo cumplo con mi naturaleza, con mi espíritu original, no es sino uno con el espíritu original del Cielo y de la Tierra”. Y si como lo precisa Mencius (Meng— Tseu), se concentra la Gran Fuerza Espiritual ligeramente por debajo del ombligo, se mantiene ahí, y se refuerza a lo largo de meses y años, y si un día se da la vuelta al Tanden, se puede uno dar cuenta de que lo interior y lo exterior, el centro, las ocho direcciones del viento, y las cuatro regiones, son una sola y única cosa, la Gran Unidad del Tanden, la Gran Verdad Eterna, anteriores al Cielo y la Tierra, y más allá de la vida y de la muerte. El ejercicio del Tan es entonces perfecto. No se convierte uno en una especie de santo que cabalgando vientos y brumas, vuela por encima de la tierra y camina sobre las aguas, no se convierte uno en un “acróbata”, sino en un santo, que transforma en leche el gran océano, y la tierra en oro».
Al llegar a estas palabras, yo, Hakuin, le dije: «Le he escuchado con un gran respeto. Voy a dejar por algún tiempo la meditación Zen y trabajaré por curar mi enfermedad. Sólo temo hacer que descienda demasiado el fuego del corazón, enfriándolo, como dijo Rishisai. Porque si concentro demasiado el fuego del corazón en un solo lugar, ¿no se parará el soplo y la circulación sanguínea?». Hakuyüshi respondió esbozando una sonrisa: «No. ¿No dijo Nishisai que en la propia naturaleza del fuego del corazón, es decir en el soplo, estaba el ir hacia arriba? Esa es justamente la razón por la que hay que hacerle bajar, forzando que el agua suba (la sangre), que naturalmente tiende hacia abajo.
«Cuando el agua sube, y el fuego baja, se dice que se da el “verdadero ir y venir” (intercambio), y cuando éste existe, se encuentra uno satisfecho, en paz; de otro modo, se está inquieto e insatisfecho. Intercambio es símbolo de vida. La inmovilidad, es el de la muerte. Cuando Rishisai aconseja ser prudente al hacer descender el fuego del corazón, lo único que quiere es ponernos en guardia en cuanto a exagerar la aplicación de los consejos que da Tankei para hacer bajar el fuego.
«Un anciano dijo un día: Cuando el ministro Fuego tiene tendencia a subir, el cuerpo sufre. Si se echa agua, el fuego se amansa. Está el Príncipe-Fuego y los Ministros—. Fuego. El Príncipe-Fuego se mantiene arriba, y reina sobre todo lo que está en calma. Los Ministros-Fuego están abajo, y gobiernan lo que está en movimiento. El Príncipe-Fuego es el Señor del corazón. Los Ministros-Fuego son ministros del príncipe. Los Ministros-Fuego son de dos clases, los riñones y el hígado. El hígado corresponde al trueno. Los riñones se parecen al dragón. Por eso se dice: Si se obliga al dragón a volver al fondo del mar, no habrá explosión que se parezca a la del trueno; si se retiene el trueno en el estanque, ninguna explosión será parecida a un dragón indignado. El mar y el estanque son el agua; por consiguiente hay que amansar a los Ministros-Fuego, porque suben con facilidad a la parte superior del cuerpo. Y digámoslo una vez más, si se sufre del corazón, si se tienen preocupaciones, el corazón estará caliente. Si el corazón llega a estar caliente, hay que hacer que descienda hasta que llegue a los riñones (es decir al agua). A eso se llama equilibrar el corazón (Fuego), y ese es el camino de la paz, de la calma. Usted, Hakuin, ha dejado que el corazón vaya hacia arriba; por eso tiene graves enfermedades. Si no hace que el corazón vaya hacia abajo, no podrá curarse, aunque llegue a conocer y dominar todos los secretos del mundo. Quizás crea usted que ya estoy alejado de Buda, porque parezco taoísta. No, en realidad ese es el verdadero Zen, como debiera ser. Si llega usted un día a comprender esto, soltará una formidable carcajada (“Satori”, o con otras palabras, echarse a reír fuertemente). Para lo que es contemplación, la verdad está en la no-contemplación. Contemplar demasiado, es contemplar sin razón. Ese exceso de contemplación es lo que le ha puesto tan gravemente enfermo. En lo sucesivo, luchará contra esta enfermedad con la no-contemplación. ¿No es esto lo justo? Si usted junta el fuego de su corazón (y el fuego de su mente), concentrándolo justo por debajo del ombligo (en el tanden), y en el centro de los pies, su pecho y su diafragma se enfriarán, y ya no se levantará ni la más mínima onda de las olas del pensamiento o del corazón. No diga que va ahora a dejar el Zen. El propio Buda dijo: “Concentrar el corazón en el centro del pie, curará cientos de enfermedades”. En el Sutra Agon hay un método que indica cómo utilizar So [19] , y este método es una maravilla para hacer desaparecer la fatiga del corazón.
«El libro “Maka-Shikan” aborda con mucho detalle las causas de la enfermedad, así como los medios para curarla. Hay muchas formas de respirar que ayudan a curar, y también se puede llegar a curarse mediante ciertas representaciones de la mente. Por ejemplo, imaginándose “hijo del ombligo”, o sea, representándose como un fruto en el centro del ombligo. Lo que importa principalmente es imaginar que el fuego del corazón baja, o dicho de otro modo, que se desplaza al espacio situado debajo del ombligo, y al centro de los pies. Esto no sólo permite curar las enfermedades, sino que también contribuye al completo desarrollo del espíritu Zen.
«Hay dos clases de ejercicios: Keien-Shikan y Taishin— Shikan. Este último permite una visión perfecta de la verdad; el otro consiste en concentrar la fuerza del corazón en la región del Kikai-tanden. Quien practica Taishin-Shikan obtiene un gran provecho. Hace mucho tiempo, bajo la dinastía Sung, el Maestro Dôgen, fundador del Templo Eiheiji, fue a China y visitó al Maestro Zen Nyojó, en la montaña Tendózan. Un día, Dógen pidió a su maestro que transmitiera la sustancia de su enseñanza. El maestro le dijo: “Cuando tu estés sentado en Zazen, pon tu corazón en la palma de tu mano izquierda”. Este consejo resume el Keien— Shikan, tal como lo enseñó Chisha-Daishi en su libro “Shô— Shikan”, en el cual él cuenta cómo por este método, salvó a su hermano cuando agonizaba.
«Otro, el gran-padre Hakuun, enseñaba: “Yo actúo siempre de tal modo que mi alma colme mi vientre; ésta es mi forma de proceder para satisfacer al prójimo, tener sobre los demás el influjo que hace falta, y recibir a mis huéspedes. Así es como dispongo de la ilimitada libertad de ser dueño de mí mismo, tanto en las grandes como en las pequeñas empresas en las que participo. Este método es cada vez más eficaz para la salud, a medida que se va envejeciendo”. ¡Sorprendente!, ¡verdaderamente sorprendente! Todo esto tiene su base en un pasaje del tratado médico “Somon”. Allí se dice: “Cuando se ha hecho el vacío en todos los órganos internos, la verdadera fuerza viene por sí misma”. Para proteger el interior con la fuerza y el alma, hay que hacer que penetren en todo el cuerpo, hasta los 360 huesos y los 84.000 poros de la piel. Hay que saber que ese es el secreto para mantenerse con buena salud.
«Hosó, un sabio que vivió hasta la edad de ochocientos años, dijo: “Para encontrar la armonía del espíritu (es decir, llegar a hacer que esté de acuerdo conmigo mismo), y para dar a la fuerza vital todo su poder, hay que encerrarse en la habitación, preparar tranquilamente el espacio, calentar el lugar reservado para la meditación, instalar un cojín de diez centímetros de alto, estirar el cuerpo como conviene, cerrar los ojos, agrupar la fuerza y el corazón en el centro, colocar un cabello fino en la nariz, cuidando que no se mueva bajo el efecto de la respiración. Después de trescientas respiraciones, se llega a un estado en el que ni los oídos ni los ojos perciben ya nada. Ni el frío ni el calor penetran así en el cuerpo, ni tampoco se es víctima ni de las abejas ni de los escorpiones. Este ejercicio hace que se viva hasta la edad de trescientos sesenta años, y permite aproximarse a la condición de hombre verdadero”.
El poeta Sonaikan Sôtoba (en chino Sushi), dijo: «No se debe comer sino cuando se tiene hambre, y hay que dejar de comer antes de saciarse. Hay que caminar hasta que el vientre se vacíe, y una vez hecho esto, retirarse a la quietud de la habitación, sentarse en la posición correcta y, en silencio, contar las inspiraciones y las espiraciones, primero hasta diez y luego hasta cien, y por último, hasta mil. De este modo, el cuerpo llega a ser tan inquebrantable, y el alma tan serena como un cielo sin nubes. Si se permanece en este estado algún tiempo, la respiración, poco a poco, se hace más lenta, y cuando ya no hay ni espiración ni inspiración, como si el aire entrara y saliera por los 84.000 poros de la piel, está claro que desaparecen todas las enfermedades que existen desde la noche de los tiempos, y que una gran cantidad de turbaciones y debilidades se resuelven de la forma más natural. Es como si un ciego recobrara de pronto la vista. No se necesita entonces preguntar dónde conduce el camino que se sigue, basta con cultivar sin decir nada la fuerza que uno detiene. «Por eso se ha dicho: “Aquel que se preocupa realmente de cuidar sus ojos, cierra los ojos; en cuanto a aquel que quiere cultivar su oído, lo que desea es no oír ya nada. Aquel que cultiva su alma y la fuerza verdadera, guarda silencio”.
«A mi pregunta sobre el empleo de So, el Maestro Hakuyûshi contestó: «Si al practicar este método, usted toma conciencia de que los cuatro elementos que hay en usted no están en armonía perfecta entre ellos, y de que el cuerpo y el alma están cansados, concéntrese y represéntese la siguiente imagen: usted tiene en el cráneo un trozo de so —esa sustancia olorosa, del color de leche, de admirable pureza—, grande como un huevo de pata. Y que esta sustancia de excelente perfume y gusto, empieza a mojar su cabeza y a caer lentamente por sus hombros, brazos, pecho, pulmones, hígado, estómago, intestinos, y por todo el cuerpo hasta la extremidad de la columna vertebral. De este modo es como escurrirán todos los dolores y sufrimientos. Todo se purificará con este líquido, se expulsará todo, como si fuera lavado por un flujo de agua corriente. En realidad, se puede oír con precisión que el agua cae por todo el cuerpo, bañando hasta las piernas y hasta el centro del pie. Será necesario representarse esta imagen muchas veces. Cuando al caer, el So se acumula en torno al cuerpo, bañándolo y calentándolo, será igual que si un excelente médico llenara una bañera de maravillosas medicinas, con las que usted calentara la parte del cuerpo por debajo del ombligo. Teniendo en cuenta que todo depende del alma y del espíritu, un delicado perfume viene a acariciar la nariz, sintiendo en todo el cuerpo una deliciosa sensación de dulzura. Le recorrerá una gran alegría, porque el corazón y el cuerpo viven en armonía. Uno se siente incomparablemente mejor que cuando tenía veinte o treinta años. Entonces se resuelven todos los males y sufrimientos acumulados, el estómago y el intestino recuperan su armonía, y la piel toma un nuevo lustre. Si se practica este ejercicio con constancia, se cura toda enfermedad, se obtienen todas las virtudes, y se llega al modo de vivir de un santo. La rapidez en lograr estos resultados, depende tan sólo del ardor que se ponga en la práctica. Cuando yo todavía era joven, me ocurría mucho, diez veces más que a usted, que caía enfermo. Todos los médicos desistieron, y no pudo curarme ninguno de los cien métodos que se intentaron. Me puse a orar a todos los dioses y budas, a todas las divinidades y santos, a fin de conseguir su ayuda; y qué dicha sentí cuando conocí de la forma más inesperada, el maravilloso método del oloroso So. Me invadió una indecible alegría.
«Me puse a practicar con todo el ardor de que era capaz, y en menos de un mes, desaparecían la mayor parte de mis enfermedades. Desde entonces, mi cuerpo y mi alma están en calma y ligeros. Continué practicando este método como un estúpido humano. Mis pensamientos terrestres se hicieron gradualmente más tenues. Hoy he olvidado los habituales deseos de los hombres. No sé qué edad tengo. Hacia la mitad de mi vida, pasé unos treinta años en las montañas de la provincia de Wakasa, alejado de todos y olvidado del mundo, y siempre que recuerdo este período, tengo la impresión de que era un sueño fugaz en el que, no obstante, uno sueña toda una vida. Ahora estoy aquí, en estas montañas inhabitadas, con mis viejos huesos cubiertos con este grueso paño. El rudo frío de las noches de invierno puede ciertamente traspasar mi vestido, pero no puede llegar a mis viejas entrañas. Durante muchos meses, no tuve para alimentarme ni un solo grano de arroz, y sin embargo, no tuve ni frío ni hambre. Ahí es donde reside la eficacia de esta meditación.
«Ahora ya le he transmitido un secreto, y toda una vida no basta para sacarle provecho. ¿Qué puedo todavía añadir?».
Con estas palabras, el Maestro Hakuyüshi cerró los ojos y se sumió en el silencio. Con las lágrimas en los ojos, me incliné ante él. Luego emprendí el camino de regreso, empezando a descender. Los rayos del sol poniente coloreaban la cima de los árboles. De pronto oí unos pasos que venían de la montaña. Sorprendido, me volví y pude ver al Maestro Hakuyüshi, que había dejado su gruta para acompañarme: Me gritó: «Ese sendero de la montaña no se frecuenta. Cuesta trabajo distinguir el Oeste del Este, y el visitante puede fácilmente perderse. Yo mismo le mostraré el camino de regreso». Se puso sus grandes sandalias, y ayudándose de un delgado bastón, empezó a bajar por las escarpadas rocas y abruptos senderos, con tanta ligereza como si lo hiciera por un camino uniforme. Hablando y riendo llegó hasta mí. Tras haber recorrido aproximadamente un kilómetro, llegamos al borde de un arroyo. Hakuyüshi me dijo entonces: «Si sigue el agua, llegará al pueblo de Shirakawa».
Con la pena en el corazón le dije adiós. Sin moverme, le seguí con los ojos cuando regresaba. El anciano tocaba ligeramente el suelo con los pies, igual que un santo varón que ha recibido alas y se va al cielo, dejando el mundo y los humanos. Me invadió un sentimiento mezclado de envidia y respeto. Me sentí afligido por no poder pasar toda mi vida junto a este hombre. Luego reemprendí el camino de regreso.
Yo ejercitaba en silencio esta «mirada interior» que me habían aconsejado, con una asiduidad total. A los tres años, las enfermedades que antes me asediaban habían desaparecido, sin que tuviera necesidad de recurrir ni a la acupuntura, ni a los moxas, ni a las medicinas. Pero no sólo se curaron mis enfermedades, sino que además, aquello que me parecía ser increíble, impenetrable, insoluble, sin que pudiera comprenderlo de ninguna manera, se me hizo transparente. Llegué así a la experiencia de la gran alegría (satori) seis o siete veces; en cuanto a las pequeñas alegrías, a las breves iluminaciones, no podría contarlas. Pude así comprobar la veracidad de las palabras del Maestro Myóki (de la época Sung), quien decía: «Yo he conocido la gran iluminación dieciocho veces, pero he tenido pequeñas iluminaciones en número incalculable». Ya sé en lo sucesivo que estas palabras no mienten. Antes yo llevaba dos o tres pares de calcetines, y tenía siempre los pies tan helados como si los hubiera metido en la nieve. Hoy, no los uso ni incluso en los inviernos más rigurosos, ni tengo tampoco necesidad de calefacción. Aunque ya he cumplido setenta años, no padezco ninguna enfermedad. Este es el resultado de este método, a la vez sabio y santo. No diga que estas son cosas de un hombre que tiene ya un pie en la tumba, y la mente un poco confusa, induciendo a los otros a error. Mi relato no va dirigido a personas extraordinariamente dotadas, que alcanzan de entrada la gran iluminación. Está más bien pensado para aquellos que dudan y que, necios como yo, son aún víctima de enfermedades e inquietudes. Que éstos me lean y pongan cuidadosamente en práctica mis consejos; les servirá de un cierto alivio. Lo único que me preocupa es que este relato llegue a manos de alguien que se eche a reír, como si fuera un caballo masticando las vainas de habas secas. Lo cual, sin duda alguna, molesta a la hora de la siesta.
A 25 de enero de 1757 (después J. C.).



 
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