Un inspirador texto de Gérard Chinrei Pilet sobre la actividad “no activa” del vacío.
El “vacío” de zazen -donde es posible dejar pasar los pensamientos,
sin atraparlos ni rechazarlos, donde el lago de nuestra mente puede
recuperar su tranquilidad y donde las experiencias de la vida, recientes
o antiguas, pueden desplegarse y observarse desde una neutralidad
benévola y acogedora-, este vacío, tiene un poder inmenso. Con él, las
cosas se asientan, se digieren y, de forma natural, encuentran su lugar
en el espacio psíquico que se les asigna.
Este vacío de zazen no es una carencia o ausencia de algo, sino al contrario, es lo que hace que todo sea posible,
como se ha sugerido en las diferentes imágenes que para este fin han
utilizado los maestros a lo largo de los siglos. Recordemos en este
sentido el Mondo en que, constatando la mente cerrada de su
interlocutor, el maestro empieza a llenar un vaso de agua colocado sobre
la mesa hasta que rebosa y el agua se derrama. En respuesta al
discípulo que, sorprendido por un acto que considera absurdo, el maestro
le responde que su mente es parecida a ese vaso lleno y que, hasta que
no se decida a vaciarlo, no podrá comprender nada de la Vía. De hecho,
es a través de la experiencia del vacío, en el sentido que le hemos
dado, que la realización de las profundas verdades de la Vía son
posibles. Desde esta perspectiva, podemos decir que la experiencia del
vacío es liberadora y de alguna manera, es la puerta al despertar.
Recordemos también la imagen de la rueda que Buda utilizó para simbolizar el Dharma,
el círculo que la delimita evoca la perfección, los radios de los
diversos caminos que llevan al centro y el eje de la rueda evocan la
experiencia de vacío/plenitud a la que los “ocho miembros del óctuple
sendero” nos llevan. Del mismo modo que sin el eje vacío colocado en el
centro las ruedas no pueden girar, sin la profunda experiencia del vacío
que le llevó al despertar, Buda no habría podido girar la rueda del
Dharma. Si, por nuestra parte, aspiramos a hacerla girar por el bien de
todos los seres, nos corresponde pasar por la experiencia liberadora del
vacío.
Portadora de infinitos beneficios para el individuo, la experiencia
de volver al vacío es también beneficiosa para la colectividad humana en
su conjunto. Es en este sentido que Bernie Glassman, conocido maestro
Zen americano, observó con mucho acierto que “unos pocos millones de
personas practicando zazen cada mañana, aunque sólo sea durante veinte
minutos, tendrían más influencia en la paz en el mundo que años y años
de conferencias en la cumbre de la ONU”.
En una época como la nuestra, donde el activismo se considera un
valor supremo, nuestra comunidad internacional haría bien en reflexionar
sobre estas líneas y en tomar consciencia de la “actividad no activa”
del vacío.
Gérard Chinrei Pilet (Julio de 2017), monje zen discípulo del maestro Deshimaru.
Podéis leer el texto original en francés en el sitio web de Kan Jizai