Debemos aprender a ver nuestra vida cotidiana
como un mandala o como el ornamento luminoso de las experiencias que
irradian espontáneamente de la naturaleza vacía de nuestra identidad.
Los elementos que forman nuestro mandala son los objetos cotidianos de
nuestra experiencia moviéndose en la danza o el juego del universo.
Gracias a ese simbolismo, el maestro interior revela el significado profundo y último de nuestra naturaleza esencial.
Por lo tanto, debemos ser naturales y espontáneos, aceptándolo todo y aprendiendo de todo.
Eso nos permitirá percibir el lado irónico y divertido de muchos acontecimientos que, por lo general, nos irritan.
La meditación nos permite ver a través de la ilusión del pasado, el
presente y el futuro, con lo que nuestra experiencia deviene la
continuidad del ahora.
El pasado sólo es un recuerdo poco fiable sostenido en el presente.
El futuro sólo es la proyección de nuestras concepciones presentes.
El presente mismo se desvanece tan pronto como tratamos de asirlo.
Entonces, ¿por qué molestarnos en tratar de dar consistencia a la
ilusión?
Tenemos que liberarnos de nuestros recuerdos y de todos los prejuicios acerca de qué es la meditación.
Cada instante de meditación es completamente único y pleno de potencialidad.
En ese momento, no podemos juzgar nuestra meditación en términos de experiencia pasada ni de secas teorías o retóricas vacías.
La mera inmersión en la meditación en el momento presente, con todo
nuestro ser, libres de dudas, aburrimiento y excitación, es la
iluminación.
Si nuestra mente se ha posado en lo mediocre
presentamos mediocridad y no hay vuelta, si la mente mente se vuelve a
lo sórdido lo que reflejamos es eso, si nuestra mente disfruta de lo
constructivo eso reflejamos.
La presencia] puede aparecer como
identificación o como des-identificación, mientras que al mismo tiempo
está siempre más allá de esa dualidad
R.Malak.