La cosa más difícil es saber lo que sabemos y lo que no sabemos. Por
tanto, si deseamos saber algo, debemos primero de todo establecer qué
aceptamos como datos, y qué consideramos que exige definición y prueba, o
sea, debemos determinar qué sabemos ya, y qué deseamos saber.
En
relación con nuestra cognición del mundo y de nosotros mismos, las
condiciones serían ideales si fuera posible no aceptar nada como datos y
considerar que todo exige definición y prueba.
En otras palabras, seria mejor suponer que no sabemos nado, y tomar esto como nuestro punto de partida.
Por desgracia, sin embargo, es imposible crear tales condiciones. Algo
ha de tenerse como base, algo debe aceptarse como conocido; de lo
contrario, estaremos constantemente obligados a definir una incógnita
por medio de otra.
Por otro lado, debemos cuidamos de aceptar
como conocidas — como datos— cosas que. en realidad, son completamente
desconocidas y meramente presupuestas: los que se buscan.
Hemos de
cuidamos de no hallamos en la posición ocupada por la filosofía
positivista en el siglo XIX. Durante largo tiempo, la base de esta
filosofía fue el reconocimiento de la existencia de la materia
(materialismo); y más tarde, de la energía, o sea, la fuerza o el
movimiento (energética, aunque en el hecho concreto la materia y el
movimiento siguieron siendo siempre las cantidades desconocidas, x e y, y
se definieron siempre una por medio de la otra.
Está
perfectamente claro que es imposible aceptar la cosa buscada como la
cosa conocida; y que no podemos definir una incógnita por medio de otra
incógnita. El resultado no es sino la
identidad de dos incógnitas: x = y, y = x.
Es precisamente esta identidad de cantidades desconocidas la que
representa la conclusión última a la que arriba la filosofía
positivista.
La materia es aquello en. lo que tienen lugar los
cambios llamados movimiento: y el movimiento son aquellos cambios que
tienen lugar en la materia...