El camino del corazón
El tratado VII del "Corpus Hermeticum" se inicia planteándonos un
interrogante: ¿Adonde se encamina el hombre, dominado por la ignorancia?
Ese desconocimiento, que hace que el hombre se encuentre como ebrio,
exige que este levante los ojos del corazón. El alma del hombre está
degradada, presa en la materia de su cuerpo; solamente a través del
camino del corazón podrá el hombre llegar a alcanzar el conocimiento y
acercarse a Dios. El texto, más adelante, volverá a insistir en que el
hombre debe mirar a Dios con los ojos del corazón. En otro caso, poseído
por la materia, será incapaz de acceder al conocimiento.
Esta
idea de seguir el camino del corazón para acercarnos al Supremo ya la
había expresado Petosiris, sumo sacerdote de Hermópolis, en los tiempos
de la segunda dominación persa de Egipto. En efecto, en las
inscripciones de su tumba, Petosiris nos dice que Sishu, su padre, fue
un hombre que supo llenar su corazón con el camino de Dios. En otra
inscripción nos dice, igualmente, que sea "bendito aquel cuyo corazón le
conduce a servir a Dios".
En términos similares se había
expresado también, muchos siglos antes, Ptahhotep, que vivió en los
tiempos del Imperio Antiguo y que en su "Sabiduría" nos ha dejado
escrito lo siguiente (máxima 11):
"Durante tu existencia, sigue el camino que te marca tu corazón,
pero tampoco cometas excesos al seguir esta norma.
No escatimes tiempo para hacer lo que tu corazón te dice.
No hacerlo sería la abominación del ka"
Para los egipcios el corazón era el órgano inmaterial en el que
reposaba la conciencia y la espiritualidad del hombre. En la máxima que
hemos reproducido, Ptahhotep nos está diciendo que debemos llevar una
existencia en la que estemos abiertos al corazón, es decir, a la
espiritualidad, ya que es a través del corazón como el hombre puede
acceder a lo sagrado. Eso sí, Ptahhotep, sin duda un hombre prudente,
nos dice también que no debemos cometer excesos en la aplicación de esta
norma, es decir, no debemos ser fanáticos o dogmáticos. A fin de
cuentas, aun cuando hemos de buscar la espiritualidad, no debemos
olvidar que somos hombres y tenemos un cuerpo que debemos cuidar.
Insiste luego en que no debemos escatimar tiempo para hacer lo que
nuestro corazón nos dice, ya que solo así podremos abrir nuestra
conciencia a lo sagrado, a lo espiritual. Desperdiciar ese momento
mágico en que hemos accedido a lo trascendente sería "la abominación del
ka", es decir, el desperdicio de una energía inmensa (ka).
En
otra de sus máximas (14) nos habla Ptahhotep de que el hombre solamente
podrá ser considerado como tal cuando su corazón prevalezca sobre su
vientre, es decir, sobre los deseos y la materia:
"El corazón de quien escucha a su vientre desaparece,
él suscitará, a su vez, el desdén en lugar del amor.
El corazón será desnudado y su cuerpo no será ungido.
Tener un gran corazón es un don de Dios"
En suma, el hombre en el que los deseos terrenos prevalezcan sobre la
espiritualidad verá como su corazón es desnudado, es decir, queda
inactivo y pierde sus funciones; su cuerpo, cuando muera, no será
ungido, es decir, no participará en los ritos que ofrecen la esperanza
de resurrección en el más allá.