UNA PELI ABURRIDA

Por fin habíamos podido dejar a las niñas y escaparnos un rato al cine, los dos solos.

Silvia estaba especialmente guapa. Estrenaba una falda estampada comprada unos días antes. Se puso las sandalias de tacón rojas, ésas que tanto me gustan, y una blusa ajustada, a juego con la falda.

Tomamos un café en el centro comercial y nos metimos en la sala. No había mucha gente.

La película no era lo que esperábamos, y, lo que era peor, a medida que pasaban los minutos se hacía más y más aburrida.

Estábamos pegados, como solemos estar, con las manos entrelazadas. De vez en cuando, algún que otro beso. No había nadie más en nuestra fila.

En un momento dado solté mi mano de la suya y comencé a acariciarle la pierna. Ella respondió apretándose un poco más contra mi hombro, como una gatita, y separando un poco los muslos. Era muy agradable pasar la mano por ellos, suaves, duros…

Cada vez atendíamos menos a la película. Le desabroché un botón de la blusa… luego otro más. Metí mi mano en su escote, por dentro del sujetador, y me puse a jugar con uno de sus pezones. Silvia estaba cada vez más animada.

Cuando mi mano bajó de nuevo a sus piernas, las abrió más ampliamente. Subí desde los muslos hasta su sexo, y lo acaricié por encima del tanga. Seguía apretándose contra mi hombro, cada vez más y empezaba a gemir muy bajito.

Le pedí que se quitara las braguitas. Me dijo: “¿Estás loco? Nos van a ver”. Le dije que no había nadie, que estuviese tranquila… y finalmente accedió. Se las quitó y me las dio. El mero hecho de tener su tanga en mis manos me puso aún más caliente de lo que ya estaba. Cogí una de sus manos y la coloqué sobre mi entrepierna.

Ya sin el obstáculo de la braguita, mis dedos jugaban sin parar en su sexo. Pellizcaba sus labios, subía hasta su clítoris, introducía suavemente la punta de alguno de ellos en su vagina… Silvia había perdido ya el control. La mano que tenía sobre mi pantalón abrió la cremallera y se metió en busca de mi miembro, a estas alturas ya suficientemente duro. Lo agarró fuerte, apretando y soltando de forma acompasada. Con la otra mano liberó del sujetador uno de sus pechos, pellizcándose el pezón como a ella le gusta.

Cuando más entusiasmados estábamos, sonó un ruido justo detrás nuestro. Es verdad que no había nadie en la misma fila, pero… ¿y detrás? A estas alturas yo ya no pensaba parar y ella aún menos. No quería volverme, mirar hacia atrás, pero notaba la presencia, incluso la respiración de alguien muy cerca, demasiado cerca. Silvia tenía los ojos cerrados. Su sexo, tremendamente húmedo ya, se apretaba una y otra vez contra mi mano. Estaba cerca del orgasmo…

De repente vi sorprendido como una mano aparecía entre su butaca y la mía. Por un instante me quedé paralizado, pero no hice nada. La mano buscó el pecho de Silvia, el que estaba aún dentro del sujetador. Lo sacó y lo acarició. Su mano era grande y abarcaba toda su pequeña teta. La amasó todo lo que quiso mientras yo me concentraba en su clítoris, dispuesto a que tuviera el mejor orgasmo en mucho tiempo… y lo conseguí; o mejor dicho, lo conseguimos. Al poco Silvia se retorció, lanzó un gritito ahogado y arqueó las caderas… la mano que aún agarraba mi pene se cerró contra él como si quisiera exprimirlo.

De reojo pude ver que la mano extraña seguía ahí. Ya no amasaba, ni pellizcaba, sino que recorría suavemente su pecho, su areola…

Como suelo hacer, dejé mi dedo sobre su clítoris a pesar de haber alcanzado el orgasmo. Transcurridos 20 o 30 segundos volví a moverlo rápidamente, cada vez más… y llegó el segundo…

Silvia quedó exhausta en su butaca. Las piernas muy abiertas, los pechos fuera del sujetador. La mano había desaparecido. La suya se mantenía alrededor de mi pene, a punto de explotar. Al poco me susurró al oído: “Ahora te toca a ti”. Le dije que no podía correrme allí, que me reservaba para casa. Me pidió que le devolviera el tanga, pero decidí que éste volvería a casa en el bolsillo de mi chaqueta; y así fue.

Cuando acabó la película nos levantamos, y miré rápidamente hacia atrás. Quería conocer al dueño de aquella mano… pero ya no había nadie.

Por la noche en casa, volvimos a hacer el amor. Fue estupendo… Nunca le comenté nada a Silvia sobre aquella mano. ¿Creyó tal vez que era mía o siempre supo que había participado un desconocido en uno de los mejores momentos de sexo que ha tenido últimamente? Desde entonces, cada vez que volvemos al cine, procuro mirar quien se sienta detrás de nosotros… por si acaso…