Sentía claramente como era ver cerrarse detrás de mi, la puerta de ka habitación, la obscuridad lleno el cuarto, excepción a la enorme ventana qué era alumbrada por la luna.
En vez de temer a esa obscuridad, me sentía tranquila ya qué él estaba junto a mi; parecía una danza qué jamás acabaría.
Después para unos segundos, viéndonos fijamente como si fuera la primera vez, conociendo nuestros sentidos; traspasando con la mirada el calor qué ya había.
Yo pienso qué no fue tan inútil lo qué tuve qué esperar, esta vez no se irá, yo no intenté discutirlo, lo sabe y lo sé. La pasión nos consumía no hacía falta esperar lo qué vendría.
Se qué eso no fue querer, porque en sus ojos yo me pude perder; en ese momento daba todo por él, sólo esperaba que lo dijera.
En ese momento sus labios se entrelazaron con los míos, y todo calló en el deseo…
Pregunté a la noche si había visto alguna vez, dos pieles abrazándose en una misma piel; mi cuerpo era casi suyo, su cuerpo era casi yo, no era fácil romper lo qué parecía mentira. No habría muerte en el mundo qué consiguiera matar una historia de amor.
Le regalé mi cintura y mis labios para cuando quisiera besar, le vendí mi locura y las pocas neuronas qué me quedaban ya; le di hasta mis suspiros con tal de qué no se fuera más.
Porque para mi fue lo más importante en el mundo, fue la fe con qué vivía, las ganas de reír, ya qué yo creía qué nunca podría vivir sin él.
Estaba imaginándome el final, y me daba miedo pensar qué algún día llegaría.
No quería esta vida sin él, no la podía entender, ese día me di cuenta que lo amaba, pero temía dejarlo partir, sin saber vivir. Tanto amor… no duraría mucho.
Fue muy de mañana, una de esas mañanas insolentes que se cuelan muy temprano a través de las cortinas para que todos despierten y las admiren. Pablo se movió junto a mi en la tersura de las sábanas floridas y perfumadas.
Su voz todavía espesa de sueño, sus dedos persiguiendo el hilo de luz qué me bailaba en la nariz; su beso, dieron cuenta de mi modorra. Corrió a levantar a persiana y el día bañó su cuerpo desnudo y todavía adormilado.
Frente al jardín, se desperezó con movimientos de pantera.
Me quedé en la cama vagamente celosa de algunos ojos madrugadores que pudieran poseerlo desde lejos.
Algo dije que le hizo gracia, después se oyó la sirena de una patrulla, abrazados, vimos su estelar rasgar lentamente la superficie plateada entre los puentes que brillaban como recién lavados.
En el horizonte la costa se dibujaba con nitidez y a nuestras plantas la ciudad descendía blanca y complicada hasta los muelles.
Unos minutos después todo había terminado.
Las grandes tragedias son siempre imbéciles. Nos podemos preguntar al infinito porque, porque, porque. Crueles travesuras de dioses resentidos.
¿Qué fue Pablo? una vez más ¿por qué? Un impulso caprichoso de nervios enfermos, una reacción de infantil venganza frente a una frase torpe que revive rabia de viejas rencillas, una locura incomprensible, una herida escaldada por un puñado de sal y ese hombre -la vida misma- desvanece de mi vida, sólo por cansarse de una sola mujer.
Es para creer qué somos sonámbulos en equilibrio sobre una cornisa. Qué basta la nimiedad de un virus, una absurda contingencia, una frase como la mía y la cornisa- vida serpentea bajo nuestro paso hasta entonces, seguro, arrogante, falaz. La muerte es un instante, en un inicio que quería tomar.
Sudo al frío al recordar ese día, de semanas y meses. No creo que muera algún día, no creo en el azar, sólo creía en su sonrisa azul y su mirada de cristal y en los besos que me dio.
Sólo él supo doblar mi razón, porque nadie lo amó así como lo hago yo, aún cuando el no lo hizo.