Sonrisa de dulzura, para la resignación. Sonrisa de acatamiento, para la rebeldía. Sonrisa de paz, para lo mandado por Dios. Sonrisa de aceptación y de serenidad, para tu alivio y tu desconsuelo.
Cuando al dolor le nace una sonrisa, se le enciende una luz y se le sale la virtud.
Prueba y verás que el dolor adquiere una gran dimensión humana cuando se sonríe con él, cuando se enseña lo que se puede hacer, para que no resulte inútil.
Aunque seas un pájaro herido, ponle una sonrisa a la tristeza de vivir. Una sonrisa que enlace el dolor con el amor y con la fe. Y puedan ir juntos caminando por el mundo.
Hay que tratar de iluminar el dolor y convertirlo en algo grande, vibrante, enriquecedor. Porque en él se talla la vida, se curte la virtud, se crece por dentro, se humanizan los sentimientos. Se hacen obras maestras con los chispazos del dolor, y se llenan muchos espacios del espíritu que teníamos vacíos. Y se nos facilita meternos en esos quejidos de nuestros semejantes, que ya conocemos y que casi nadie oye. Y se aprende a divisar tras la mirada del que sufre como en un libro abierto.
Porque cuando se le sonríe al dolor, se trepa una rosa a la cruz, se le cuela un lucero a la lágrima, se le abre vuelo a las alas y se le filtra cielo a la pena.
Esa sonrisa en el dolor es la llamita que encendemos para nosotros y para todas las velitas que pasan a nuestro lado.
El dolor es una raíz que se enrosca. La sonrisa sobre él, es ese aceite suavizante que la va despegando y colocando en dirección correcta.
El dolor es oscuridad cerrada. La sonrisa sobre él es una penumbra tibia, un resplandor de amanecer, un despegue para subir ¡y quizás hasta la fuerza de un águila para remontarse!
Aunque te sientas un pájaro herido por la vida, no hagas tu dolor compacto: déjale resquicios para el aire, para el sol, para las emociones.
Ese dolor a veces puede ser el nervio de tu quehacer diario, el motivo de tus obras, el pedestal de tu bandera y el salvoconducto de tu salvación.
Todos tenemos en la vida un poco de fracaso y un poco de esperanza, un poco de derrota y un poco de sueños, un poco de vencidos y un poco de esfuerzo. Siempre una tendencia a hundirnos y otra irrefrenable de llegar al infinito.
Algo hay en los ojos del dolor que engrandece a las personas. Un dolor sonreído es algo incomprensible para los descreídos.
El dolor, aunque queramos vivirlo secreto, personal, íntimo… es cotidiano, natural, universal.
La sonrisa en el dolor anuncia la mañana, la posibilidad del sol, el alivio para respirar. Porque el dolor te desgaja, pero retoñas. Las rosas se deshacen, pero vuelven a nacer. La vida se apaga, pero vuelves a encenderte. Las aguas crecen, pero toman su nivel.
Todos necesitamos el coraje para sostenernos y poder resucitar. Todos necesitamos el valor para enfrentar la vida y seguir adelante. Todos necesitamos el temple para ver llegar las penas del destino y no perder el paso. Todos necesitamos retar al dolor con entereza, pero necesitamos sonreír.
Todos podemos llenar nuestra copa y endulzarla.
Todos podemos tapar los gemidos con oración.
Todos podemos soportar el dolor con tu luz por dentro.
Todos podemos sostener la cruz, injertándole rosas.
Y todos podemos pararnos ante el mundo una y otra vez, ¡y dar un testimonio!
¡Pero necesitamos sonreír!