HUMILDES Y SOBERBIOS - EL MUNDO DE VAINICA

La primera impresión que se puede tener al iniciar las lecturas de este domingo es, por lo menos, de extrañeza. No aparece, como suele suceder, alguno de los altos personajes, profetas o grandes hechos de la historia de Israel. Parece, más bien, que tenemos delante, sentado en su sillón, a un hombre venerable, de larga experiencia, tranquilo y sensato, que da a su hijo o nieto saludables consejos —de los de antes—.

Y así es en realidad. Este hombre se llamó Jesús Ben Sirá. Vivió y escribió a comienzos del siglo II antes de nuestra era. Hombre religioso, hebreo de origen, conocía muy bien los libros sagrados, y a su amor a la Ley unía un gran interés por la sabiduría. En el prólogo a la versión griega de su obra, hecha hacia el año 132 a. C., su nieto le puso por título “Sabiduría de Jesús Ben Sirá”.

Aunque nunca se aceptó en el canon hebreo, la Iglesia le concedió el “visado” de libro canónico (incluido en el canon o lista de libros sagrados); y se utilizó tanto en las reuniones comunitarias de la iglesia primitiva que a Ben Sirá pasó a llamársele “El Eclesiástico.

2. Primera lectura

Se presenta, como marco inicial, un aforismo que, además de bíblico o religioso, tiene su base en el sentido común; es casi una simple norma de educación o buena conducta:

—Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad.

Un primer argumento, no muy espiritual, pero acrisolado por la experiencia común y universal. (El clásico Ovidio lo recogió en frase ya célebre: “Mientras seas feliz…”)

—Te querrán más que al hombre generoso.

Pero el hombre humilde y sencillo no solo se gana el afecto humano general sino, sobre todo, el favor de Dios, que revela sus secretos a los humildes.

Hay en la Biblia una especial relación de amor y sintonía entre Dios y el hombre humilde, el que sabe “andar en verdad” (Sta. Teresa), el que reconoce su auténtica situación ante Dios, ante sí mismo y ante los demás.

Reiteradamente se expresa en la Biblia esta predilección de Dios hacia el hombre humilde y la correspondiente repulsa hacia el cínico (el soberbio engreído que por creerse superior, tiene a burlarse de todo/s).

El Señor se burla de los burlones y concede su favor a los humildes (se dice en Proverbios 3,24)

Dios se enfrenta con los arrogantes, pero concede gracia a los humildes (repiten en sus cartas Santiago y Pedro (4,6; 1ª,5,5)).

Pero el más explícito con el humilde y duro con el cínico es Ben Sirá:

—Hazte pequeño en las grandezas humanas y alcanzarás el favor de Dios.

—No corras a sanar la herida del cínico, pues no tiene cura, es brote de mala cepa.

Esta última sentencia dicha con frase suave, fina, bíblica. En versión actual equivalente sería: “No pierdas el tiempo con el cínico o soberbio, no tiene remedio, es tonto de nacimiento”.

—El sabio aprecia las sentencias de los sabios, el oído atento a la sabiduría se alegrará.

La sabiduría bíblica de los libros sapienciales no consiste en la suma de conocimientos teóricos, sino en la “aptitud para llevar una vida irreprensible”. Por eso aceptar estos sabios consejos –concluye Ben Sirá- es propio de sabios.

3. El evangelio repite la misma idea de la lectura primera —la humildad—, pero en versión parábola.

Parte de un hecho real: Un fariseo importante invita a Jesús a comer:

—Entró Jesús un sábado en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando.

Lucas, más atento a la catequesis que al detalle narrativo, no precisa si se trataba de un convite “de casta”, e.d., exclusivo para fariseos. Cabe suponerlo ya que, por de pronto, obraban farisaicamente, solapadamente, con disimulo:

—Ellos lo estaban espiando”.

Siendo así, habrá que reconocer al menos dos cosas:

Primera: Aunque a través del evangelio Jesús muestra escasa simpatía hacia la secta farisaica, acepta no obstante comer con fariseos, en casa de fariseos y además en sábado, cuando el ritual farisaico era más estricto. Y Él sabe que lo espiaban, pero el celo por la predicación del reino no le permite desaprovechar ninguna ocasión.

Segunda: Los fariseos, además de fariseos, eran ineducados, al pretender los puestos principales. Ya se lo censuraba Jesús en uno de los anatemas: —Ay de vosotros, fariseos, que buscáis los asientos de honor en las sinagogas y los saludos por la calle! (Lc. 11,4).

—Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso este ejemplo

La lección era casi obligada, y Jesús imparte la clase, sencilla, clara y magistral, como siempre, sobre la humildad.

—Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro, y te dirá: “Cédele el puesto a éste”. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto.

Al revés, cuando te conviden, vete y siéntate en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba”. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales.

La moraleja es evidente, como la de Ben Sirá:

—Todo el que se ensalce será humillado, y el que se humilla será ensalzado.

(Lucas repite estas mismas palabras al finalizar su relato sobre “El fariseo y el publicano”)

Sin duda la humildad es virtud muy importante, hasta el punto de atraer la simpatía humana y el favor de Dios. Pero Jesús, al parecer, no quedaba satisfecho con su explicación. Hay otra virtud más importante: el servicio a los demás, el amor, la caridad. El Amor define a Dios, según San Juan. Y Pablo dice que en el paso de fronteras tierra-cielo hasta las virtudes —incluida la fe y la esperanza— quedan a este lado; solo el amor traspasa esa frontera y llega hasta el trono de Dios. Jesús, aprovechando el tema del banquete, completa la lección de la humildad con el remate de la caridad. Y lo hace con el mismo ejemplo, dirigiéndose al anfitrión:

—Y dijo al que lo había invitado: —Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote y quedarás pagado.

Una invitación, un banquete, puede quedar en mero convencionalismo social, o familiar o de amistad, o de empresa o de vecindad. Jesús no reprueba estos actos sociales o familiares; sólo instruye sobre algo mejor y más transcendente en la predicación del reino:

—Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos. Dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.

Invertir en caridad y esperar a que nos paguen la cuenta “cuando resuciten los justos” es la mejor inversión que podemos hacer. Lo dice el Señor.

4. La segunda lectura se dirige, como en domingos pasados, a los cristianos, tratando de conservar y vigorizar su fe. Para estimularlos, se contraponen los dos Testamentos, las dos alianzas de Dios con los hombres.

Se describe en primer lugar la alianza antigua con evidentes referencias al Sinaí, monte de terror, al que los israelitas ni siquiera podían acercarse. Esta alianza ya no afecta a los cristianos:

Vosotros no os habéis acercado a un monte tangible, a un fuego encendido, a densos nubarrones, a la tormenta, al sonido de la trompeta; ni habéis oído aquella voz que el pueblo, al oírla, pidió que no les siguiera hablando.

Frente al monte del terror del A. T., se contrapone el “monte Sión”, la Jerusalén celeste, la ciudad misma de Dios, a la que los cristianos tienen acceso, al estar purificados por la sangre de Jesús, el Mediador:

Vosotros os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo; a la asamblea de innumerables ángeles, a la congregación de los primogénitos inscritos en el cielo; a Dios, juez de todos; a las almas de los justos que han llegado a su destino y al Mediador de la nueva alianza, Jesús.