Y una rama de chopo hendía el espacio, el aire de la tarde, deshaciéndose en noche. Y entre la hierba, invisible, un grillo cantaba.
Son apenas aire los dedos, tan finos, que rozan el alma tersa de las hojas que mueren doradas en otoño. Que recorren la suave corteza del blanquecino tronco, desnudo, que apunta al cielo. Aire son, apenas nada, las palabras que vienen entre la brisa de la tarde, que son risa en la brisa de esta tarde que se va y se hace noche.
Y un viejo pino aguarda en silencio la bruma de la mañana, para desaparecer, para hacerse nada.
Contemplo hoy los tejados que blanquean ligeramente. Esta nieve efímera que no vi caer, que se detuvo aquí esta noche y ahora se va entre la tibieza de mi mirada. Un trino, su gorrión después, y unos pocos saltos justo al borde del alero. Imagino sus huellas diminutas, efímeras como la propia blancura que las sustenta, aquí y allá, como sin dirigirse a un lugar concreto. Una pizca de nieve cae desde el alero. Sin ruido. Casi inmediatamente se hace agua sobre la acera. El gorrión vuela. ¿A dónde?
Y desde el este vendrá, como el sol, a caminar descalza sobre la nieve, a convertir el frío en agua, la luz que se detiene en mis ojos, la voz que, tan tibia, susurra palabras que son risa entre las hojas que caen. Sin miedo.
He tocado con la punta de mis dedos este puro instante en el que el primer copo de nieve comienza a caer desde las nubes que pasan. Este instante, tan blanco, en el que mis ojos muy abiertos no saben qué decir. Y esta nieve, tan fina como dedos que acarician, se posa en mi piel, aquí y allá, como diminutas huellas que no se dirigen a ninguna parte. Un copo, y otro, y otro, y ya son agua todos ellos. Agua. Una huella húmeda, fresca. Nada. Ya nada.
Toco mi pelo y la blancura se hace agua sobre mi mano. Sobre mi mano en la que siguen cayendo lánguidamente los copos. Uno, otro, y otro. Mi mano mojada que sostiene pura nada.
Aquí, ahora, en el fin del mundo, con el miedo hecho añicos sobre mi mano, siento el roce de tus dedos que tocaron mi alma que moría como una hoja dorada en otoño. En este instante, tan puro, en el que el silencio de tus ojos se posa en mí, y todo mi cuerpo se estremece como pasos descalzos sobre la nieve, y mi yo, y mi mundo, tan blanco, se hace nada en tu mirada. Nada ya.
Ahora, aquí, acaba la tierra en el acantilado mismo de tu voz. La brisa es tu risa, como olas, entre las agujas de un viejo pino, que atraviesan esta noche esperando hacerse nada en la bruma de la mañana. Sin miedo.
Tan sólo en el borde mismo de tu alma hallé yo mi alma, y bastó el sólo roce de uno de tus dedos, tan finos, para hacerme lo que soy, lo que siempre fui.
Tan sutil, tan impreciso… ¿Quién, qué, en mis ojos se hace agua, cristalina, vacía? ¿Qué, quién, palpita tibiamente con un puro destello que se hace nada sobre tu mano?
--------------------------------------------------------------------
--------------------------
................
DE LA RED.
-----------------
-----------
----