Señor, Señor, hace ya tiempo, un día
Soñé un amor como jamás pudiera
Soñarlo nadie; algún amor que fuera
la vida, toda poesía.
Y pasaba el invierno y no venía,
y pasaba también la primavera,
y el verano de nuevo persistía;
y el otoño me hallaba con mi espera.
Señor, Señor: mi espalda está desnuda:
¡Haz estallar allí, con mano ruda,
el látigo que sangra a los perversos!
Que está la tarde ya sobre mi vida,
y esta pasión ardiente y desmedida
la he perdido, Señor, ¡haciendo versos!