MAÑANITA DE SAN JUAN
Pocas mañanas hay tan alegres, tan frescas, tan azules
como esta mañana de San Juan. El cielo está muy limpio,
"como si los ángeles lo hubieran lavado por la mañana";
llovió anoche y todavía cuelgan de las ramas brazaletes
de rocío que se evaporan luego que el sol brilla,
como los sueños luego que amanece; los insectos
se ahogan en las gotas de agua que resbalan por
las hojas, y se aspira con regocijo ese olor
delicioso de tierra húmeda, que sólo puede compararse
con el olor de los cabellos negros, con el olor de la
epidermis blanca y el olor de las páginas recién impresas.
También la naturaleza sale de la alberca con el
cabello suelto y la garganta descubierta; los pájaros,
que se emborrachan con agua, cantan mucho, y los
niños del pueblo hunden su cara en la gran palangana
de metal. ¡Oh, mañanita de San Juan, la de camisa
limpia y jabones perfumados, yo quisiera mirarte
lejos de estos calderos en que hierve grasa humana;
quisiera contemplarte al aire libre, allí donde
apareces virgen todavía, con los brazos muy
blancos y los rizos húmedos! Allí eres virgen: cuando
llegas a la ciudad, tus labios rojos han besado
mucho, muchas guedejas rubias de tu undívago
cabello se han quedado en las manos de tus mil
amantes, como queda el vellón de los corderos
en los zarzales del camino; muchos brazos han
rodeado tu cintura; traes en el cuello la marca roja de
una mordida, y vienes tambaleando, con traje de raso
blanco todavía, pero ya prostituido, profanado,
semejante al de Giroflé después de la comida,
cuando la novia muerde sus inmaculados azahares
y empapa sus cabellos en el vino.
¡No, mañanita de San Juan, así yo no te quiero!
Me gustas en el campo: allí donde se miran tus
azules ojitos y tus trenzas de oro. Bajas por la escarpada
colina poco a poco; llamas a la puerta o entornas
sigilosamente la ventana para que tu mirada alumbre
el interior, y todos te recibimos como reciben
los enfermos la salud, los pobres la riqueza y los
corazones el amor. ¿No eres amorosa? ¿No eres muy rica?
¿No eres sana? Cuando vienes, los novios
hacen sus eternos juramentos; los que padecen,
se levantan vueltos a la vida; y la dorada luz de tus
cabellos siembra de lentejuelas y monedas de oro
el verde oscuro de los campos, el fondo de los ríos
y la pequeña mesa de madera pobre en que se
desayunan los humildes, bebiendo un tarro de
espumosa leche, mientras la vaca muge en el
establo. ¡Ah! Yo quisiera mirarte así cuando eres virgen,
y besar las mejillas de Ninón... ¡sus mejillas de
sonrosado terciopelo y sus hombros de raso blanco!
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