Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito.
Mientras callé se consumían mis huesos, rugiendo todo el día, porque día y noche tu mano pesaba sobre mí; mi savia se había vuelto un fruto seco.
Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: "confesaré al Señor mi culpa", y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.
Por eso, que todo fiel te suplique en el momento de la desgracia: la crecida de las aguas caudalosas no lo alcanzará.
Tú eres mi refugio, me libras del peligro, me rodeas de cantos de liberación.
- Te instruiré y te enseñaré el camino que has de seguir, fijaré en ti mis ojos. No seáis irracionales como caballos y mulos, cuyo brío hay que domar con freno y brida; si no, no puedes acercarte.
Los malvados sufren muchas penas; al que confía en el Señor, la misericordia lo rodea.
Alegraos, justos, y gozad con el Señor; aclamadlo, los de corazón sincero.
Aclamad, justos, al Señor, que merece la alabanza de los buenos.
Dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor el arpa de diez cuerdas; cantadle un cántico nuevo, acompañando los vítores con bordones:
Que la palabra del Señor es sincera, y todas sus acciones son leales; el ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra.
La palabra del Señor hizo el cielo; el aliento de su boca, sus ejércitos; encierra en un odre las aguas marinas, mete en un depósito el océano.
Tema al Señor la tierra entera, tiemblen ante El los habitantes del orbe: porque El lo dijo, y existió, El lo mandó y surgió.
El Señor deshace los planes de las naciones, frustra los proyectos de los pueblos; pero el plan del Señor subsiste por siempre, los proyectos de su corazón, de edad en edad.
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que El se escogió como heredad.
El Señor mira desde el cielo, se fija en todos los hombres; Desde su morada observa a todos los habitantes de la tierra: El modeló cada corazón, y comprende todas sus acciones.
No vence el rey por su gran ejército, no escapa el soldado por su mucha fuerza, nada valen sus caballos para la victoria, ni por su gran ejército se salvan.
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre.
Nosotros aguardamos al Señor: El es nuestro auxilio y escudo; con El se alegra nuestro corazón, en su santo nombre confiamos.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren.
Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. Yo consulté al Señor, y me respondió, me libró de todas mis ansias.
Contempladlo, y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, El lo escucha y lo salva de sus angustias.
El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege. Gustad y ved que bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a El.
Todos sus santos, temed al Señor, porque nada les falta a los que le temen; los ricos empobrecen y pasan hambre, los que buscan al Señor no carecen de nada.
Venid, hijos, escuchadme: os instruiré en el temor del Señor; ¿Hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad?
Guarda tu lengua del mal, tus labios de la falsedad; apártate del mal, obra el bien, busca la paz y corre tras ella.
Los ojos del Señor miran a los justos, sus oídos escuchan sus gritos; pero el Señor se enfrenta con los malhechores, para borrar de la tierra su memoria.
Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias; el Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos.
Aunque el justo sufra muchos males, de todos lo libra el Señor; El cuida de todos sus huesos, y ni uno sólo se quebrará.
La maldad da muerte al malvado, los que odian al justo serán castigados. El Señor redime a sus siervos, no será castigado quien se acoge a El.
Pelea, Señor, contra los que me atacan, guerrea contra los que me hacen guerra; empuña el escudo y la adarga, levántate y ven en mi auxilio; di a mi alma: "yo soy tu victoria".
Y yo me alegraré con el Señor, gozando de su victoria; todo mi ser proclamará: "Señor, ¿quién como tú, que defiendes al débil del poderoso, al pobre y humilde del explotador?".
Se presentaban testigos violentos: me acusaban de cosas que ni sabía, me pagaban mal por bien, dejándome desamparado.
Yo, en cambio, cuando estaban enfermos, me vestía de saco, me mortificaba con ayunos y desde dentro repetía mi oración.
Como por un amigo o por un hermano, andaba triste; cabizbajo y sombrío, como quien llora a su madre.
Pero, cuando yo tropecé, se alegraron, se juntaron contra mí y me golpearon por sorpresa; me laceraban sin cesar.
Cruelmente se burlaban de mí, rechinando los dientes de odio.
Señor, ¿cuándo vas a mirarlo? Defiende mi vida de los que rugen, mi único bien, de los leones,
y te daré gracias en la gran asamblea, te alabaré entre la multitud del pueblo.
Que no canten victoria mis enemigos traidores, que no hagan guiños a mi costa los que me odian sin razón.
Señor, tú lo has visto, no te calles, Señor, no te quedes a distancia; despierta, levántate, Dios mío, Señor mío, defiende mi causa.
Que canten y se alegren los que desean mi victoria, que repitan siempre: "Grande es el Señor" los que desean la paz a tu siervo.
Mi lengua anunciará tu justicia, todos los días te alabará.
El malvado escucha en su interior un oráculo del pecado: "No tengo miedo a Dios, ni en su presencia". Porque se hace la ilusión de que su culpa no será descubierta ni aborrecida.
Las palabras de su boca son maldad y traición, renuncia a ser sensato y a obrar bien; acostado medita el crimen, se obstina en el mal camino, no rechaza la maldad.
Señor, tu misericordia llega al cielo, tu fidelidad hasta las nubes; tu justicia hasta las altas cordilleras, tus sentencias son como el océano inmenso.
Tú socorres a hombres y animales; ¡qué inapreciable es tu misericordia, oh Dios!, los humanos se acogen a la sombra de tus alas;
se nutren de lo sabroso de tu casa, les das a beber del torrente de tus delicias, porque en ti está la fuente viva, y tu luz nos hace ver la luz.
Prolonga tu misericordia con los que te reconocen, tu justicia con los rectos de corazón; que no me pisotee el pie del soberbio, que no me eche fuera la mano del malvado.
Han fracasado los malhechores; derribados, no se pueden levantar.
No te exasperes por los malvados, no envidies a los que obran el mal: se secarán pronto, como la hierba, como el césped verde se agotarán.
Confía en el Señor y haz el bien, habita tu tierra y practica la lealtad; sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide tu corazón.
Encomienda tu camino al Señor, confía en él, y él actuará: hará tu justicia como el amanecer, tu derecho como el mediodía.
Descansa en el Señor y espera en él, no te exasperes por el hombre que triunfa empleando la intriga:
cohibe la ira, reprime el coraje, no te exasperes, no sea que obres mal; porque los que obran mal son excluídos, pero los que esperan en el Señor poseerán la tierra.
Aguarda un momento: desapareció el malvado, fíjate en su sitio: ya no está; en cambio, los sufridos poseen la tierra y disfrutan de paz abundante.
El malvado intriga contra el justo, rechina sus dientes contra él; pero el Señor se ríe de él, porque ve que le llega su hora.
Los malvados desenvainan la espada, asestan el arco, para abatir a los pobres y humildes, para asesinar a los honrados; pero su espada les atravesará el corazón, sus arcos se romperán.
Mejor es ser honrado con poco que ser malvado en la opulencia; pues al malvado se le romperán los brazos, pero al honrado lo sostiene el Señor.
El Señor vela por los días de los buenos, y su herencia durará siempre; no se agotarán en tiempo de sequía, en tiempo de hambres se saciarán;
pero los malvados perecerán, los enemigos del Señor se marchitarán como la belleza de un prado, en humo se disiparán.
El malvado pide prestado y no devuelve, el justo se compadece y perdona. Los que el Señor bendice poseen la tierra, los que él maldice son excluídos.
El Señor asegura los pasos del hombre, se complace en sus caminos; si tropieza, no caerá, porque el Señor lo tiene de la mano.
Fui joven, ya soy viejo: nunca he visto a un justo abandonado, ni a su linaje mendigando el pan. A diario se compadece y da prestado; bendita será su descendencia.
Apártate del mal y haz el bien, y siempre tendrás una casa; porque el Señor ama la justicia y no abandona a sus fieles.
Los inicuos son exterminados, la estirpe de los malvados se extinguirá; pero los justos poseen la tierra, la habitarán por siempre jamás.
La boca del justo expone la sabiduría, su lengua explica el derecho; porque lleva en el corazón la ley de su Dios, y sus pasos no vacilan.
El malvado espía al justo e intenta darle muerte; pero el Señor no lo entrega en sus manos, no deja que lo condenen en el juicio.
Confía en el Señor, sigue su camino; él te levantará a poseer la tierra, y verás la expulsión de los malvados.
Vi a un malvado que se jactaba, que prosperaba como un cedro frondoso; volví a pasar, y ya no estaba; lo busqué, y no lo encontré.
Observa al honrado, fíjate en el bueno: su porvenir es la paz; los impíos serán totalmente aniquilados, el porvenir de los malvados quedará truncado.
El Señor es quien salva a los justos, él es su alcázar en el peligro; el Señor los protege y los libra, los libra de los malvados y los salva porque se acogen a él.
Señor, no me corrijas con ira, no me castigues con cólera; tus flechas se me han clavado, tu mano pesa sobre mí;
no hay parte ilesa en mi carne a causa de tu furor, no tienen descanso mis huesos a causa de mis pecados;
mis culpas sobrepasan mi cabeza, son un peso superior a mis fuerzas; mis llagas están podridas y supuran por causa de mi insensatez; voy encorvado y encogido, todo el día camino sombrío.
Tengo las espaldas ardiendo, no hay parte ilesa en mi carne; estoy agotado, deshecho del todo; rujo con más fuerza que un león.
Señor mío, todas mis ansias están en tu presencia, no se te ocultan mis gemidos; siento palpitar mi corazón, me abandonan las fuerzas, y me falta hasta la luz de los ojos.
Mis amigos y compañeros se alejan de mí, mis parientes se quedan a distancia; me tienden lazos los que atentan contra mí, los que desean mi daño me amenazan de muerte, todo el día murmuran traiciones.
Pero yo, como un sordo, no oigo; como un mudo no abro la boca; soy como uno que no oye y no puede replicar.
En tí, Señor, espero, y tú me escucharás, Señor, Dios mío; esto pido: que no se alegren por mi causa, que, cuando resbale mi pié, no canten triunfo.
Porque yo estoy a punto de caer, y mi pena no se aparta de mí: yo confieso mi culpa, me aflige mi pecado.
Mis enemigos mortales son poderosos, son muchos los que me aborrecen sin razón, los que me pagan males por bienes, los que me atacan cuando procuro el bien.
No me abandones, Señor; Dios mío, no te quedes lejos; ven aprisa a socorrerme, Señor mío, mi salvación.
Yo me dije: "vigilaré mi proceder, para que no se me vaya la lengua; pondré una mordaza a mi boca mientras el impío esté presente".
Guardé silencio resignado, no hablé con ligereza; pero mi herida empeoró, y el corazón me ardía por dentro; pensándolo me requemaba, hasta que solté la lengua.
Señor, dame a conocer mi fin y cuál es la medida de mis años, para que comprenda lo caduco que soy".
Me concediste un palmo de vida, mis días son nada ante ti; el hombre no dura más que un soplo, el hombre pasa como una sombra, por un soplo se afana, atesora sin saber para quien.
Y ahora, Señor, ¿qué esperanza me queda? Tú eres mi confianza. Líbrame de mis inquietudes, no me hagas la burla de los necios.
Enmudezco, no abro la boca, porque eres tú quien lo ha hecho. Aparta de mí tus golpes, que el ímpetu de tu mano me acaba.
Escarmientas al hombre castigando su culpa; como una polilla roes sus tesoros; el hombre no es más que un soplo.
Escucha, Señor, mi oración, haz caso de mis gritos, no seas sordo a mi llanto;
porque yo soy huésped tuyo, forastero como todos mis padres. Aplácate, dame respiro, antes de que pase y no exista.
Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito:
me levantó de la fosa fatal, de la charca fangosa; afianzó mis pies sobre roca, y aseguró mis pasos;
me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios. Muchos, al verlo, quedaron sobrecogidos y confiaron en el Señor.
Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor, y no acude a los idólatras, que se extravían con engaños.
Cuántas maravillas has hecho, Señor, Dios mío, cuántos planes en favor nuestro; nadie se te puede comparar. Intento proclamarlas, decirlas, pero superan todo número.
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: "Aquí estoy -como está escrito en mi libro- para hacer tu voluntad".
Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas.
He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios: Señor, tú lo sabes.
No me he guardado en el pecho tu defensa, he contado tu fidelidad y tu salvación, no he negado tu misericordia y tu lealtad ante la gran asamblea.
Tú, Señor, no me cierres tus entrañas, que tu misericordia y tu lealtad me guarden siempre, porque me cercan desgracias sin cuento.
Se me echan encima mis culpas, y no puedo huir; son más que los pelos de mi cabeza, y me falta el valor.
Señor, dígnate librarme; Señor, date prisa en socorrerme.
Alégrense y gocen contigo todos los que te buscan; digan siempre: "Grande es el Señor" los que desean tu salvación.
Yo soy pobre y desgraciado, pero el Señor se cuida de mí; tú eres mi auxilio y mi liberación: Dios mío, no tardes.
Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío;
tiene Sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?
Las lágrimas son mi pan noche y día. mientras todo el día me repiten: "¿Dónde está tu Dios?"
Recuerdo otros tiempos, y desahogo mi alma conmigo: cómo marchaba a la cabeza del grupo, hacia la casa de Dios, entre cantos de júbilo y alabanza, en el bullicio de la fiesta.
¿Por qué te acongojas, alma mía, por qué te me turbas? Espera en Dios que volverás a alabarlo: "Salud de mi rostro, Dios mío".
Cuando mi alma se acongoja, te recuerdo desde el Jordán y el Hermón y el Monte Menor.
Una sima grita a otra sima con voz de cascadas: tus torrentes y tus olas me han arrollado.
De día el Señor me hará misericordia, de noche cantaré la alabanza del Dios de mi vida.
Diré a Dios: "Roca mía, ¿por qué me olvidas? ¿Por qué voy andando, sombrío, hostigado por mi enemigo?"
Se me rompen los huesos por las burlas del adversario; todo el día me preguntan: "¿Dónde está tu Dios?"
¿Por qué te acongojas, alma mía, por qué te me turbas? Espera en Dios que volverás a alabarlo: "Salud de mi rostro, Dios mío".