Que te escuche el Señor el día del peligro, que te sostenga el nombre del Dios de Jacob; que te envíe auxilio desde el santuario, que te apoye desde el monte de Sión.
Que se acuerde de todas tus ofrendas, que le agraden tus sacrificios; que cumpla el deseo de tu corazón, que dé éxito a todos tus planes.
Que podamos celebrar tu victoria y en el nombre de nuestro Dios alzar estandartes; que el Señor te conceda todo lo que pides.
Ahora reconozco que el Señor da la victoria a su ungido, que lo ha escuchado desde su santo cielo, con los prodigios de su mano victoriosa.
Unos confían en sus carros, otros en su caballería; nosotros invocamos el nombre del Señor, Dios nuestro.
Ellos cayeron derribados, nosotros nos mantenemos en pie. Señor, da la victoria al Rey y escúchanos cuando te invocamos.
Señor, el rey se alegra por tu fuerza, ¡y cuánto goza con tu victoria! Le has concedido el deseo de su corazón, no le has negado lo que pedían sus labios.
Te adelantaste a bendecidlo con el éxito, y has puesto en su cabeza una corona de oro fino. Te pidió vida, y se la has concedido, años que se prolongan sin término.
Tu victoria ha engrandecido su fama, lo has vestido de honor y majestad. Le concedes bendiciones incesantes, lo colmas de gozo en tu presencia; porque el rey confía en el Señor, y con la gracia del Altísimo no fracasará.
Levántate, Señor, con tu fuerza, y al son de instrumentos cantaremos tu poder.
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? a pesar de mis gritos, mi oración no te alcanza. Dios mío, de día te grito, y no respondes; de noche, y no me haces caso; aunque tú habitas en el santuario, esperanza de Israel.
En tí confiaban nuestros padres; confiaban, y los ponías a salvo; a tí gritaban, y quedaban libres; en tí confiaban, y no los defraudaste.
Pero yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo; al verme, se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza: "acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre si tanto lo quiere".
Tú eres quien me sacó del vientre, me tenías confiado en los pechos de mi madre; desde el seno pasé a tus manos, desde el vientre materno tú eres mi Dios. No te quedes lejos, que el peligro está cerca y nadie me socorre.
Me acorrala un tropel de novillos, me cercan toros de Basán; abren contra mí las fauces leones que descuartizan y rugen.
Estoy como agua derramada, tengo los huesos descoyuntados; mi corazón, como cera, se derrite en mis entrañas;
mi garganta está seca como una teja, la lengua se me pega al paladar; me aprietas contra el polvo de la muerte.
Me acorrala una jauría de mastines, me cerca una banda de malhechores; me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos.
Ellos me miran triunfantes, se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. líbrame a mí de la espada, y a mí única vida de la garra del mastín; sálvame de las fauces del león; a éste pobre, de los cuernos del búfalo.
Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré.
Del Señor es la tierra y cuanto lo llena, el orbe y todos sus habitantes: El la fundó sobre los mares, El la afianzó sobre los ríos.
- ¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro?
- El hombre de manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos ni jura contra el prójimo en falso. Ese recibirá la bendición del Señor, le hará justicia el Dios de salvación.
- Este es el grupo que busca al Señor, que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria.
- ¿Quién ese Rey de la gloria? - El Señor, Dios de los ejércitos. El es el Rey de la gloria.
A ti, Señor, levanto mi alma; Dios mío, en ti confío no quede yo defraudado, que no triunfen de mí mis enemigos, pues los que esperan en ti no quedan defraudados, mientras que el fracaso malogra a los traidores.
Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador, y todo el día te estoy esperando.
Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas; no te acuerdes de los pecados ni de las maldades de mi juventud; acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor.
El Señor es bueno y es recto, y enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes.
Las sendas del Señor son misericordia y lealtad para los que guardan su alianza y sus mandatos. Por el honor de tu nombre, Señor, perdona mis culpas, que son muchas.
¿Hay alguien que tema al Señor? El le enseñará el camino escogido: su alma vivirá feliz, su descendencia poseerá la tierra.
El Señor se confía con sus fieles, y les da a conocer su alianza. Tengo los ojos puestos en el Señor, porque El saca mis pies de la red.
Mírame, oh Dios, y ten piedad de mí, que estoy solo y afligido. Ensancha mi corazón oprimido y sácame de mis tribulaciones.
Mira mis trabajos y mis penas y perdona todos mis pecados; mira cuántos son mis enemigos, que me detestan con odio cruel.
Guarda mi vida y líbrame, no quede yo defraudado de haber acudido a ti. La inocencia y la rectitud me protegerán, porque espero en ti.
El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?
Cuando me asaltan los malvados para devorar mi carne, ellos, enemigos y adversarios, tropiezan y caen.
Si un ejército acampa contra mí, mi corazón no tiembla; si me declaran la guerra, me siento tranquilo.
Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo santo.
El me protegerá en su tienda el día del peligro; me esconderá en lo escondido de su morada, me alzará sobre la roca;
y así levantaré la cabeza sobre el enemigo que me cerca; en su tienda sacrificaré sacrificios de aclamación: cantaré y tocaré para el Señor.
Escúchame, Señor, que te llamo; ten piedad, respóndeme. Oigo en mi corazón: "Buscad mi rostro". Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro.
No rechaces con ira a tu siervo, que tú eres mi auxilio; no me deseches, no me abandones, Dios de mi salvación.
Si mi padre y mi madre me abandonan, el Señor me recogerá. Señor, enséñame tu camino, guíame por la senda llana, porque tengo enemigos.
No me entregues a la saña de mi adversario, porque se levantan contra mí testigos falsos, que respiran violencia.
Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor.
A tí, Señor, te invoco; Roca mía, no seas sordo a mi voz; que, si no me escuchas, seré igual que los que bajan a la fosa.
Escucha mi voz suplicante cuando te pido auxilio, cuando alzo las manos hacia tu santuario.
No me arrebates con los malvados ni con los malhechores, que hablan de paz con el prójimo, pero llevan la maldad en el corazón.
Bendito el Señor, que escuchó mi voz suplicante; el Señor es mi fuerza y mi escudo: en él confía mi corazón; me socorrió, y mi corazón se alegra y le canta agradecido.
El Señor es fuerza para su pueblo, apoyo y salvación para su Ungido. Salva a tu pueblo y bendice tu heredad, sé su pastor y llévalos siempre.
Hijos de Dios, aclamad al Señor, aclamad la gloria y el poder del Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor, postraos ante el Señor en el atrio sagrado.
La voz del Señor sobre las aguas, el Dios de la gloria ha tronado, el Señor sobre las aguas torrenciales.
La voz del Señor es potente, la voz del Señor es magnífica, la voz del Señor descuaja los cedros, el Señor descuaja los cedros del Líbano.
Hace brincar al Líbano como un novillo, al Sarión como a una cría de búfalo. La voz del Señor lanza llamas de fuego, la voz del Señor sacude el desierto, el Señor sacude el desierto de Cadés.
La voz del Señor retuerce los robles, el Señor descorteza las selvas. En su templo un grito unánime: "¡gloria!"
El Señor se sienta por encima del aguacero, el Señor se sienta como rey eterno. El Señor da fuerza a su pueblo, El Señor bendice a su pueblo con la paz.
Te ensalzaré, Señor, porque me has librado y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, Dios mío, a ti grité, y tú me sanaste. Señor, sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.
Tañed para el Señor, fieles suyos, dad gracias a su nombre santo; su cólera dura un instante; su bondad, de por vida; al atardecer nos invita el llanto; por la mañana, el júbilo.
Yo pensaba muy seguro: "no vacilaré jamás". Tu bondad, Señor, me aseguraba el honor y la fuerza; pero escondiste tu rostro, y quedé desconcertado.
A ti, Señor, llamé, supliqué a mi Dios: "¿qué ganas con mi muerte, con que yo baje a la fosa?
¿Te va a dar gracias el polvo, o va a proclamar tu lealtad? Escucha, Señor, y ten piedad de mí; Señor, socórreme".
Cambiaste mi luto en danzas, me desataste el sayal y me has vestido de fiesta; te cantará mi alma sin callarse. Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre.