Abuso De Confianza
No me has visto. Siglo. Siglo. Oh, prestigitador. Al lado de la carpa inmensa venden barquillos. ¡Y algodones de azúcar! Y dicen: “Ya estamos hartos de tus opiniones.” No me has visto. No has venido a preguntar por mí, el de los dedos cortados. Yo era dos muchachos corriendo. Los remos junto al agua blanca, el jadeo, sudorosos, y el no hallar lo suficiente aquello de las estatuas sepultadas. Qué querías- era correr sobre las manos negras, los pies rotos hasta el filo del agua, hasta el filo del agua.
Oh, reino frío. No sean joyas los hierbajos podridos que refracto. No sean dadas aún mis confecciones. Por ellas, solo sobre ellas, tú has condecorado a aquel demás. Y yo preferí ser el humano campante que huye. El trapecio y las gradas, y las victorias, y tus actas policiales: ¡Vaya plácemes! Es evidente: Yo he podido morir, no deshacer el exceso de la razón y el uso. No al tropezar con la piedra al muslo, el mito, las caras de los gladiadores. Dicen: “Eso sería suficiente”. O aquello de que a uno le baste un transitor y una ventana, un transitor y una ventana.
Éramos las espaldas cuando empezamos eso. ¡Basta! ¡Basta! La música y el camino resecos -el fardo al que le dicen no a los parabienes y a la clemencia al listo-, pero tú no ves cómo levanta el arco. Lejos de los comederos donde hay líderes juntando las cabezas para el final del espectáculo. El plexo solar sobra; no tu yesquero, mi cigarrillo, las sonrisas. Diles, Príncipe: Huraños, lenguaraces bastardos. Y a mí: Mentira que de un solo mal no escapas. Los otros en el calor se aburren, por ejemplo. Salen de camiseta, balanceando los brazos. Salen. Balanceando los brazos.
Mian hacia l alto. Un edificio. Y otro. Y otro. -Eh, tú. A nosotros nos gustan los relojes automáticos. En realidad (¡Simón! ¡Simón!) no me aprendí las reglas- solo alcancé la paz que se otorga a los huesos del conejo, el borboteo del oso que alguien insiste en ahogar en la bañera-. Podrían cesar el brillo ahora, y los ademanes con excesivo vetiver de las doncellas.
Y así como separan los codos los camareros y van, y van y vienen en esa retahíla, nosotros nos percatamos: Escupimos sobre su litografía. No fue el padre de aquellos quien ordenó desfallecer. Así no. Nadie más vuelva a fila. Nadie más.
Yo me allego al horror del que estoy hecho. (¿Van los pobres ramajes que me golpearon loco en la carrera a prescindir de mí?) Veo tu pulmón rosado. Veo el hielo y la gangrena de tus vísceras. Sé de los aptos para lustrar las mascarillas de oro. Sé del trasiego que m expulsan; “Él ve, él ve la repetición incesante de muertes no marciales.” -¡Hey! ¡Il sole non si muove!-Ja. Bailando. Sudan com chicos. Hacen las alharcas de los picaneados por ti. Mienten: “¡Oh!, ¿qué es esto? ¿Un hombre tapado?” Giran: “¿Ves algún dios detrás de mí?” ¿Ves algun dios?
Chillan. Arriscando los labios. Il solo non se muove. Salta. Y dice: “Maldita cosa que me importa” Enola Gay tenía un pubis tan tierno (el Organon) como Albertine en Spon River. Y: “Ya hemos explicado por qué ello es así”. ¿Habrían de importar los excesivos tics nerviosos, Franz? Vivimos adornando con potes de cerveza la Antología de Kuei Mei. Tal vez eso nos reconforta. Al haragán empleado de banco, al traidor. Le pendu, el fusilado- de Beulah comentábamos con ganas de astillar las vitrinas-: Qué pocas las pepitas. Gritan: “¡Fuego! ¡Fuego!
Y ya. No hay casa para nosotros. Ni siquiera la otra a un paso de los farallones, la de los platos azules del borracho. Solo el defiladero es para mí. Y las piedras que prefiguran el agua. ¿No lloré a caso por todas esas sonrisas que me cercaron?: “Sin embargo eres tú quien pone el nombre”. ¿Yo? ¿O Juan Inaudi? ¿Un edificio? ¿Y otro? ¿Y otro? No. Se sigue siendo el orangutan imbécil que fascina. ¿Acaso somos aquellos camareros para llevar- ay los gladiolos. Ay, el pelo de las muchachas púberes-y traer las vísceras así? ¿Así no más? ¿Así?
“Dos muchachos corriendo”. Es evidente. Y alguien los ve pasar, sudoroso. Ahora bien: Nosotros somos el tercero. Incluso digo que alguien ns espera; ni a Dios, ni a la naturaleza: Excelentes paraguas rotos- en medio del trasiego de insecticidas-. ¿No lo querían? Mee he detenido a sopesar las uopías histéricas, dividendos y usuras. (Es la puerta cancel. Veo al cruzado.) Las caras sobre los pergaminos. (No eran) Y ya. (Los dedos que entran). Dicen: “El barro tan filoso hiere”. Y en verdad hiere. El barro tan filoso hiere.
Estas palabras no son para ti. Yo no juego en la arena. No estoy en un aeropuerto internacional pateando una caja vacía de Original Russian Vodka, ni me rajé la cara con una botella rota. Yo no cargo a mi hermano. Ni a ningún otro muerto. Yo no me cargo a mi. Las olas muerden. No hay ni un puñadito de candor. Tu ojo me ve bailando sobre el filo de las imprecaciones. La arena es la que es verde, el mar arena. Duermen tres; cuatro te hablan; dos mil se hacen añicos. Solo uno, entre el cristal del trópico y la esperma del lunes, vocifera- y eso que está de vacacines, que está de vacaciones.
No soy yo. No eres tú. No son cuatro ni tres. Ni dos mil. Ni los posibles datos del Obispo, nuestra computadora. También tú buscas enemigos, y hay quien te usurpa el nombre. (Alguien lo cumplirá- se está cumpliendo, se cumplió). Realmente no te molesta la frivolidad metafísica de Scheler, Nadie, ¡Atón! ¡Atón!- OH, aquellos tres viejitos del basural cantando, ay, danza extraña; mira sus marcapasos.Míralos. No al héros Saturday Eveneing Post. Tambien se gasta mi cigarrillo- y miente. Al final uno vuelve a cavar otro túnel- uno, viejo topo corrupto, Franz, al arca, al arca, Franz
Angel Escobar
|