Mirando al mar (Mirando al mar soñé..........que estabas junto a mí............mirando al mar sólo se que sentí, que acordándome de ti lloré...............)
Sentada en la escalera, con el agua del mar casi rozándote los pies, con la mirada aparentemente ausente, pero fija en las olas, contándolas (con cada ola un suspiro) y piensas en los poemas que hablan de olas y de mareas, que te llevan, siempre que los lees, a preguntarte porqué no será posible que una de esas olas, te lleve junto a el.
Aprieta el viento, el del Nordeste, un viento que atraviesa la ropa, te acaricia la piel y te llega hasta los huesos, pero no te mueves, porque crees adivinar en esos caprichosos rizos que coronan cada ola, el perfil de su rostro que te llama.
Hace tiempo que te preguntas porque acudes aquí, a este lugar, casi todos los días, como esperando el milagro de que ellas, las olas, bien te lleven hasta el o por el contrario, te le traigan hasta ti y te le entreguen depositándole en tus brazos.
Eres una mujer curtida, madura como se dice ahora, pragmática diría yo, sin embargo persigues tu sueño con ahínco y a poco que te lo propongas acabarás poniéndole un nombre a cada ola que ves acercarte a ti. Seguro que alguna ya llevará su nombre porque te gusta la poética idea de llamarle y que te conteste con su rumor; ese rumor del ir y venir constante y que, dependiendo de la marea, le aleja de ti o le acerca a tus pies, curtidos ya de tanto salitre.
Luego seguro que al volver a tu casa, en tu cabeza bullirán mil ideas que tu imaginación transformará en poemas, que le dedicarás; cada día un poema que llevará el aroma de una ola, el nombre de un sueño parido al rumor del viento, de un suspiro preñado de nostalgias.
A veces te afliges y lloras, otras sonríes mientras le piensas, porque así es el amor para todos aquellos que lo sufren, lo viven, lo disfrutan, lo sueñan; y el poema de cada día te saldrá según las olas te hagan llorar o reír, pero saldrá un hermoso poema, porque hermoso es el sentimiento que lo alberga, lo propone y lo inspira.
Y así, día a día, marea tras marea, miras al mar ( la mar como decimos los puretas...... al fin y al cabo, de una forma u otra, es femenina, atractiva, sugerente, a veces malvada, pero siempre hermosa sea la o el mar) y es como si le miraras a el, porque puedes ver en sus ondulaciones, en sus murmullos, en los dibujos que va dejando en las finas arenas, crees verle a el.
A veces le presientes a tu lado, como si el murmullo de la ola al romper, fuera el murmullo de sus labios susurrándote una palabra de amor a ti dedicada y suspiras y crees adivinar en la arena, perdido entre los surcos que van dejando las olas en su ir y venir, un pequeño dibujo de su rostro mientras te mira.
Siempre antes de irte, como si fuera una repetida ceremonia, miras al cielo en busca de alguna nube porque sabes que las nubes son caprichosas y a veces sugieren escenas, rostros, miradas que otros y otras, en su presuroso deambular no aciertan a ver; pero tu ojos lo ven todo, porque miras con los ojos que llevas en tu corazón.
Para casi todo el mundo solo son nubes que en la mayoría de los casos son preludio de tormentas o de lluvias, pero para ti son como las olas de que acarician los pies; allí arriba en el cielo, como aquí abajo en la orilla de la playa, tu ves ojos que te miran, sonrisas que te sonríen, miradas que te musitan tu nombre y el suyo; y si el viento es favorable, susurros que te dictan palabras de melancolía y de añoranza.
En el fondo más que poemas te gustaría escribir un libro sobre un viaje, sobre la aventura de ir en su busca y encontrarle y perderte en los confines de cualquier rincón llevándole a tu lado; sin regreso, sin miradas atrás, sin retorno a Ítaca, a la tierra suya o a la tuya; perderte en los confines de algún universo que sólo sea de los dos.
Bien sabes que eso no es posible, pero la idea te ronda la cabeza y algún día, lo sé, describirás ese viaje para compartirlo con todas las gentes que sueñan con el mismo viaje y para compartirlo con el. Es uno de tus deseos mas fervientes, porque sabes que todo lo tuyo que cae en sus manos lo retiene y lo lee y lo guarda en un cajón especial, donde están depositados todos los sueños que le has regalado.
Intentas transformar tus horas muertas en algo vivo, algo que te haga vivir lo que no puedes vivir, algo que te haga mas llevadero el tránsito entre ola y ola, entre marea y marea, entre el día y la noche que siempre te espera solitaria y fría.
A veces le llamas, pero solo recibes el eco del rugir de esas olas que son tu música, la música que te acerca un poco a el, porque en su ir y venir sabes que algún día de alguna tarde, también acariciarán sus pies y dejarán en su semblante un poco del salitre que baña los tuyos, y eso te consuela de tanta soledad como llevas en tus espaldas.
El viento ruge, la mar (o el mar que lo mismo da) se encrespa y se acerca la noche, pero tu no te mueves de tu sitio, de tu atalaya, del mirador donde le ves y le contemplas; allí seguirás hasta que la bruma lo envuelva todo y ya no puedas ver lo que crees ver, solo sentir el grito de las olas que te llaman.
Es hora de regresar y de ponerte a escribirle esas cartas, esos poemas que le escribes y que son un retazo del día que pasaste en su compañía, porque las olas te le trajeron y se le llevaron una y mil veces, pero sigue contigo porque le llevas en tu corazón.
Y te incorporas con pereza manifiesta, como una pequeña rebeldía, como diciéndote a ti misma que volverás, porque allí es donde le ves y le sientes y le saludas y le llamas; allí al lado de las olas que te le entregan cada día, para luego llevársela lejos de ti.
D./A.