¡Dios, sé que debo cambiar!
En una ocasión un hombre comerciante envió a su hijo a comprar determinada mercancía, pero el hijo no volvió, sino hasta el día siguiente. Su padre preocupado, pasó toda la noche en vela esperándolo, y oraba a Dios para que lo librara de todo mal. Pronto se escuchó un ruido en la sala y el padre corrió a ver si era su hijo que había llegado, y al ver que si era, se emocionó.
Ese hijo con lágrimas en los ojos le dice a su padre “padre te he faltado” ¿por qué hijo? -Exclamo el padre- porque olvidé por un momento con cuánto esfuerzo te ganas el pan diario y no me importó, y gaste todo el dinero que me diste con unos “amigos” ¡perdón Padre! Te disculpo hijo –dijo el Padre-
Cuántas veces le hemos faltado a Dios, pero cuando vamos a Él con un corazón contrito y humillado Él siempre nos perdona. Porque aunque nosotros somos imperfectos… Él es perfecto, justo y fiel.
Es por ese motivo que día a día debemos pedirle a nuestro Padre Celestial que nos perfeccione en su amor, que nos lave, que nos purifique y que nos moldee como cual vasija de barro en sus manos.
Está claro que nuestro Padre nos perdonará siempre y cuando vayamos a él realmente arrepentidos por nuestras faltas cometidas. Pero, ¿nos perdonarán nuestros hermanos? Realmente sólo lo hará aquel que anda en el espíritu, es éste el que nos restaurará con espíritu de mansedumbre considerándose así mismo. Pero no hay que ignorar que siempre habrá uno que otro hermano que cree tener el derecho de juzgarnos.
Más la palabra dice que aquel que murmura del hermano, murmura de la Ley y juzga a la Ley, sólo uno es el que puede juzgar, ¿quién es? Dios, ¿pero quién es usted para juzgar a su hermano? Tal vez usted se preguntara, pero si sé que mi hermano está cometiendo una falta, ¿debo callar y no decir nada? Mi querido hermano, si esto llegase a ocurrir, usted debe razonar con su hermano, a fin de que no participe de su pecado. Porque, así habló Jehová de los ejércitos, diciendo: Juzgad conforme a la verdad, y haced misericordia y piedad cada cual con su hermano.
Mi amado hermano (a), No juzguéis, para que no seáis juzgados, porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido.
Salmos 19:12.
¿Quién podrá entender sus propios errores?
Líbrame de los que me son ocultos.