De: Elizabeth Baeza
LAS IRROMPIBLES
Todas las noches, cuando las madres se acuestan,
el Angel de la Guarda escucha un gran estruendo y comenta,
con una sonrisa: son otra vez las madres pidiendo por sus hijos.
Como el tiempo es relativo, y cuando aquí es noche,
es de día del otro lado del planeta,
el ángel vive todo el tiempo rodeado de un enorme bullicio.
Y es que creo, que no debe haber mamá en el mundo,
que se abandone al sueño sin pedir por sus niños, grandes o pequeños,
recién nacidos o viejos. Se pide con tanto afán:
"Dios mío, Angel de la Guarda, líbralos de todo mal,
protégelos de los peligros, de la enfermedad, guía sus pasos,
acompáñalos en sus decisiones,
aléjalos de las malas horas".
Se pide con tanto amor por los hijos, con tanta devoción,
como si quisiéramos abrirle paso a nuestras voces, como si al rezar con
fervor nos garantizaran el resultado, y es una ilusión,
porque la madre sabe en su interior, que de su voluntad no depende.
Puede ser que, después de una larga lista de peticiones, al final
de la oración, si es que antes no es vencida por el sueño después
de las labores de un día cualquiera, la madre, si es que se acuerda,
pida algo para ella misma.
Generalmente eso que piden es valor, fuerza y sabiduría.
Y no es porque ellas quieran ser las más sabias,
las más valientes o las más poderosas.
Pero es que, la madre intuye, -intuir es otro de sus
dones- percibe que algún día necesitará de esa fortaleza,
de ese coraje y de esos conocimientos.
Saben que, en algún momento,
durante ese trabajo vitalicio que comienza en las profundidades del ser,
se esperará de ellas que
sean irrompibles.
En su simpleza, comprenden que se les confiará la fuerza
y ellas temerán derrumbarse.
El mundo las supone invencibles y ellas tendrán la duda de ser vencidas.
Se dará por entendido que, ante la adversidad se muestren
erguidas y serenas.
Y ellas tendrán terror de doblarse y gritar sin medida.
La madre pide para sí al final de su larga oración,
porque en la sapiencia que posee desde la más humilde
hasta la más letrada,
se sabe débil, se conoce vulnerable y humana.
Entiende que, según sean los designios, tal vez un día,
habrá de ejercer la tarea más dura, la que requiere de mayor temple:
mostrar la piel de acero, cuando sólo hay lágrimas por dentro.
Expresar coherencia cuando la cabeza es un hervidero. Sacar
coraje, cuando en el fondo nos morimos de miedo.
Aún no es hora, y sin embargo ya dije mi oración.
Es tarde, algunos hijos salieron.
Cuando los hijos salen, las madres solo tenemos un deseo: que
ellos regresen bien.
Y en la mañana, si hemos tenido la fortuna
de que se encuentren seguros en sus camas, durmiendo sus alegrías
de juventud, con los sueños intactos debajo de sus ojos,
no existe madre más contenta.
En las mañanas felices, las madres también rezan.
A las madre irrompibles, a las que amanecieron alegres y a las que
despertaron queriendo no hacerlo,
pero que no tienen más remedio que estar de pie
y mostrar si acaso una sonrisa por los que están
y nos quieren.
A esas mujeres, de fibras recias tejidas con ternuras, con rostro sereno,
pero a veces, con unas tremendas ganas de llorar; mi
oración, mis respetos, porque es infinita su grandeza.
Que cada día, el Angel de la Guarda escuche otro estruendo,
pero que sean los hijos, los que están y los se que fueron de casa, los
que esta vez se acuerden de pedir por ellas, el valor,
el saber y la fuerza.
GRACIAS MAMÁ POR TUS ORACIONES...
GRACIAS HIJOS POR RECORDAR QUE ESTOY...