Que sea para bien...
Ya no puedo dudar... Diste muerte
a mi cándida niñez, toda olorosa a sacristía,
y también diste muerte al liviano chacal
de mi cartuja... ¡Que sea para bien!
Ya no puedo dudar... Consumaste el prodigio,
de sin hacerme daño, sustituir mi agua clara
con un licor de uvas... ¡Y yo bebo el licor
que tu mano me depara!
Me revelas la síntesis de mi propio zodíaco,
el león y la virgen; y mis ojos te ven apretar
en los dedos, como un haz de centellas,
éxtasis y placeres... ¡Que sea para bien!
Tu palidez denuncia que en tu rostro
se ha posado el incendio y ha corrido
la lava; día último de marzo, emoción,
aves, sol; ¡Tu palidez volcánica me agrava!
Ganaste ese prodigio de pálida vehemencia,
al huir, con un viento de ceniza de una ciudad
en llamas, o hiciste penitencia revolcándote
encima del desierto, o quizá te quedaste dormida
en la vertiente de un volcán, y la lava corrió
sobre tu boca y calcinó tu frente.
¡Oh, tú, reveladora que traes un sabor cabal
para mi vida y la entusiasmas! Tu triunfo
es sobre un motín de satiresas,
y un coro plañidero de fantasmas...
Yo estoy en la vertiente de tu rostro,
esperando las lavas repentinas que me den
un fulgurante goce; tu dictorial y pálido prestigio
ya me invade; ¡Que sea para bien!