Halloween, ¿Noche De Brujas?
Entre El Mito Y El Consumo
por Laura Canteros
La celebración del 31 de octubre es una de las tantas influencias
que los latinos recibimos de la cultura norteamericana (1).
Su práctica es un fenómeno moderno que
combina tradiciones celtas y cristianas,
folklore y leyenda urbana.
Año tras año, el comercio y la industria, incluido
el cine,
cuentan las ganancias que les depara la fecha.
Y cabe preguntarnos, ¿qué se celebra exactamente?
Espíritus que han partido (2)
(y que se empeñan en volver)
Así como el malévolamente tierno Jack Skellington
—creado por Tim Burton en Pesadilla antes de Navidad
(3)— se propone celebrar la Navidad
con sus conciudadanos de Halloween Town,
¿será que los humanos nos hemos apropiado de la fiesta de las brujas?
Empecemos por el nombre.
La palabra Halloween tiene su origen
en el culto católico y proviene de la contracción
defectuosa de All Hallows Eve,
víspera del Día de Todos los Santos,
que se celebra el 1º de noviembre a partir del siglo VII d.C.
La Iglesia Católica estableció esa fecha con el propósito
de desalentar "prácticas paganas".
Desde el siglo V a.C., la comunidad celta de Irlanda
celebraba oficialmente el fin del verano
el 31 de octubre.
La festividad se llamaba Sanhaim
o Fiesta del Sol y marcaba el comienzo del nuevo año.
Una versión afirma que los espíritus incorpóreos
de quienes habían muerto durante el año
precedente regresaban en busca de cuerpos
vivientes para encarnarse durante un año más,
como única esperanza para lograr la vida eterna.
Los celtas creían que las leyes de espacio y tiempo
quedaban suspendidas durante la noche de Sanhaim
porque el velo que separaba el mundo de los vivos
y el de los muertos se encontraba en su punto
más delgado y los habitantes de ambos territorios tenían
la posibilidad de interactuar (4).
Los vivos, naturalmente, no estaban dispuestos
a ser objeto de posesión.
Por eso, la noche del 31 de octubre,
los aldeanos apagaban el fuego en sus hogares para que quedasen fríos e inhóspitos.
Luego se vestían con toda clase de trajes siniestros y
recorrían los alrededores destruyendo lo que encontraban
a su paso para espantar a los espíritus que buscaban cuerpos para poseer.
Es probable que el motivo por el que los celtas apagaran
el fuego no tuviera por objeto desalentar
la posesión de los espíritus sino reafirmar sus sentimientos
de pertenencia a la comunidad.
El fuego de los hogares volvía a encenderse
con una antorcha que cada familia traía desde la hoguera
sagrada que ardía en Usinach,
en el centro de Irlanda.
Volver a encender el fuego simbolizaba
la esperanza de que la vida renacería al llegar la primavera.