Jesús Mari y yo nos hicimos amigos muchos años atrás, no nos veíamos tan a menudo como hubiéramos deseado dado que vivíamos en distintas ciudades y aunque la distancia entre ambas no es disparatada, no siempre se tienen ganas, oportunidades o recursos para el desplazamiento, sin embargo, nunca nos permitimos alejarnos demasiado para no acabar enterrando nuestra amistad en el pozo del olvido. El teléfono se convirtió en nuestro aliado y de esa manera estábamos al corriente de todo cuánto le acontecía al otro. A la mínima oportunidad nos reuníamos en su ciudad o en la mía. Llegó un momento en el que nos resultaba difícil coincidir, incluso cuando le llamaba al móvil, comencé a pensar que me estaba evitando, se me disparó la alarma porque le conocía muy bien y eso sólo podía significar que estaba atravesando un mal momento y no deseaba hacerme partícipe para no preocuparme pero eso me angustiaba aún más. Tres meses después soportando aquella situación de incertidumbre pedí permiso en el trabajo y me presenté en su casa, su madre nada más verme se echó en mis brazos con gran EFUSIÓN y rompió a llorar desconsoladamente, apenas podía comprender sus entrecortadas palabras aunque acerté a entender: ¡Se muere!
Ni mi mente ni mi corazón estaban dispuestos a admitir que se estuviera refiriendo a mi amigo del alma y que Dios me perdone porque, en ese momento, sólo deseaba que me estuviera hablando de su marido y no de su hijo, pero irremediablemente era Jesús Mari quien se moría.
Fui a verle al hospital y tengo la imagen de su deterioro físico y mental grabado a fuego en el alma junto al abrazo, emocionalmente sentido y físicamente débil, que me brindó nada más verme. Poco después su madre me llamó para anunciarme su fallecimiento, un sábado a la salida del trabajo me puse de viaje para darle mi último adiós, iba conduciendo y tenía el corazón en un puño, no sé expresar con palabras el dolor y la pena que me embargaban y que eran mis únicos compañeros de viaje. A medio camino tuve que parar porque la angustia me atenazaba, me tomé un café y pedí algo de comer con la intención de llenar el vacío que sentía en el estómago pero me fue imposible tragar nada, no se llena un vacío del alma por muy buena que esté la comida.
Regresé al coche igual de apesadumbrado, nada más sentarme al volante e incluso antes de cerrar la puerta una sensación de paz invadió mis sentidos, puse el motor en marcha y de pronto el interior del vehículo comenzó a llenarse de una especie de NIEBLA, veía el exterior perfectamente pero no era capaz de distinguir el volante entre mis manos, sentí un escalofrío y, sin saber por qué tuve el deseo de poner un poco de música para intentar evadirme durante unos instantes de lo que me estaba ocurriendo pero no alcanzaba a ver ni el casete por lo que rechacé la idea de inmediato, fue entonces cuando la radio se puso en marcha con autonomía propia y escuché:
“Algo se muere en el alma
cuando un amigo se va … “
Me sobrecogí de tal modo que opté por orillarme al arcén y parar de nuevo. Allí mismo, convulsivamente y TREMULANTE abrí la boca y sin esfuerzo alguno, como quien abre un grifo, comencé a expulsar agua, una y otra vez sin arcadas, sin ardores ¡Nada! Sólo agua. De nuevo en el coche volví a sentir la presencia de Jesús Mari, hubiera jurado que se encontraba en el asiento del copiloto si no fuera porque las sensaciones aunque se tenga certeza de ellas no ofrecen pruebas y cualquiera podía tomarme por loco.
Sólo había una persona en el mundo capaz de entender lo que me estaba ocurriendo e incluso de darme una explicación lógica, así que decidí llamarla a través del “manos libres”, nada más descolgar me dijo: ¡A que Jesús Mari está contigo!
Me quedé de piedra ¿Qué está pasando? -pregunté- ¿Tú cómo lo sabes?
-Acabo de verle -me respondió- aquí, en el pasillo de casa ¡Menudo sobresalto! Tú no te preocupes, eso es que se está despidiendo, los amigos del alma nunca se van sin decir adiós, si tú no lo has visto es porque no “debes” pero sientes su presencia y eso tiene que bastarte. Cabe suponer que si se ha presentado ante mí es porque le consta mi capacidad de recepción y que soy la única persona con quien te pondrías en contacto en estos momentos.
¡Tú estáte tranquilo!¡Es tu amigo y te acompañará durante el viaje! Por cierto -continuó- llevaba puestos un pantalón de cuero y un jersey en tonos azules …
-Ese conjunto se lo regalé yo el día de su cumpleaños -contesté asombrado- pero tú no podías saberlo.
-No te asustes, esto lo ha hecho para que tengas una prueba de que ha estado aquí y te informe, llámame cuando llegues.
¡Buen viaje!
Una vez en el tanatorio y después de abrazar a sus padres, me empeñé en verle a pesar de que su madre trató de impedírmelo para que no fuera testigo del deterioro físico que la enfermedad le había ocasionado pero yo tenía muy claro que deseaba darle el último adiós, allí estaba amortajado con la ropa que me había descrito mi buena amiga por teléfono y que yo le había regalado casi un año antes. ¡Me impactó! Su madre me cogió del brazo y me susurró al oído que Jesús Mari le había pedido en sus últimos HÁLITOS que le enterraran con aquella ropa.
Nunca olvidaré aquella experiencia aunque soy consciente de que muy pocos podrían entenderme y, por ello, no acostumbro a hablar del tema. Hoy en día me queda la satisfacción de que si bien no me hizo partícipe de su enfermedad no quiso renunciar a decirme adiós antes de marcharse. Puede que todo esto no sea más que un MISTERIO pero para mí …
¡Fue el amigo que me acompañó a su propio funeral!
3-JULIO-2020
Consuelo Labrado