A veces nos encontramos con personas muy ordinarias que pretenden
haber recibido una misión grandiosa. No tienen ni facultades ni
dones especiales, pero están convencidas que el Cielo las ha
elegido para restablecer el orden en el mundo o instaurar una
religión nueva. Uno se pregunta de donde proceden semejantes
ideas.
Ciertamente, al venir a la tierra, todos hemos recibido una
misión. Pero debemos saber cual. «¿Qué misión?» os preguntaréis.
La de desarrollar todas las semillas de las cualidades y virtudes
que el Cielo ha depositado en nosotros. Y ¡cuánto trabajo habrá
que hacer para ello! ¡Cuántos siglos, e incluso milenios pasarán
antes de que logremos descubrir y manifestar todas las riquezas
que llevamos en nosotros!
Ahora bien, también es posible que el
Cielo elija un ser para una misión particular. Pero la misión
colectiva de los humanos es desarrollarse poco a poco hasta la
perfección. Aunque sean débiles y mediocres, tienen que realizar