Pinto con mis ojos.
Escribo con mi voz.
Son los ojos de aquel que mira desde arriba,
desde abajo, desde doquiera que mire.
Es la voz del que escribe desde la distancia de todo,
desde sí mismo, con su sangre, con su espíritu.
Pinto con mis ojos.
Escribo con mi voz.
Y tú me lees una vez más, con tus ojos.
Y tú me oyes una vez más, con tu ser.
¿Qué es la vida si sigo vivo?
¿Qué es la vida si estoy muerto?.
Muerto estoy escribiendo esto.
Y eso es que un día estuve vivo.
Y recuerdo.
Y si recuerdo es que había olvidado.
Eso es la vida.
No me equivocaré cuando escriba sobre lo que no he vivido,
ya que lo han vivido otros a través de mí.
Yo sólo soy un muerto más... viviendo o haciendo que vivo.
¿Qué es la vida si estoy vivo?.
¿Qué es si estoy muerto?.
¿Qué es estar vivo sino
hablar con los muertos y dejar que ellos hablen a través de mí: conmigo?
Pinto con mis ojos.
Escribo con mi voz.
Necesito hablar con Galileo para entender lo que entendió.
Y no acudir a un profesor que me cuente lo que contó.
Galileo fui yo.
Necesito hablar con los conquistadores de América,
para recordar lo que hice siendo uno de ellos hace siglos
y así entender quién soy hoy.
Necesito pintar vivos con mis ojos.
Y escribirles cartas con mi voz.
Necesito construir sus casas con mi mirada y pintarlas.
Necesito escribirles con mi voz que son suyas.
Para que lo sepan.
Mis vivos son mis hijos.
Y mis muertos soy yo.
La cuestión está en diferenciar
quiénes son unos y quiénes los otros son.
Mi voz son mis escritos
y mi silencio es mi lienzo sobre el cual escribo.
Mi mirar es mi presente en este laberinto de espejos,
donde ya me encuentro lejos y parece que no tengo a donde mirar,
a donde ir.
Me he hecho diminuto de tanto pintar.
En este laberinto de espejos puedo ir tan lejos...
hasta no verme y tenerme que buscar.
¿Para qué ir en avión,
tren o barco si con los espejos llego al instante a cualquier parte:
a Manhattan, a Tokio, a la luna o más allá?.
Pinto con mis ojos.
Escribo con mi voz.
Desconozco su autor
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